Ocho.

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El rubio aspiro el aroma del asesino, era una especie de coco y canela adictivo.

El rubio siempre había sido muy flojo para despertarse, pero el miedo con las justas y lo estaba dejando dormir los últimos días, además del dolor y ardor constante que sentía en el abdomen.

Sus ojos vagaron por la habitación observándola mejor el espacio.

Su curiosidad creció y se levantó de la cama, solo para ver esas fotografías instantáneas pegadas en un cuadro de madera.

Mordió su labio mientras observaba al dulce niño de las fotografías con la gran sonrisa entre las piernas de los que parecían sus padres. Las fotografías estaban bien cuidadas y poco nítidas.

Sus manos se movieron, queriendo tocar el cuadro con una fotografía pequeña en esta que estaba encima de unos de los roperos.

—Deja ahí.

Una voz gruesa y enojada lo detuvo, haciendo sobresaltarlo y esconder sus manos detrás de él.

—Lo siento, señor.

El asesino, lo agarro fuertemente del brazo y lo dirigió hacia la cocina de la pequeña casa.

—Será mejor que comas rápido, hoy te vas de aquí.

Su tono de voz era frío y controlador.

Ya había tomado una decisión, tenía que alejar a l rubio de su vista, y tal vez mudarse a otro país por si el rubio habla algo.

Las rutinas del asesino se estaban alterando por la llegada del rubio a él, a sido muy complicado concentrarse y poder pensar en algo más relevante desde que el rubio ocupa su mente de una manera ilógica.

Había una posibilidad muy grande de peligro hacia él si dejaba libre al rubio. Pero él no podía seguir con eso en la cabeza.

De un momento a otro un teléfono que estaba en la alacena sonó. Y ese teléfono no era del asesino.

Las manos del rubio fueron mucho más rápidas que las del asesino, y su cuerpo pequeño lo hacían ágil.

Contestó el teléfono.

El asesino paró en seco y agarró un cuchillo de carne para luego agarrar al rubio entre sus brazos y colocar el cuchillo en su cuello.

La respiración del rubio empezó a aumentar y el corazón a latirle. Sus ojos de repente picaban y su estómago ardía.

Cariño, hasta que me contestas. He estado muy preocupada.

—Mami —susurró, con el nudo en la garganta.

¿Qué pasa, bebé? ¿Estás bien?

El asesino apretó un poco su agarre y el rubio absorbió su nariz.

—Tengo gripe, eso es todo.

Ay, nene. Me voy solo unos días y ya te enfermaste.

—Lo siento, mami.

No, bebé.

—¿Y cómo está la nona?

Él asesino se relajó casi de inmediato.

Está perfecta! No sé cómo paso, cariño. Pero se está recuperando, de a poquitos pero seguro.

—Me alegro mucho, mamá. ¿Volverás pronto?

Tan pronto como se recupere, mi amor.

—Te extraño mucho —sollozo silenciosamente.

Lukey odio llamarte si vas a llorar, mi vida. Yo también te extraño demasiado, bebé. Ya pronto estoy por ahí.

—Está bien.

Bueno, mi bebé. Tengo que cortar, van a dializar a tu nona. Adiós, Lukey.

—Adiós, mami.

El asesino soltó de golpe al rubio y lo señaló con el cuchillo que aún seguía en su manos.

—Estabas a punto de contarle ¿no, pequeño idiota? —susurró entre dientes.

La ira se encontraba fácilmente en los ojos del asesino. Sus ojos verdes totalmente fríos y con el ceño fruncido era algo realmente aterrador, se escuchaba fuertemente su respiración y su mano seguía firme sosteniendo en cuchillo.

Se acercó peligrosamente al rubio y le agarro el rostro fuertemente.

—N-No... No-señor, lo-lo siento-mucho. Tenía-a que-contest-ar, señor.

El asesino paso el cuchillo suavemente por la mejilla del rubio, cortándole la piel levemente.

Ese cuchillo era su favorito, con ese cuchillo había descuartizado al policía que maltrató a un perro callejero.

—Que sea la última vez que haces eso sin mi permiso. ¿Entendiste, primor? ¿O te lo dibujo en la mejilla?

—Lo entendí, señor.

Los ojos del rubio estaban cristalizados y sus labios temblaban, pero el asesino estaba tan enojado que no se había percatado. A él le importaba más él mismo que los demás, por ahora.

—Ahora, traga rápido.

 Le ordenó antes de sentarlo bruscamente en la silla.

Nunca fue un buen cocinero, con las justas y sabía hacerse un mísero té. Pero le había puesto en la mesa unas tostadas con mermelada y un té caliente, son eso podría sobrevivir.

Miraba fijamente al rubio, sentía su respiración, grababa y estudiaba cada movimiento que él hacía. Buscando la manera de poder tratar de eliminarlo.

Pero como ya estaba dicho, él no podía.

Por una simple razón inhumana para él.

—Ya, rápido tenemos que irnos.

Agarró al rubio otra vez de su brazo sacándolo de inmediato de la casa y se montaron en el carro.

No lo había dejado comer bien al rubio, con las justas pudo tomar unos cuantos sorbos de té negros y no consiguió comer nada de las tostadas.

Pero eso no le importaba, su estómago ardía, pero no por hambre, si no por miedo.

Sentía miedo, miedo de por qué actuaba de una manera tan extraña el asesino, del cual ni sabía su nombre.

El viaje de regreso a la ciudad y con exactitud a la casa del rubio fue en total silencio y constantes maldiciones del asesino por estancarse en el tráfico.

El rubio solo juntaba sus manos haciendo suplicas silenciosas para su propio bien. Sintiendo un miedo extremo en cada parte de su cuerpo.

El rubio conocía ese camino, conocía a ese parque. En ese parque jugaba con su papá, y él odiaba pasar por esa calle. Pero no se preocupó mucho de eso, estaban cerca de su casa.

El asesino se estacionó una cuadra antes de llegar a la casa del rubio. Él no podía exponerse.

Agarró la billetera, las llaves y el teléfono del rubio para colocarlas bruscamente en su regazo.

—Bájate.

El rubio abrió la puerta media oxidada de la camioneta y bajo casi de inmediato. Cerrándola con cuidado.

El asesino no le dirigió ninguna mirada, no quería ver sus ojos ni nada relacionado con esa hermosa criatura de ahí en adelante, así que solo arrancó con la mirada fija al frente y avanzó dejando al rubio aún parado en la acera.

El rubio parpadeó y su corazón se detuvo ¿qué se supone que significa eso? ¿el asesino lo dejó libre? ¿lo volvería a ver? Era más que obvio que el rubio ya no quería ver al dueño de sus pesadillas otra vez.

Pero algo se había quedado en el carro, algo se había quedado al lado del asesino.

Que él no supo que era.

The Killer [Muke Clemmings]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora