Capítulo Sexto

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Tiró su examen sobre el escritorio y se sentó frente a él. No era algo  de lo que pudiese alardear, y menos algo con lo que le comprobaría a su padre que  estaba equivocado. No, era un desastre. Así nunca podría llegar a cumplir lo que deseaba, no podía permitirse más distracciones, incluso pensó que podía poner sus novelas bajo llave y confiarle su seguridad a Sam. De esa manera no se vería tentado.

Su nota siquiera alcanzó lo mínimo que le permitiría hacer un recuperatorio. Tendría que recursar Historia. Estaba obligado nuevamente a soportar interminables horas de su profesora hablando acerca de importantes escritores  de hace tres siglos que ni siquiera eran la clase de novelistas que a Aris realmente le interesaban. Realmente en esos momentos odiaba profundamente a Lion. Después de todo era su culpa que no hubiese podido estudiar correctamente la noche anterior, ignorando lo vital que eran las horas previas a un examen. Y no era como si fuese a recibir al menos una disculpa, claro que no. De cualquiera manera Lion no sabía nada de su vida, ¿Por qué tendría que disculparse? Nunca entendería lo importante que era aquello para él, no por la carrera en sí, sino por lo que significaba al fin obtener el título. Su sueño hecho realidad: que la gente pudiera comprar y leer lo que él escribía, que lo disfrutaran, que se conectaran con cada palabra y con los personajes, llevarlos a mundos donde el romance lo es todo y el amor es para siempre.

Tomó el examen, lo estrujo entre sus manos hasta convertirlo en una nimia bola de papel inútil, y lo arrojó por la ventana, para no tener que verlo nunca más en su puta vida. Sí, eso, en su puta vida, así estaba de furioso.

Al menos ahora tenía unas semanas de descanso antes de tener que retomar sus estudios, podía ponerse al día con todos los textos que debería leer para las próximas clases y cuando empezara el nuevo semestre, estaría listo para lo que fuera. Esta vez no iba a perder el tiempo, nadie se iba a interponer en su camino.

Encendió la TV para hacer un poco de ruido, abandonó  el escritorio y se arrojó sin miramientos a su cama. Un par de horas de sueño para recuperar energías y estaría como nuevo.

Sin querer se encontró pensando en Lorraine. ¿Dónde estaría? ¿Seguiría viviendo en  casa de sus padres, allí por la calle Pendergast? Si así era, tal vez podría llamarla, no perdería nada con intentarlo. Podrían juntarse, tomar un café, ir a comer algo, ver una película, pretender que la veían y luego… ver que sucedía. No quería una relación con ella, eso quedaba fuera del plano. Pero un pequeño reencuentro no le hacía daño a nadie…

Ya había estirado su mano tanteando por su móvil, cuando golpearon a su puerta.

- ¿Quién es? – preguntó automáticamente, ya de camino a abrir.

No le respondieron, sino que volvieron a golpear, más insistentemente. Aris supuso que sería Sam, seguramente quería saber cómo le había ido en el examen, y quizás copiar algunas de sus respuestas. Pues que mal que había tirado la infernal prueba por la ventana, no que le fuera a servir de nada de todos modos.

Que sorpresa se llevó, y no de las agradables, cuando el que franqueó la entrada mientras él estaba muy ocupado buscando el número de Lorraine, no fue Sam, sino un moreno con cara de pocos amigos.

- ¿Quién demonios te crees para cortarme el teléfono? ¿Es que tu papi no te enseño modales, enano? -  Allí, apoyado en el marco de su puerta, estaba Lion en todo su esplendor, usando una cazadora de cuero muy ceñida el pelo revuelto en vez de su cresta habitual y sus ojos ocultos detrás de unas gafas de motociclista Ray-Ban espejadas. Lo miraba con las cejas arqueadas en una clara expresión de su incredulidad. Pero sus labios pronto formaron una inequívoca sonrisa. Aris no podía venir nada bueno de aquella expresión.

Reaccionó lo más rápido que pudo, con la mano que había abierto, empujó con todas sus fuerzas intentando cerrar la puerta y esta vez, dejar a Lion afuera. Lo intentó, realmente lo hizo. Forcejeó durante unos agónicos segundos, luchando por cerrar la, pero Lion ya había introducido la mitad de su cuerpo en la habitación y hacía palanca con su brazo trabado contra el marco.

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora