Pasado

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Desperté con lágrimas en los ojos y un vacío extraño en el pecho. Había tenido un sueño extremadamente largo, pero no podía recordar nada de él.

—¡Cariño, debes levantarte! ¡Llegarás tarde al instituto!

Había algo en la habitación que me resultaba... fuera de lugar. La cama, los muebles, las paredes: todo parecía correcto, pero a la vez no lo era. Sacudí la cabeza y me levanté.

No había tiempo para pensar en tonterías. La alarma no sonó, pero el reloj marcaba la hora de ir a la escuela.

La mañana fue extrañamente tranquila, como si todo a mi alrededor estuviera funcionando en piloto automático. Llegué temprano al salón. Las caras de mis compañeros eran familiares, pero su presencia era incómodamente distante, como si fueran sombras de personas reales.

Me senté en mi lugar habitual y esperé. Nadie me habló, como siempre. La indiferencia era mejor que el rechazo, así que me acostumbré a vivir así. Pero algo era diferente ese día. Un zumbido, casi imperceptible, parecía llenar el aire.

El zumbido se rompió con la voz de Bill, quien se acercó a mí con su habitual arrogancia. Me lanzó el contenido de su bebida a la cara. Su risa resonó en el salón, pero la escuché como un eco distorsionado, vacío. Mientras me limpiaba con el pañuelo, un pensamiento cruzó mi mente: ¿Por qué estoy soportando esto?

El día continuó, pero todo parecía estar en cámara lenta. Las clases, los maestros, las risas de mis compañeros... todo carecía de peso. Al sonar el timbre, salí corriendo del salón, tratando de escapar de esa sensación asfixiante.

Caminé sin rumbo hasta llegar a la quebrada cerca de mi casa. El agua seguía su curso, indiferente, arrastrando hojas y ramas como siempre. Sin embargo, sentí que me observaba. Era una locura, pero no pude evitarlo.

Entonces aparecieron Bill y sus amigos. ¿Cómo sabían que estaba aquí? pensé, pero no dije nada. No intenté huir. Algo me decía que no importaría.

—Joel dijo que querías hablar conmigo —dijo Bill, poniéndome una mano pesada en el hombro.
—Tus amigos siguen burlándose de ti, como siempre —respondí, sin emoción.

Su puño me tiró al suelo, pero en un acto reflejo lo empujé al agua y comencé a golpearlo. Espera ¿Yo estaba golpeandole?. Sus amigos me apartaron y me sujetaron, listos para que Bill descargara su furia.

—¿Por qué haces esto? —pregunté, mi voz más firme de lo que esperaba—. Solíamos ser amigos, ¿recuerdas?

—¡Porque tú y tu padre deben morir! —rugió mientras me golpeaba el estómago una y otra vez.

El odio en su mirada era tan real, pero al mismo tiempo... vacío. Era como si estuviera repitiendo un papel.

Cuando me soltaron, hui a casa tambaleándome. Mi madre me recibió con un abrazo cálido, pero sus palabras sonaron extrañas:
—Cámbiate antes de que se enfríe la comida.

¿No solía decir algo más? Subí a mi habitación. La sensación de extrañeza creció.

El ruido del auto de mi padre rompió mi reflexión. Bajé y escuché la misma pelea de siempre entre él y mi madre. Cuando mi padre la golpeó.

—¡Dijiste que no volverías a tocarla! —grité mientras me interponía.
El golpe que me dio me tiró al suelo. No era solo dolor físico; algo dentro de mí...

¿Por que papá estaba en el suelo? ¿Yo lo golpeé?

En la azotea de la escuela, acaricié a un gato que apareció de la nada. Por un momento, su presencia parecía real, como si fuera lo único vivo en este mundo.

Pero Bill llegó.
—Hola, Al... ¿mucho tiempo sin hablar, no? —dijo con una sonrisa burlona antes de patear al gato.

Algo en mí se rompió. Lo tomé por el cuello y grité:
—¿Por qué hiciste eso?

Él simplemente sonrió.
—Te espero en el río. Perdedor.

Mientras caminaba hacia la quebrada, mi mente bullía con preguntas. No sabía por qué, pero tenía un pequeño frasco de líquido púrpura en el bolsillo. ¿Siempre había estado ahí? Lo tomé completo. Tenía que hacerlo.

El dolor que siguió fue como un despertar. Por un momento, todo pareció más real: las voces, las texturas, incluso el viento. Pero al mirar mi reflejo en el agua, vi mis venas teñidas de un color extraño.

Bill apareció, como lo prometió. Lo golpeé con una fuerza que no sabía que tenía. Sus amigos intentaron intervenir, pero huían al primer contacto.

—¿Por qué haces esto? —pregunté mientras lo sostenía por la camisa.

—Porque tu padre es un monstruo —respondió, jadeando.

Su respuesta no era nueva, pero ahora se sentía como una verdad enterrada. Dejé caer su cuerpo al suelo y me alejé.

BattlefoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora