Veintitrés.

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El sol brillaba demasiado fuerte, haciendo un fuerte calor sobre la piel blanca del asesino.

No se había movido de donde estaba sentado, eso lo había sacado de mente por un rato muy largo.

Nadie sabía nada acerca de nada, nadie excepto el rubio...

Pero el rubio no podría estar detrás de esto, ¿O sí?

El asesino negó rápidamente con la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos.

¿Y si el rubio era el que está detrás de esto? Él era el único que sabía acerca del asesino, él único que lo había visto matando a una persona, él era el único que lo conocía.

Se metió de inmediato en su casa cerrando la puerta de golpe.

Pero si no era el rubio ¿Quién más podría ser?

Mierda, la cabeza del rubio estaba enredada y blanca.

Por el otro lado de Europa, el rubio se encontraba acostado en la cama del cuarto que su abuela, había dejado para él.

Había sido inevitable para él no sonreír como idiota cada vez que se acordaba del "Me gustaría abrazarte" Había sido algo inesperado, agarrándolo frío al rubio; pero derritiéndose de inmediato.

Su madre ya se había dado cuenta, y se había sorprendido de la expresión que el rubio había tomado cuando estaba en el teléfono. Pero no le preguntó nada a su sonrojado rubio.

Abrazaba esa estúpida almohada de pingüino que su abuela tenía en el cuarto, que ahora se había convertido en su favorita. La sonrisa avergonzada y estúpida aún estaba adornando su rostro, no la cambiaba.

Le gustaba la idea de estar al lado del asesino, así podía recibir el abrazo que él quería darle.

Escondió la cabeza en su almohada.

Ahora necesitaba el consejo de abuelita.

Sabía que enamorarse de un asesino iba a ser algo muy peligrosos, no solo para uno, si no para ambos, no midió bien las consecuencias de los accidentes o incidentes que podía ocasionar estar con una persona que amaba matar más que a cualquier persona.

Pero él no había visto a ese asesino, él había visto a Michael. A ese chico que a pesar de haberlo lastimado, lo curó. Lo cuidó.

Quería llamarlo, otra vez. Quería escuchar su voz, ahora que lo sabía, ahora que lo sentía.

Pero sabía que el asesino había dicho demasiado en tan poco tiempo, y estaba seguro que si lo llamara, no le contestaría.

Se sentía tan bien y tan mal, por el asesino por su abuela.

El atardecer se acercaba, era preciosa la vista que su abuela tenía en la habitación.

Así que salió y fue corriendo hacia el cementerio del pequeño pueblo, que por suerte no quedaba muy lejos.

Siempre hablaba con su abuela cuando las cosas no las podía resolver él. Y ahora estaba tan confundido, estaba tan aturdido, pero también tan convencido.

Que solo lo hacía dudar acerca de las decisiones que tenía que tomar, ¿qué haría si permitiría que el asesino entre a su vida? ¿Qué haría si no? ¿Qué pasaría? ¿Cómo actuarían? ¿Cómo lo tomarían?

Sabía que su abuela no podía contestarle, pero también sabía que él lo haría por ella.

Se sentó al lado de la tumba de su abuelita, y contuvo las lágrimas fuertemente y converso por un largo rato con ella.

El asesino se encontraba comiendo una pizza que había ido a comprar a una pizzería, no podía llamar y pedir que se la trajeran. Evitaba eso. Y por demás sus pizzas congeladas se habían terminado.

Se sentó en el sillón con toda la información que había hallado de su siguiente víctima.

Ellen Brown Wan, 42 años. Viuda de Goerge Hollyde. Vendedora de niños, raptaba niños y los vendía a cualquier persona. Y no precisamente como adopción.

Sobó sus sienes, no había conseguido mucha información acerca de esa señora. Se mudaba constantemente, y cambiaba de identificación como si de ropa habláramos.

Era un punto difícil, que el asesino estaba dispuesto a tomarlo.

Tomó unos sorbos de la bebida helada que se encontraba en una lata negra.

No había salido de su casa, pero estaba dispuesto a hacerlo.

Tenía una fuerte seguridad en sí, ahora sabiendo que no podían hacerle daño al rubio. Claro, si es que el rubio no es él que está detrás de esto.

Y había estado pensando y planeando, las coincidencias, los sucesos que había pasado cuando estaba con el rubio, y los que no. Había calculado los tiempos y los días.

Y había descubierto que no era el rubio.

Guardo el resto de la pizza que quedaba en la caja en la refrigeradora y apagó el televisor, antes de salir hacia aquel burdel.

Pero tal vez debería dejar de hacerlo.

***

No se había movido, no durante el tiempo que lo estaba observando. Sabía a dónde se dirigía, sabía que tomaría, sabía con quién se acostaría.

No era necesario estar observándolo casi todo el día, no era tan necesario teniendo la información que él tenía.

Sus asesinatos, sus crímenes, sus incidentes. Todo.

Con esa información fácilmente podía meterlo preso en un santiamén, pero sin embargo él no quería hacerlo.

Él quería vengarse.

Quería vengarse, quería poder hacerlo pagar por—el ahora frustrado—sueño sin haberse cumplido.

Le había arrebatado el amor de su vida y se había equivocado completamente si él creía que nadie lo había visto.

Él se había escondido, y él lo había visto.

Había visto esa cruel escena, con lágrimas en los ojos y no había hecho nada al respecto.

Sin embargo había valido la pena cada jodido día que él ha estado esperando.

Había sido tan cuidadoso con él, lo había llegado a conocer como nadie, había estado detrás de él como ninguna otra persona estaría detrás de nadie.

Había sido un completo psicópata, solo por verlo al final.

Quería que también sufriera tanto como él lo había hecho.

Lo mataría, tal y cual él lo había hecho con el amor de su vida, tal y cual lo había hecho con Jannet.

The Killer [Muke Clemmings]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora