Capítulo - 39

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Una vez que Luisita ha abierto la veda, las dos intentan aprovechar esos días para continuar sorprendiéndose y hacer planes que normalmente no podrían hacer por falta de tiempo o porque aburrirían a la pequeña, lo cual ayuda a Amelia a sobrellevar su ausencia.

-Cariño, ¿te encuentras bien? –La morena le pregunta a su novia al entrar a la habitación tras su ducha y encontrársela allí sentada en la cama, mirando al vacío con la mano en el vientre.

La rubia parece sorprendida al escuchar su voz. –Eh, no, no es nada. Me duele un poco la tripa y estaba echando cálculos... pero sí, me va a bajar la regla en breve y estoy un poco hecha polvo.

-¿Te sigue apeteciendo salir? Podemos quedarnos aquí en casa haciendo cualquier cosa.

Luisita sonríe, agradecida, pero niega con la cabeza. –No, creo que salir me vendrá bien. Y además, no podemos desaprovechar el día estupendo que hace. Ya habrá días de lluvia en los que tendremos que quedarnos en casa. Como dice mi abuelo, en Abril, aguas mil.

-Vaya, por fin un refrán que conozco. Tu abuelo tiene un repertorio que de verdad no sé de dónde saca algunos. –La afirmación hace reír a Luisita, es cierto que algunos dichos de su abuelo parecen inverosímiles, pero en cierto modo ya ella está acostumbrada después de tanto tiempo.- ¿Estás segura, mi amor? A mí no me importa. –Pregunta, sentándose a su lado y poniendo su mano en su vientre junto a la suya.

La rubia busca sus labios y deja un beso suave. –Sí. Desinfecto la copa, me tomo un ibuprofeno y damos un paseo tranquilamente.

-Si estás segura... -Confirma la morena.- Damos una pequeña vuelta y luego venimos y te hago la cucharita en el sofá con la bolsa de agua caliente hasta que vuelvan los del viaje. Te doy todos los mimos que quieras.

-Esos son muchos mimos, ¿eh? Me parece una idea estupenda. –Sonríe Luisita, cerrando los ojitos en un gesto tan tierno que Amelia deja un beso en la punta de su nariz.

Los coletazos del invierno aún se notan en el aire helado que sopla de vez en cuando, pero cogidas del brazo y bien abrigadas, las chicas pasean disfrutando del día soleado que hace en Madrid. Su paseo les lleva hasta el Rastro, donde se distraen entre la gente y los puestos de antigüedades y objetos artesanales.

La rubia, de mucho mejor ánimo después de tomar el antiinflamatorio, se entretiene observando un puesto con decoraciones hechas con macramé, ilusionada con una pieza en particular que cuelga de una rama. –Es una pieza muy bonita. ¿Te gusta? –Pregunta Amelia en un susurro, sorprendiéndola desde detrás.

-Sí. –Ríe Luisita tras recuperarse.- Podría quedar bien en casa, ¿no? ¿Qué te parece?

-Me encanta. –Sonríe Amelia, que a pesar de que ya llevan varios meses viviendo juntas, todavía siente calor inundar su pecho cada vez que Luisita se refiere a la casa en común como su casa o incluso propone cambios en la decoración. La morena sigue sintiéndose insegura con esta vida que en cierto modo han impuesto a su novia y la capacidad de ella para encajar tan bien y tiene un miedo irracional a que se abrume y desaparezca. Por lo menos este tema, sí que lo ha hablado varias veces con ella y no se lo ha guardado. Después de todo, en eso cree que ha mejorado.- Disculpe, nos lo llevamos.

-Pero Amelia, ¿estás segura? Tampoco he pensado bien dónde podríamos ponerlo ni nada.

La morena echa mano de su cartera, pagando al dueño del puesto, y encogiendo los hombros mientras que Luisita toma la bolsa que protege el adorno. –Podemos ponerlo sobre el cabecero de la cama. O entre las ventanas del salón. O ya lo decidiremos.

Luisita niega con la cabeza y deja un suave beso en sus labios antes de que el señor vuelva con el cambio. –Gracias.

Tras terminar su vuelta por el Rastro, la pareja continúa su paseo y encuentra una mesa en una terraza donde se sientan acurrucadas a tomar unas cervezas y compartir algo de comida antes de poner rumbo a casa.

Lo Nuestro es Para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora