Cacerías

116 19 5
                                    

Cuando me imaginé como aventurero, creí que enfrentaría dragones, salvaría princesas o, al menos, exploraría mazmorras misteriosas. Nunca, jamás, pensé que terminaría en una plaza cubierta de caca de ganso.

El pueblo que llegamos a explorar no estaba desierto por casualidad. Nadie quiere vivir rodeado de aves territoriales del tamaño de un perro grande que tienen la fuerza de un luchador profesional.

—¿A quién se le ocurre encargar una misión para matar gansos? ¿Por qué no simplemente los… no sé, ignoran? —pregunté mientras miraba el papel que Ada había recogido del tablón.

—Porque no puedes ignorar a algo que te golpea como si llevara guantes de box —respondió Saber, caminando al frente como si no le importara el hedor o el peligro.

La plaza central estaba en ruinas, y el suelo parecía una trampa mortal de excremento. En cuanto pusimos un pie en el lugar, las bestias nos notaron. Eran al menos una docena, de plumaje gris sucio, ojos pequeños y maliciosos, y alas que parecían haber sido entrenadas para repartir puñetazos.

—¿Cómo demonios crecieron tanto? —murmuré mientras daba un paso atrás.

Aparentemente el maná en este mundo hacía que todo fuera más… grande. Si de por sí los gansos ya eran problemáticos en mi antiguo mundo, acá eran una verdadera amenaza.

—¡Vamos! No tienen espadas, solo son aves —gritó Saber antes de lanzarse al ataque.

Saber fue la primera en recibir un golpe. Uno de los gansos la azotó con el ala como si estuviera jugando béisbol y ella fuera la pelota.

—¡Son duros como el demonio! —gritó mientras retrocedía.

Intenté atacar con mi espada, pero el filo apenas arañó el cuello del más cercano. ¿Qué clase de aves tienen esta resistencia? Uno de ellos me miró fijamente, y juro que vi burla en sus ojos antes de correr hacia mí.

—¡Ayuda! —grité, mientras esquivaba un picotazo que dejó una pequeña grieta en el suelo.

Ada intentó lanzar un hechizo básico, pero sólo consiguió enfurecer a los gansos más cercanos. Saber trató de enfrentarlos con su escudo, pero no podía cubrirnos a todos. Era un desastre total.

Las aves atacaban en grupo, usando una coordinación que ni siquiera nosotros teníamos. Sus alas eran más fuertes que cualquier golpe que hubiera recibido en mi vida, y sus graznidos parecían activamente diseñados para perforar tímpanos.

—¿Por qué siento que nos subestimamos terriblemente? —pregunté mientras corría por mi vida.

—¡Porque lo hicimos! —gritó Arthur, sosteniendo a dos gansos que intentaban tirarlo al suelo.

Finalmente, me rodearon y me acorralaron.

—¡Novato! —gritó Arthur desde lejos, pero yo ya estaba demasiado ocupado siendo la piñata de una pandilla de gansos hormonados.

Se lanzaron contra mí, golpeándome por todos lados. Sus alas eran como mazos, y cada picotazo sentía como si me estuvieran perforando la piel.

—¡Midna, necesito ayuda! —grité, desesperado.

—¿Y qué quieres que haga? —respondió aún tranquila—. Soy solo un hada. Si salgo me parten la madre a mí también.

—¡Lánzame un hechizo o algo!

Entre los golpes y el caos, logré zafarme y correr como si mi vida dependiera de ello (porque, honestamente, así era). Llegué a un puente que cruzaba sobre un río seco, temblando como una hoja en plena tormenta.

BattlefoxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora