—Comienza con algo sencillo y con lo que sabes que es verdad —susurra Miawyn, invadida por el miedo como una ola gigante, arrastrándola al abismo. Sus manos temblaban y su corazón latía con fuerza mientras intentaba controlar la situación y resistir el impulso de escapar—. Me llamo Miawyn Wolfaster, soy una xelfo, soy una soldado... soy una esclava... Debo... servir a los Dioses —pero era demasiado tarde: la mutación la había alcanzado. Por primera vez, experimentó el verdadero terror de las consecuencias de incumplir las Leyes Eternas.
Un dolor punzante recorrió todo su cuerpo, una sensación de ardor que se extendía por cada tejido. Su respiración se aceleró hasta ser casi incontrolable, sus pulmones luchando por encontrar aire suficiente para mantenerse consciente. Exasperada, repitió los nombres de los Dioses en voz alta, rogando ayuda para detener lo que estaba ocurriendo dentro de ella. Avanzó cojeando entre los escombros y huesos de sus compañeros caídos tras el enfrentamiento con la horda de monstruos.
El paisaje era tan devastador como escalofriante: trincheras destrozadas; torres derrumbadas y carbonizadas. Las cenizas de la batalla caían del cielo como una lluvia grisácea que impedía ver con claridad. El sector estaba repleto de restos de xelfos; algunos completamente calcinados, reducidos a nada. Lo peor eran los cuerpos tendidos, apestando con su descomposición. En ese momento vio a un soldado xelfo arrastrándose por el suelo, dejando un rastro de sangre negra detrás de él por sus piernas cercenadas.
—¡Ayúdame! —gritaba, mientras se aferraba a la pierna de Mia.
Ella temblaba; estaba aterrorizada. Pero sabía que no podía quedarse allí. Con lágrimas en los ojos, se liberó del agarre del herido, murmurando su perdón mientras se alejaba. Los gritos de auxilio llenaban el aire de la ciudad en escombros. Tapó sus orejas tratando de bloquear todos esos sonidos estremecedores, cojeando hacia el refugio, donde se encontraría con sus hermanos Luk y Oscar.
Luk Wolfaster, el joven xelfo y soldado del mismo escuadrón, había llegado al refugio tras perder el rastro de Mia. En cuanto ingresó por la entrada principal se cubrió la nariz; el olor del lugar era lo más cercano al concepto de la muerte: putrefacción y vómito, combinado con un calor intolerable. El zumbido de las moscas y gritos de dolor lo golpearon como un látigo. La escena era un infierno lleno de sobrevivientes, heridos por todas partes, algunos tumbados en el suelo sin ayuda, ya que no había espacio ni personal suficiente. Una claraboya había sido abierta en la parte alta del techo, pero no era suficiente para mitigar el olor y permitía que entrara la ceniza. Buscó a su hermana mientras se abría paso entre la multitud, serpenteando el camino, tropezando con objetos y extremidades. Pero no estaba allí... Empezó a sudar al pensar en lo peor.
Gritó el nombre de su hermana y, de repente, oyó una voz detrás de él.
—¿Luk? —era su hermano Oscar, arrodillado a unos metros detrás de él, con los brazos llenos de vendajes para curar las lesiones de los sobrevivientes, incluso su cabello rubio estaba manchado de sangre negra.
—¿Dónde está Mia? —preguntó, agotado.
Oscar frunció el ceño, confundido.
—Pensé que estaba contigo.
—¡No! —respondió con frustración. El miedo se apoderó de su cuerpo mientras giraba sobre su propio eje—. ¡La he estado buscando por horas! ¡La perdí en el brote!
—Puede que esté con los...
Entonces Oscar clavó la mirada, entrecerrando los ojos para enfocar. Luk creyó que observaba la puerta, pero en realidad miraba lo que se acercaba a ella, mucho más lejos: una figura tambaleante y entumecida, que llevaba el traje de soldado xelfo, moviéndose lentamente.
Ambos corrieron a la entrada, encontrándose con el frío y grisáceo campo de guerra.
Mia, que seguía caminando sin rumbo, sintió como su piel se estiraba hasta romperse bajo una presión invisible e insoportable. Su columna vertebral comenzó a jorobarse; dientes afilados emergieron del paladar rasgando la carne. Apretó su cabeza con ambas manos tratando desesperadamente de detener lo inevitable; y así notó como también perdía mechones de cabello.
—¡Me llamo Mia... Miawyn! —aulló con toda la fuerza que le quedaba. Las lágrimas comenzaban a derramarse por sus mejillas—. ¡No! ¡Piedad! ¡Dioses, perdónenme! ¡No quise romper las Leyes! ¡No quise romperlas! ¡NO QUISE ROMPERLAS!
Y de pronto, a unos metros de ella, a su costado derecho, se escuchó el sonido gutural de una figura monstruosa emergiendo de la niebla. Era enorme y blanco, con la baba cayéndole por la boca sonriente y abierta llena de dientes afilados. Luk y Oscar miraron a su hermana y vieron que estaba desarmada, así que no dudaron en correr hacia ella.
El depredador de cuatro extremidades rugió, listo para atacarla. Luk sacó su espada ardiente con fuerza, sintiendo el calor abrasador emanando desde el filo, apuntando directamente al corazón. La hoja atravesó la piel del pecho y cayó inerte al suelo mientras exhalaba un último suspiro agonizante.
Oscar fue rápido e inteligente: saltó encima de Mia para sacarla del camino.
Luk, sujetando la espada con ambas manos, sintió la tierra moverse detrás de él justo cuando otro monstruo saltó para atacarlo por sorpresa. Con un rápido movimiento, saltó hacia un costado esquivando la embestida. Cortó uno de los brazos de la bestia limpiamente antes de que la espada se quedara sin fuego. Y con un golpe, apoyándose firme, se lanzó hacia delante clavando la espada en el corazón, haciendo que también cayera sin vida al piso polvoriento. Ahora tenía la respiración agitada, intentando recuperarse lo suficiente para enfrentar un siguiente ataque. Pero no había más. Se quedó mirando a la criatura: era un ser lampiño y de piel blanca como la nieve, de al menos dos o tres metros, cubierto de baba espesa y pegajosa. Tenía dos ojos grises sin pupila alguna ni iris definidos; parecían dos esferas vacías fijadas directamente en su cráneo. Lo más espantoso eran sus dientes desordenados: hileras interminables de colmillos curvados hacia atrás, listos para devorar a cualquier ser vivo.
Pero entonces notó algo extraño: su hermana estaba atacando a Oscar por unos momentos como si fuera un animal.
Retrocedieron asustados esperando entender qué había pasado.
Fue cuando vieron, en una fracción de segundo, cómo ella había adoptado una forma torcida. Oscar trataba de consolarla sin éxito; los ojos de Mia estaban enloquecidos y vueltos completamente blancos. La joven temblaba mientras su cuerpo parecía retorcerse. Trataron de acercarse a ella con cuidado, pero ella los rechazó con un grito agudo y salvaje, sacudiendo violentamente su cabeza para que se alejaran. Súbitamente dejó de moverse. Miró a los ojos a sus hermanos, que estaban pasmados y sin poder moverse. Entre lágrimas y con una voz tosca, casi ininteligible, escupiendo baba, suplicó:
—¡Por favor... mátenme!
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Cazador de Dioses
Sci-fiDesde hace siglos, los Dioses Cósmicos rigen Terra. Con su poder, han esclavizado a toda una raza, los "xelfos", para que sirvan a los mortales. Si no obedecen a los Dioses, son torturados hasta transformarse en terribles monstruos que asesinan pers...