Prólogo

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Quedaba poco tiempo, estábamos perdiendo esta guerra y ellos lo sabían, no había salida, todos moriríamos.

Mi armadura estaba bañada de sangre, mi cabello y mi rostro estaban empapados de sudor y sangre, ya no sabía si era mía, de mis enemigos o de mis aliados. Una sustancia negra aceitosa cubría mi espada, apestaba tanto que me hacía doler la cabeza.

A donde quiera que mirara veía muerte, cuerpos regados con grandes heridas, algunos de ellos les faltaba alguna parte de su cuerpo, gritaban de dolor o simplemente miraban el cielo nocturno con los ojos en blanco. Muertos.

Esta guerra era una masacre y esta guerra estaba a las puertas de mi reino.

El aire olía a sangre y muerte, era un olor que sabía jamás olvidaría y que perduraría por mucho tiempo.

Pero solo había una forma de salvarnos, una en la que yo tenía que sacrificarme, era mi destino. Lo había descubierto hace tiempo y había guardado el secreto.

Corrí hacia las murallas dentro del castillo donde aún no habían entrado y mi gente trataba de esconderse y evitar su inevitable destino. Vi a niños llorando en los brazos de sus madres, ancianas llorando y suplicando misericordia.

Corrí por todo el salón principal, mire por última vez al trono de hierro, aquel trono que era mío por derecho de sangre, aquel que debía proteger con mi vida, lo mire por última vez mientras corría y pasaba por las puertas a donde me llevarían a las catacumbas. Bajé los escalones, mi pierna sangrando y cojeando, pero aun así no me detuve. El aire aquí se sentía más pesado, frio y húmedo, pero aún tenía las energías para poder convocar la última gota que quedaba de magia corriendo por mi sangre.

El rostro de mi compañero vino a mi mente, nos habíamos separado durante la batalla y ahora no sabía dónde estaba, una parte de mi me pedía a gritos que fuera a buscarlo, pero la parte racional en mi me decía que ya no había tiempo, si quería salvar a mi pueblo, a mi Tierra tenía que hacer lo necesario.

Además, aun podía sentir el vínculo que nos unía, estaba tenso y borroso a las orillas, pero ahí estaba.

El seguía vivo.

Llegue al altar y me concentre en mi respiración, había estado practicando mucho tiempo y tenía que estar concentrada para poder hacer el conjuro, aun cuando con mi gran audición podía oír los choques de las espadas y los gritos fuera del castillo.

—Pura est sanguis meus, pura cor meum, ego aperire hoc ostium contra alios mundos.

Las palabras salieron fluidas y del espejo de metal que había en el centro del altar comenzó a salir una luz brillante y pude ver el otro del otro lado un cielo azul. Era otra tierra.

Si quería salvar mi mundo debía conectarme con otro mundo donde no habría magia y jamás pudieran alcanzar lo que tanto anhelaban.

—¿Pensaste irte sin mí?

Una voz sonó del otro lado del túnel, era mi compañero.

Su armadura negra bañada en sangre por nuestros enemigos, tenía una gran herida en el rostro, su cabello húmedo, pero sus ojos seguían siendo los de él, azules y brillante y no como los de aquellas criaturas de las sombras, sus colmillos sobresalían un poco y sus garras se retraían lentamente. Mi corazón se aceleró al verlo ahí de pie. Lo había esperando toda mi vida y solo habíamos compartido apenas unos meses antes de que guerra tocara nuestras puertas.

Pero si ese fue el tiempo que se nos permitió estar juntos... había valido la pena el haberlo esperado.

Las lágrimas me inundaron por completo, no pude creer que estuve a punto de dejarlo.

—Seguí tu aroma y el vínculo se sentía diferente— dio los últimos pasos hacia donde estaba y me tomo de las mejillas— supuse que estabas a punto de hacer algo.

—Perdón, perdón, yo...

—Te entiendo— pego su frente a la mía y susurro despacio— No hay otra manera de acabar con esto, Alyssa.

—Pero no acaba aquí, al cruzar el portal llevaremos la guerra a otra parte.

—Una tierra más preparada, un lugar donde puedan afrontar lo que nosotros no pudimos, salvaremos a nuestro pueblo.

Lo mire con detalle, sus ojos, sus labios, sus pómulos altos, sus orejas puntiagudas, sus colmillos y esa franja de pelo por debajo de su cuello y manos, él me había encontrado y me había seguido por toda la Tierra, hasta el más oscuro rincón... él siempre estuvo a mi lado y ahora también.

—No podremos volver— le dije mirando el portal en el espejo esperando a que fuera usado.

—Aquella otra Tierra será diferente a la nuestra.

Me tomo de la mano y juntos dimos los últimos pasos que nos acercaban al portal.

A lo lejos escuchábamos gritos de nuestra gente siendo masacrada, la oscuridad había pasado las murallas, espadas chocando, llantos, era una masacre, pero para salvar a nuestra Tierra de la oscuridad teníamos que alejar la única cosa que podría destruirla, pero que también podía fortalecerla.

Nosotros no pudimos averiguar cómo usarla, tal vez en aquella otra Tierra encontraríamos la manera de hacerlo, alejar a la oscuridad de nuestra gente, aunque también estaríamos condenando a otros y eso me partía el corazón.

Al dar el último paso hacia el portal mi sentido mejorado de la audición capto el sonido del aire cortándose a gran velocidad, siempre fui más rápida que todos los demás y en ese momento también lo fui.

Detuve la flecha que iba directo hacia mi compañero y pudo atravesar mi pecho por una abertura de mi armadura.

—¡No! — el gruñido resonó por todo el lugar y vi cómo mi compañero se lanzó hacia donde había venido la flecha.

Caí al suelo, mi respiración era lenta y con cada segundo me costaba respirar más, sentía como la oscuridad se regaba por mis venas invadiendo mi cuerpo, vi de reojo como el espejo se apagaba, con lo último que quedaba de mis fuerzas lleve mi mano a mi pecho y de el extraje la luz que había en mi interior, pero ahora con una pequeña mancha de oscuridad, era parte de mi esencia, la lance hacia el espejo y está la atravesó para que después el espejo se apagara.

El portal se había cerrado.

Mi compañero llego a mi lado, tenía sangre en la boca, pero su rostro había ira y dolor. No alcanzo a la persona que disparo la flecha.

—¿Por qué lo hiciste? —susurro.

No tenía fuerzas para responder, además de que sentía como me ahogaba con mi propia sangre, podía sentir mi corazón apagarse y el vínculo que nos unía se desvanecía lentamente.

Mi compañero me tomo entre sus brazos y paso sus dedos cálidos por mi mejilla una vez más, como todas las veces que lo hacía para mostrar su afecto.

Podía sentir su dolor, su corazón tratando de pelear por mí, su ira y angustia, su pesar y su duelo.

Éramos inmortales, apenas nos habíamos encontrado y teníamos toda una eternidad por delante que compartir, no podía perderlo, no de esta forma, las lágrimas se derramaban por mis mejillas, tenía miedo dejarlo, tenía miedo de lo que habría del otro lado, y lo único que me calmaba era saber que me esperaban mis padres y ancestros.

De rodillas, abrazándome y mirándome a los ojos, escuchábamos como los gritos y choques de espadas cada vez se acercaban más.

Había fallado, le falle mi pueblo, a mi familia y ahora a mi compañero. Las pisadas sonaban más cerca, habían entrado en las catacumbas y en poco tiempo estarían sobre nosotros para acabar su trabajo.

Mi compañero acerco su rostro a mi cuello, sentí su respiración cálida y después sus dientes filosos sobre mi piel. Nos habíamos prometido que si llegara el momento de la rendición nos iríamos juntos.

Así que cuando sus colmillos atravesaron mi piel, la imagen que surgió en mi mente fue un cielo azul, un pasto verde y un aire fresco lleno de tranquilidad y libertad.

Y con eso mi corazón dejo de latir.

A través del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora