Capítulo VI

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–¡Que te vaya bien!– Estando en la estación todos se despedían, aunque yo no tenía ninguna intención de hacer lo mismo.

Caminé apresurado por la plataforma hasta salir a la calle y respirar el aire fresco. Un llamativo chico albino estaba sentado sobre una motocicleta casi tan extraña como él mismo. Me hizo una seña y sonrió.

–Encoge eso, nos están esperando.– Obedecí y Me dio un casco negro. –¿Qué tal te fue?– Preguntó mientras me subía.

–Para ser yo, corrí con suerte.– Lo escuché reír antes de que todo sonido fuera opacado por la fuerte resistencia del aire contra la velocidad y los rugidos del motor. –¿Cómo conseguiste que te la prestara?– La curiosidad me venció cuando llegamos a casa.

–Que te responda él.– Abrió la puerta para dejarme entrar y en la primera sala estaba sentado el Jefe.

–No deberías estar aquí, apenas pasó un mes desde que...– Con total naturalidad se levantó del sillón y me envolvió en sus brazos para después darme un apasionado beso que parecía haberse estado guardando desde hace unos días.

–Yo también te extrañé y también estaba preocupado por tí, por eso no pude evitar venir cuando me dijeron que saldrías de ese lugar unos días.– Suspiré encantado.

–Ajem... Jefe, tenía algo que decirle...– Asintió.

–Si. Lamento que la fiesta de Ostara se haya suspendido por mi culpa, así que quería darte la sorpresa.– Me sonrió. –El dinero que dejaste fue bastante útil, estamos planeando varias remodelaciones para el lugar.–

–Aún así... Esto...– Me rendí a las suaves caricias que daba en mi cintura. –Carla, si necesitas más, puedes decirme.– Suspiré antes de guiar al Jefe al interior de la sala y cerrar las cortinas. –En serio esto está mal, usted debería estar en el hospital, su pierna no se ha recuperado por completo...–

–El idiota blanco me lo dijo, ya conociste a Tom, ¿Eh?– Tragué duro, esto iba a ser complicado, al menos de explicar.

–Si, señor.– Palmeó sus muslos y obedientemente me senté sobre él (sin recargar todo mi peso). –Él no se arrepiente por lo que le hizo, pero estoy seguro de que no volverá a intentar lastimarlo.– Recargó la cabeza en mi pecho y aspiró mi aroma con fuerza.

–¿Cómo puedes estar tan seguro?– Acaricié su cabello.

–Porque yo se lo pedí... No muy amablemente.– Apretó su abrazo. –¿Lo sabías?–

–Debo contarte varias cosas, me gustaría no tener qué, pero...– Me pasé al sillón de enfrente, con gran práctica me quité las botas y deshice parte de mi peinado, luego, me acosté y extendí los brazos. –Las cosas no siempre son tan fáciles...– A pesar de decir eso, un par de minutos después ya estaba sobre mí.

–Pues comencemos a volverlas sencillas.–

–Hace casi quince años, una mujer llegó aquí, a Londres, clamaba venir de Italia y buscaba alguien que pudiera ayudarla, estaba en cinta.– Su voz era sedosa, el tipo de voz que usaba cuando las cosas iban mal y no quería alterarme. –Yo tenía unos... dieciséis o diecisiete años, mi pandilla la acorraló en un callejón creyéndola un blanco fácil, pero entró en labor de parto, todos desesperaron y yo fui el único que se quedó, pensé llevarla a un establecimiento cercano, el que fuera, no muchos lugares están abiertos pasada la media noche.– Obvió restregando su mejilla con mi ropa.

→Como puedes imaginar, no hubo mucho de dónde escoger, al final terminé gritando a un hombre para que pudiera entrar. Naciste en una de las habitaciones de The island, la 11 si no mal recuerdo. Tu madre me pidió cuidarte, pero yo no sabía nada sobre bebés, hice el intento, estuvimos viviendo ahí por unos... Tres meses, más o menos, el hombre nos pidió dinero por las atenciones y el hospedaje, lo normal.– No pude evitar reír un poco al imaginar este hombre cargando un recién nacido. –No te rías tanto, eras tú. ¿Sabes? Desde ese momento, supe que debías ser mío, no mi hijo o un compañero más, sino mi completa pertenencia y la más importante. Cuando abriste los ojos y se reveló al mundo este azul frío, para mí fue el más cálido de los colores. Hombres y mujeres se horrorizaban al verte y contemplar tu inocente mirar, admito que era divertido como temblaban por tí y escucharlos decir como podías ver a través de ellos, observar sus pecados, sus mentiras y engaños, sus mayores secretos... Por eso nunca te mentí.– Suspiré.

RavenclawDonde viven las historias. Descúbrelo ahora