Capítulo Décimo Octavo

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Su respiración había pasado de agitada a casi inexistente, después de todo no quería que lo oyeran llegar desde un kilómetro a la redonda. Oía a alguien caminar en la habitación de al lado, pero estaba completamente a oscuras, así que no podía saber si era Lorenzo o era alguien más cuidado del lugar, no había planeado tener que enfrentarse a nadie más, solo tenía una descarga en su Taser y estaba reservada para dejar fuera de combate al mounstro.

El corazón le martilleaba tan fuerte que temía que así lo descubrirían, su cerebro procesaba la información a una velocidad alarmante y su estado de alerta era tal que el más leve susurro lo hacía detenerse con el alma en la boca. Estaba desesperado por correr hacia el lugar de donde venían los sonidos, romperle la cabeza al tipo y rescatar a Aris de sus garras lo más pronto posible, pero no podía arriesgarse así, si Lorenzo llegaba a escapar, o a atraparlo, no iba a poder contar la historia y probablemente Aris tampoco.

Inspiró profundamente y avanzó un par de pasos de puntillas, hasta el lugar dónde se unía la entrada y la segunda habitación, una especie de cocina con dos puertas, una por lo que veía desde su posición, daba a un baño, la otra a unas escaleras que descendían aún más en las entrañas de la ciudad.

Lorenzo estaba allí, lo sabía por su tamaño y por el cabello que se pegaba húmedo a su cuero cabelludo, era él. Un acceso de ira mezclado con un miedo paralizante lo apresó. Se escondió en las sombras y escuchó.

- En una hora habré terminado, luego puedes venir por el cuerpo.

- … - Estaba hablando por teléfono, ese hombre tenía que ser el cómplice que salía en algunas fotos, el calvo que pisaba las cabezas de los chicos como si fueran basura. Quiso vomitar cuando lo recordó. Apretó con más fuerza el Taser y con la otra mano también tanteó un cuchillo que tenía en el bolsillo de la cazadora. Solo si es necesario, se dijo.

- Te gustará, tiene unos preciosos ojos que podrás vender muy bien a tus coleccionistas, nunca viste nada igual, Vlad, prácticamente son transparentes… me aseguraré de tener el placer de arrancárselos yo mismo, pero descuida seré cuidadoso. –

Sus manos temblaban de la rabia y el asco que estaba sintiendo, ese hombre hablaba de arrancarle los ojos a Aris como si comentara el precio de una remera, era enfermizo. La mano se cerró en torno al cuchillo, si eso no era necesario entonces podía darse por loco, pues no encontraría nunca una situación más necesaria que esa, cuando bullía de ganas de rebanarle cada dedo que había puesto encima del chico.

Cada vez se sentía más mareado, no podía dar crédito a lo que sus oídos captaban, era la conversación más mórbidamente repugnante y enferma que jamás había oído. Y hablaban de Aris como si fuera un muñeco y no una persona con alma, con vida, con un corazón que latía como el de ellos. Bueno, no como el de ellos, esas personas tenían hasta el núcleo de sus cuerpos podridos. Salió de su escondite y se acercó lentamente por la espalda de Lorenzo, el hombre estaba tan concentrado que no lo notó.

- Solo me falta la última parte de la purificación, luego será todo tuyo. Está destruido, pensé que soportaría mejor las descargas eléctricas, pero casi lo pierdo varias veces… no quiero perder más tiempo, si su corazón falla antes de la etapa final todo habrá sido en vano. Además sabes que me pone cuando ruegan que los mate… Y sí, voy a estrenar la hermosa daga con el mango en cruz que me conseguiste, es exquisita. La hice bendecir, ese demonio no volverá a tocar la tierra con sus indignos pies… Bueno, iré a terminar el trabajo, nos vemos en una hora.

- ¡NI EN TUS SUEÑOS, MALDITO ENFERMO! – Y activó el Taser, conectándolo a la espalda desnuda de Lorenzo. No pudo ver su cara, pero si escuchó el grito que emitió cuando las extensiones de aparato lo tocaron y luego vio como se retorcía, su cuerpo entero presa de espasmos violentos. Sin piedad le subió la intensidad al máximo, casi podía oír como su cerebro se achicharraba, después de todo lo había modificado para hacer algo más que solo paralizar, lo había hecho para castigar y poner a dormir a un elefante. Lorenzo cayó y se retorció y luego quedó frito en el suelo. Pequeños espasmos lo recorrían, pero ya no estaba consciente. Solo era la electricidad restante en su cuerpo.

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora