SEGUNDA PARTE

16 4 0
                                    

Estaba el joven en una mesita al rincón de la humilde taberna, meditando en silencio sobre su triste suerte. Por una parte pensaba que Daniela se estaba burlando de él al hablarle por teléfono; y por otra se decía: ¿Y si esto fuese cierto, si en realidad sería Nancy quién había llamado? Tal vez para darle una explicación. Pensando en esto estaba que no percibió la presencia de un anciano, quien se le acercó lentamente...

— ¿Qué tal Alex? — saluda el viejo, tomando asiento frente al joven — ¿por qué tan deprimido, me invitas una copa, y luego hablamos?

— Sírvete las que quieras, viejo.

Responde, casi sin reparar en el recién llegado, metido en sus pensamientos como estaba no tenía tiempo para reparar en el primer vagabundo que se le acercara.

El viejo, luego de servirse una copa se levantó lentamente y se dispuso a marcharse.

— Esta bien Alex — dijo — en vista de que no quieres hablar de ella, pues me marcho.

Sólo cuando el viejo terminó de hablar, fue se reparó detenidamente en el mismo, y le pareció gracioso éste. Era el anciano de mediana estatura, piel blanca, sonrosadas mejillas, de contextura robusta, el pelo algo desordenado y blanco al igual que la bien poblada barba, sus facciones eran agradables, dando la impresión que en sus mejores años el viejo hubiera sido bien parecido, capaz de enamorar a cualquier beldad de la época. Vestía camisa caqui al igual que el pantalón, un saco color beige, también llevaba el viejo un pañuelo café que le abrazaba el cuello, unido por un anillo de oro a la altura de la garganta y sus puntas le caían a la altura del pecho. Por último llevaba el viejo una antigua pipa. Al joven le pareció que el mismo era conocedor de la vida en todas sus etapas y se intrigó aún más cuando recordó que le había llamado por su nombre; entonces pidió en tono jovial.

— No, por favor no te vayas, quédate, ¿sí? Por favor.

— Está bien Alex. Me quedaré, pues para eso estoy aquí.

— Bueno, gracias por quedarte. Pero dime ¿cómo es que sabes mi nombre?

— ¡Oh! Alex. He vivido lo bastante como para darme cuenta de tantas cosas de las cuales yo mismo me asombro a veces. Por ejemplo, te diré que estás sufriendo demasiado por un amor, el cual te falló en un momento en el que tú más confiabas. ¿Verdad?

El joven escuchaba al anciano como embrujado, pues por fin tenía ante sí a alguien con quien hablar de Nancy, y aún más, aquél viejo a quien parecía la vida había azotado tanto que ya nada le asombraba, le había adivinado su suerte, entonces emocionado responde.

— Así es Thomas, en verdad estoy sufriendo por una mujer a la cual amo a pesar de todo lo que pasó, sin embargo te digo que si esto que estoy sufriendo es el precio por haberla amado como sucedió, te digo que estoy sufriendo mucho; pero si tuviese que amarla nuevamente no vacilaría, aunque al cabo sufriese esto tres veces más.

— No lo dudo amigo, pues ella es tan bella y sensible que yo siendo joven la amaría igual que tú — responde el viejo sabiamente, y luego pregunta — pero dime Alex, ¿cómo es que sabes mi nombre? Pues hace un momento me acabas de llamar, Thomas.

Al escuchar lo último, el joven se sorprende, el viejo tenía razón, era verdad, ese "Thomas" le había salido a él de lo más profundo de su ser, ya que era la primera vez en su vida que veía a aquel anciano, sin embargo, la ternura tal vez fue lo que le motivó a llamarlo por su nombre "Thomas".

— No te preocupes muchacho — dice el viejo conciliador — ya sé, mi nombre te salió involuntariamente, de la misma forma que es el tuyo me salió a mí cuando te llame "Alex" y te digo otra cosa, que si me hablas un poco de ella, tal vez le adivine también el nombre. ¿No lo crees?

Primavera... AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora