Episodio IX

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En el puente que se extendía majestuosamente hacia la Periferia Norte, la evacuación transcurría aparentemente sin contratiempos. A lo lejos, los escuadrones de aeronaves se aproximaban, una visión imponente en el cielo que gradualmente reducía su velocidad y altitud. Esto creaba un silencio inquietante, como si el mismo viento contuviera la respiración. Las voces de los presentes apenas eran susurros fugaces en el trasfondo de ese impresionante escenario.

—¿Por qué llegan en este preciso instante, cuando casi todo está listo? —preguntó Thrent.

A su lado, Gabriel emitió una risa nerviosa antes de agregar:

—La Legión nunca ha sido famosa por su prontitud en la acción... —sin embargo, su sonrisa desapareció rápidamente al presenciar cómo la ceniza comenzaba a descender del cielo. La desesperación se apoderó de él y gritó con todas sus fuerzas a los civiles:

—¡CORRAN HACIA EL NORTE! ¡ESTÁN EN PELIGRO!

Sus palabras resonaron en el aire como un grito desesperado de advertencia. La ceniza caía lentamente, y Gabriel la reconoció como un ominoso presagio. Esta ceniza, invisible para los ojos mortales, actuaba como un ancestral aviso de los xelfos, un siniestro anuncio de que algo aterrador estaba a punto de suceder.

La radio de Erzo y Ari se inundó de llamadas de emergencia procedentes de la Unidad Guard, implorando que las aeronaves den la vuelta y no entren a la ciudad. Pero ya era demasiado tarde... Los soldados xelfos a bordo de las naves empezaron a experimentar transformaciones inquietantes en las cabinas. Explota una carnicería sanguinolenta, la masacre de los pilotos y las aeronaves que empezaron a caer del cielo como hojas de un árbol.

Las naves que aún no habían conseguido franquear el círculo protector de la ciudad se precipitaron en el mar con estruendosos y terroríficos impactos. Algunas de ellas chocaron contra el puente, desgarrando el concreto y rompiendo las cuerdas principales que sostenían la estructura.

A medida que las aeronaves enemigas caían del cielo como estrellas fugaces, el estruendo de sus impactos sacudía la estructura con una furia incontenible.

Civiles en desesperada huida corrían presas del pánico. Mujeres, hombres, niños; todos eran arrastrados por la marea de caos que se apoderaba del puente. Algunos gritaban llamando a sus seres queridos, otros clamaban por ayuda. El humo y la ceniza envolvían a la multitud, nublando la visión y dificultando la respiración.

Los pilares del puente comenzaron a ceder ante la violencia de los impactos. Los fragmentos de concreto se desprendían y caían al agua. Las cuerdas que sostenían la estructura crujían como un lamento.

—¡Tenemos que ayudar a los civiles! —grita Thrent.

A lo lejos, el mar rugía como un monstruo hambriento mientras las aeronaves naufragadas se hundían con un resonante chapoteo. Las olas se alzaban furiosas, salpicando a los que corrían hacia el norte en un intento desesperado por salvar sus vidas. El río de gente se convertía en una masa caótica y frenética, cada uno luchando por su supervivencia.

—¡Thrent, no! —ordena Gabriel.

El puente, antes majestuoso y seguro, comenzó a desmoronarse en pedazos. En medio del caos, Thrent, desoyendo la orden de Gabriel, corrió por el borde del puente, esquivando el fuego y los escombros que llovían sobre él como una lluvia infernal. Finalmente, Gabriel se unió a la iniciativa.

En medio de este desastre, Thrent y Gabriel forjaron un camino a través de la multitud enloquecida. Cada paso que daban parecía una carrera contra el tiempo y la inevitable destrucción del puente. Ayudó a sacar a las personas entre el concreto, llevando a otros en el hombro, haciéndolos cruzar al tramo del puente que todavía se mantenía estable. Cada crujido y retumbe del concreto se sumaba a la sensación de que estaban corriendo contra un reloj implacable.

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