Episodio III

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Los tres se aferraban con fuerza a la espalda de Panda mientras volaban por encima de las nubes. Oscar no podía apartar su mirada de su hogar en llamas, que se alejaba cada vez más en el horizonte detrás de ellos. Las lágrimas corrían por sus mejillas y sentía un dolor punzante dentro de él al darse cuenta de que nunca volvería a la aldea que había dejado atrás.

Ninguno hablaba: Estaban demasiado aturdidos para formular alguna palabra coherente.

Después de una hora volando sin parar, Panda comenzó a mostrar signos de fatiga y Luk supo que necesitaban descansar. Hizo señas para indicarle al animal que descendiera hacia tierra firme. El lobo buscó un lugar seguro donde posarse entre los cerros y aterrizó en una pequeña colina cubierta de hierba alta.

Al descender, se bajaron con cuidado del lomo. El ambiente estaba lleno de tensión. Se sentaron juntos en un prado verde rodeado por árboles frondosos mientras contemplaban la belleza natural que les rodeaba. Pero sus mentes estaban bloqueadas por lo que había pasado: todo lo que habían conocido había sido quemado hasta los cimientos. Cuando ya había comenzado el alba, Mia tomó la iniciativa de hablar:

—Podríamos revisar nuestras heridas antes de considerar a donde viajar—propuso, mirando fijamente al horizonte lejano.

—Dime que te arrepiente —le exigió Oscar a Luk con voz temblorosa. Luk bajó la mirada y suspiró:

—Y ahora que, Oscar...

—No te hagas el desentendido, hermano. ¡Asesinaste a esos niños! —gritó, poniéndose de pie, indignado.

—No sobrevivirían allá afuera...

—¡Cómo lo sabes!

—¡Los dos, ya basta! —chilla Mia.

—Los alimentamos por años —Siguió Oscar—. Conocíamos sus rostros... ¡Y los mataste sin piedad! —Continuaba gritando cada vez más alto mientras se movía frenéticamente dando vueltas alrededor de Luk—. ¡Cómo sabes que no hubieran tenido una larga vida fuera del 368!

Pero Luk simplemente negaba con la cabeza sin decir nada; parecía inepto de mostrar algún tipo de remordimiento por lo que había hecho, dándole la espalda.

—¡Di algo! ¿O a Iseli Vivian también la mataste para no llevárnosla?

—¡Cállate! ¡Tú elegiste vivir entre xelfos! —Luk se levanta, irritado—, con las oportunidades y comodidades aseguradas en una Capital... No traes sangre negra en tus venas y decidiste tener la vida de un xelfo. Esta es, te la presento. No tienes idea de cómo nos tratan allá afuera, a esos niños les hice un favor, e Iseli se salvó de todo esto... Te aseguro que no te he mantenido todos estos años a base de moral y buen corazón. ¡Te he mantenido asesinando inocentes! Y respondiendo a tu pregunta inicial, no... No me arrepiento de nada. No me arrepiento porque no lo vale... Y lo volvería a hacer si es necesario.

El silencio cayó sobre ellos como una manta pesada e incierta mientras ambos se quedaban inmóviles durante unos largos minutos. El joven Oscar parecía estar en shock, tratando de asimilar las palabras que acababa de escuchar.

La hierba alta se agitó violentamente a lo lejos. Los tres levantaron la mirada para ver qué sucedía. Una aeronave descendió del cielo. Luk sacó su espada de inmediato y se puso en posición defensiva. Por otro lado, Oscar corrió emocionado hacia la nave al reconocer al capitán Cristofer salir de ella. El hombre era fácilmente identificable por su traje negro impecable y sus mechones oscuros de cabello que cubrían gran parte de sus ojos. Bajando los escalones de la escotilla de la nave, Cristofer ordena:

—Suban, nos vamos.

—Suban, nos vamos

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