Hadas

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La noche ya había caído completamente cuando continuamos nuestro camino, siguiendo a Ada, la maga que nos había acompañado desde el incidente en el gremio. Su especialidad en magia ofensiva la hacía parecer confiada y segura, pero a veces era difícil leerla por completo.

—Ada... ¿de casualidad no conoces un lugar donde pasar la noche? —pregunté, intentando disimular mi agotamiento.

—Sí, justo estaba yendo a ese lugar —respondió sin detenerse, caminando con pasos ligeros.

—Genial, así dejarás de quejarte —dijo la Diosa con tono burlón, caminando detrás de mí.

—Ya no deben preocuparse por eso —añadió Ada, volteándose para mirarnos mientras caminaba de espaldas—. Es barato, cómodo y, lo más importante, te cubre de la luna.

La mención de la luna parecía un detalle insignificante, pero su tono dejaba entrever algo más. No quise preguntar. El lugar al que nos dirigíamos estaba apartado del centro del reino, así que la caminata fue larga. Para evitar un silencio incómodo, intenté iniciar una conversación con Ada.

—Pareces tener experiencia en esto... ¿Por qué estabas sola cuando nos encontramos?

—Mi anterior equipo me abandonó —respondió, su tono ligero ocultando la carga de sus palabras.

—¿Por qué lo harían? Pareces ser alguien muy confiable.

—Bueno, ellos... —Ada titubeó, visiblemente incómoda. Antes de que pudiera responder, señaló una granja cercana—. ¿Ves aquella granja? Ahí es donde nos quedaremos.

La maga entró en la casa y habló con una pareja de señores mayores que la recibieron con una calidez evidente. Luego de señalarme y entregarle unas monedas de la recompensa, salió de la casa con una sonrisa.

—¡Listo! Ya he hablado con ellos.

—Genial, ¿dónde quedan nuestras habitaciones? —pregunté con optimismo.

—¿De qué habitaciones hablas? —Ada rió suavemente—. Tú realmente eres nuevo en esto, ¿no es así?

—Bueno, yo...

—Nos quedamos allá —dijo, señalando una caballeriza.

No supe si reír o llorar.

—¿Dormiremos junto a los caballos?

—¿Qué tiene de malo?

Ada se dejó caer sobre el heno con una risa ligera, seguida por la Diosa que parecía no tener problemas en adaptarse. A regañadientes, caminé hasta otro montón de heno en una caballeriza contigua.

El lugar estaba lleno de otros aventureros descansando, pero el silencio era abrumador. Intenté acomodarme, pero el heno resultó ser más incómodo de lo que imaginé.

—En las películas el heno se ve suave y cómodo, pero pica mucho —murmuré mientras me rascaba.

Después de varias horas sin poder dormir, una voz aguda y juguetona rompió el silencio.

—¡Vaya! ¡Este humano aún está despierto!

Me incorporé de inmediato, buscando el origen de la voz. Frente a mí, un grupo de pequeñas criaturas aladas revoloteaba con movimientos gráciles.

—Apestas a sangre y sudor —se burló una de ellas.

—Ven a charlar un rato con nosotras, querido —dijo otra, sentándose en mi nariz.

Sin pensarlo mucho, las seguí fuera del establo, guiado por su extraña energía. Me llevaron hasta un gran árbol en las afueras del bosque cercano.

—Déjanos limpiarte —ofrecieron, rodeándome.

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