Capítulo Vigésimo

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Tuvo que pedirle a su padre que por favor no lo llevaran a ningún otro lado que no fuera su propia casa, claramente no volvería al campus por un tiempo, pero tampoco quería ser internado en ninguna institución profesional para el tipo de trastornos que había sufrido. Le costó convencerlo pues todavía tenía horribles pesadillas que los médicos llamaban terrores nocturnos, y durante el día muchas veces empezaba a llorar sin motivo, o experimentaba violentos temblores que hacían eco al sentimiento de estar siendo electrocutado una y otra vez… pero él no deseaba ser encerrado, ni quería alejarse del mundo, más bien solo recortar una parte de él y quedarse en su antigua casa, viviendo con su padre, lejos del centro. Por lo menos durante el tiempo que Armand pudiera dejar el trabajo.

Finalmente logró hacerlo entrar en razones, y después de tres meses internado en el hospital, aún con vendas en los lugares que más habían sufrido y con un inhalador para cuando le daban esos ataques de asma en los que su garganta se cerraba por completo y no podía respirar, le dieron el alta.

No podía decir que estaba feliz ni mucho menos, pero era un cambio ligeramente positivo con respecto a las interminables horas dentro del hospital con nada más que hacer que mirar horas y horas de televisión sin realmente mirar. No leía novelas porque todo lo que nombraban se había convertido en una falacia y le dolía recordar que tipo de persona era antes de que todo eso lo golpeara y le dejara tullido de por vida.

Tampoco pidió saber cómo estaba Lion después de enterarse que era el quien realmente le había salvado la vida, en parte porque aún no decidía si quería vivir realmente, y también porque el mismo Lion que había sido dado de alta meses antes que él, no había aparecido ni una vez por el hospital. No que ardiera en deseos de verlo, pero al menos sentía la obligación de agradecerle, no por él mismo, pero por su padre. Y también por haber ayudado a atrapar a ese hombre que prefería no nombrar.

Cautelosamente se lo habían dejado saber, con el cuidado de no ir demasiado rápido ni de mencionar nada en específico. De cualquier manera empezó a temblar en cuanto entendió a quien se referían. Lorenzo.

Estaba siendo procesado en lo que iba a ser un largo y tedioso juicio, no porque no tuvieran pruebas, sino porque tenía los mejores abogados y el mismo era versado en transgredir las leyes y legitimarlo. Pero todo apuntaba en la dirección correcta, salvo el hecho de que él tendría que declarar llegado el momento y eso lo perseguía en las noches.

Desde que lo supo, el miedo latente se había vuelto más poderoso, no tanto como para enloquecerlo, pero si para que estuviese distraído todo el tiempo. Ya de por si no podía prestar demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor, siempre se mantenía callado, introspectivo, decidido a pasar su tiempo manteniendo a raya los demonios. Durante el día era más sencillo, pero a la noche esas criaturas rastreras y hechas de humo denso, se colaban por cada orificio de su cuerpo cortándole la respiración, amenazando con asfixiarlo, envenenando su mente con recuerdos que eran tan vívidos que casi podía decir que los estaba experimentando de nuevo. Por eso lo de terrores nocturnos, pues era completamente terrorífico y real al mismo tiempo. No se desvanecían como los sueños, sino que seguían allí cuando despertaba y horas después.

Empezó también a ver su rostro mientras estaba despierto, mucho después de haber pasado las pesadillas. Lorenzo se le aparecía sin decir nada y se volvía a ir tan rápidamente como había venido. Y Aris no necesitaba más que eso para desarrollar un ataque de pánico en todo su nombre. Entonces se desesperaba, temblaba, su respiración se volvía superficial y la taquicardia lo mareaba. El pecho se le volvía una roca pesada que no podía sostener, y la desesperación, el pánico y el convencimiento de que iba a morir, lo envolvían. Así pasaban quince o veinte minutos, hasta que podían calmarlo.

Incluso con las sesiones profesionales con la psicóloga no ayudaban mucho, porque por más que había empezado a hablar, solo lo estrictamente necesario, se negaba a decir nada sobre los sucesos traumáticos que le habían dejado en ese estado. Y mientras rehusara a admitir que habían sido reales, que no eran solo producto de sus pesadillas, que estaba herido y necesitaba ayuda para sanar, nada iba a realmente lograrse.

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora