Prólogo

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Cerré el libro en cuanto el timbre sonó.
Al fin, el día había terminado.

Mi vida en la preparatoria apestaba.
Conocía muchas personas que decían que, ésta etapa, era la mejor.

Pf.

Ellos porque no estaban en Maddison School.

Como en todos los colegios, había un grupo de populares: los típicos niños de papi, millonarios. Y también, los jugadores del equipo de fútbol de la institución.

Por otro lado, estaban los no populares. Generalmente, lo más introvertidos y estudiosos.

Y, después, estaba yo.

Ni siquiera encajaba en un grupo. Era peor que eso. Directamente, no existía. Era prácticamente invisible para todos.

A excepción de mi mejor amiga, Jess.
Nos habíamos conocido hacía dos años, cuando entramos a la preparatoria.
Las dos éramos bastante calladas, hasta que un día, nos tocó hacer un trabajo juntas.

Pronto, descubrimos que éramos más parecidas de lo que creíamos.

No sé que estaba mal con ella. ¿Cómo no era popular? Era hermosa con sus ojos verdes, y divertida, me hacía reír a cada rato.
Sospechaba que era por su color de piel... Jess era la morena más guapa que había conocido, pero en éste estúpido pueblo, pensaban distinto.

Malditos racistas.

Y en cuanto a mí... Tampoco entendía que estaba mal conmigo.

Mi cabello era castaño claro, mis ojos eran verdes, y aunque no tenía un cuerpo de modelo, no me quejaba. Tenía una estatura baja, pero eso no podía ser motivo para que nadie me registre.

¿O si?

Joder, ya me estaba distrayendo.

En fin. Me acostumbré a toda esa mierda.
Total, en dos años, no los vería nunca más.

Me había llevado mucho tiempo, pero había logrado entender que no era un problema mío. No estaba nada mal conmigo.

El problema, era de ellos.

Así que, me fue importando cada vez menos. Con el tiempo, gané más confianza en mi misma. Y no dejé que nadie me lastimara con su indiferencia.

Terminé de guardar las cosas en mi mochila colorada, y salí al pasillo, en búsqueda de mi mejor amiga.

Pero no la encontré.
Al parecer, su clase, todavía no había terminado.

Me asomé por la pequeña ventana que daba a su aula, y ví que los alumnos seguían escuchando al profesor.

Qué tortura. Las clases del señor Hobs eran muy aburridas.

Suspiré y me apoyé contra la pared, descansando mi cuerpo en ella.

Tomé mi celular y comencé a navegar por las redes, buscando algo para pasar el tiempo, mientras tanto.

De repente, escuché unas risas.

Pero no fue eso lo que me llamó la atención. Sino esa risa.

La conocía.

La podía reconocer en cualquier sitio.

Alcé mi cabeza, y lo ví.

Venía caminando por el centro del pasillo, junto a otro muchacho.

Tenía su cabello más oscuro de lo que recordaba, y era más alto.
Se movía con naturalidad, confianza y total masculinadad. Sus dientes blancos acompañaban su hermosa sonrisa. Sus ojos marrones claros, se achinaban por su risa. Y su cuerpo... Joder, sí que había crecido.

Por un momento, me cuestioné si era él.

Sí, estaba segura.

Era mi gran amor de la infancia.

Pero... Él estaba distinto.

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