A un par de horas antes de la declaración de la Novena Ley Eterna:
Rachell Wolfaster, se apresuró por los pasillos de la sede principal de la sala de Comando, deslizándose entre el gentío como una serpiente en un campo minado. Cada soldado que se encontraba era un obstáculo más. Se tropezó con varios militares y con cada empujón, se disculpaba, para luego chocar contra una pared. Y con la oscuridad de la noche, más difícil se le hacía mirar.
—Lo siento—exclamó Rachell en voz baja, sujetando con una mano sus papeles, y con la otra el café que se acaba de preparar—, por favor, necesito pasar.
Su chaqueta de servicio ondeaba tras ella como un estandarte. Estaba corriendo tarde, cosa que no es común en ella, y sabía que todo su equipo estaría esperándola pacientemente.
<< ¿Soy la estratega principal de la milicia y fallo llegando atrasada? Justo hoy >> Pensó ella.
Mientras corría, ajustó su larga falda negra y su corbata del mismo color. Sujetó con fuerza su cabello con un listón púrpura y limpió sus anteojos por décima vez ese día por empañarlos con su propio aliento.
Cada paso que daba resonaba con un eco sutil en el pasillo, revelando su urgencia. Su mente estaba centrada en su apariencia, por lo que no notó la presencia del soldado que se encontraba apoyado en una de las paredes, observándola con una sonrisa maliciosa.
Justo cuando ella estaba a punto de pasarlo, el soldado extendió su pie intencionadamente, haciendo que Rachell tropezara. El café caliente salió disparado de la taza, derramándose sobre los brillantes zapatos negros del soldado y también sobre el suelo.
Rachell, tratando de mantener el equilibrio, miró horrorizada el desastre que había causado. Por su parte, el soldado la miró con furia, levantando su pie empapado y observando las manchas oscuras que ahora adornaban sus zapatos.
—¡Mira lo que hiciste, basura xelfo! —gruñó el soldado, con una voz cargada de desdén—. ¡Estos zapatos son nuevos!
Rachell, sintiéndose humillada, pero sabiendo que una confrontación no le haría ningún bien, respiró hondo antes de responder.
—Lo siento, fue un accidente. Déjame ayudarte a limpiarlos.
El soldado la miró de arriba a abajo, evaluando si aceptar o no su oferta. Finalmente la rechazó, aclarando que no permitirá que una escoria xelfo le toque sus zapatos.
Finalmente, llegó al salón donde se esperaría el evento. Abrió las puertas sin llamar demasiado la atención. Se escabulló entre las sillas vacías hasta llegar a su puesto. Hasta que todos los ojos se volvieron hacia ella mientras hacía una reverencia apresurada ante sus compañeros militares: Sus dos colegas Aliss y Erzo, que la reciben con un acogedor abrazo y el comandante Danel que le devuelve la mirada levantando su ceja y peinándose el cabello blanco. La mesa alrededor de los paneles estaba rodeada de comida sencilla: desde pan tostado, frutos secos, postres, hasta jugos naturales.
—Lo siento mucho —Dijo ella sin aliento—. Deshonré a los Cósmicos.
—La Diosa del Cielo y la Tierra debe estar muy decepcionada de usted esta noche, señora Rachell —comenta Erzo, soltando una risita.
El comandante Danel sonrió comprensivamente cuando vio a Rachell avergonzada, tan desaliñada, pero comprometida como siempre. Intentó recuperar el aliento después de haber corrido como loca durante las últimas horas. Es un hombre de tercera edad, con el cabello gris y las orejas de un royal.
—No te preocupes —Le respondió él amablemente, aunque algo divertido también—. Llegaste a tiempo. Come un poco. ¿Qué estuviste haciendo?
—Pedí suministro para la Zona de Concentración Xelfo Número 368.
ESTÁS LEYENDO
Cazador de Dioses
Ficção CientíficaDesde hace siglos, los Dioses Cósmicos rigen Terra. Con su poder, han esclavizado a toda una raza, los "xelfos", para que sirvan a los mortales. Si no obedecen a los Dioses, son torturados hasta transformarse en terribles monstruos que asesinan pers...