Capítulo Séptimo

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Si tenía que ser sincero, entendió perfectamente el sentimiento que se generó cuando Lion lo besó. Lo había leído millones de veces, aunque no lo hubiese experimentado en carne propia hasta ese momento. El calor que le recorrió el pecho, las vibraciones que se extendieron desde el centro de su cuerpo hasta cada extremidad; la manera en que sus puños se apretaron en un vago intento de atrapar las sensaciones, ingenuamente, como si pudiese dominarlas más de lo que ellas lo dominaban a él.

Así se sentían las heroínas cuando el hombre que les gustaba, las besaban. Como si se hubiera encendido un foco de luz en su interior, lo comprendió, lo aceptó y de repente se sintió mucho más calmado. Se permitió corresponder el beso tan torpemente como se lo permitieron sus oxidados labios, que ardían bajo el arrebatado contacto con Lion. Arqueó un poco la espalda para acomodarse mejor bajo él, y se dejó llevar por el fuego que amenazaba con arrasar todos sus sentidos.

Cuando por fin lo miró a los ojos, ya no había miedo en ellos, quizás si nervios, pero estaba decidido. Le daría una oportunidad a todo ello, por varios motivos: primeramente, no podía seguir negándose como si fuera un niño, lo que le sucedía era extraño, bizarro, raro, incómodo, inusual… pero era real.; segundo, también estaba el hecho de que Lion, por más idiota ególatra que fuera, tenía un punto y no se equivocaba del todo; y finalmente quería averiguar hasta donde era capaz de prolongar aquello para convertirlo en un romance de novela, algo no tan fogoso como lo que seguramente Lion imaginaría claro, sino que lo iba a hacer luchar, quería que batallara por lo que deseaba, que lo hiciera sentir especial, si iba a acceder a todo aquello, sería a su manera o nada. Quizás no fuera amor, prácticamente estaba seguro de que no lo era, pero iba a probar hasta a donde pueden llegar los límites del deseo y la pasión.

Si Lion sentía una décima del fuego abrazador que a él le consumía cada vez que lo tocaba, entonces tenía una carta que jugar. Sino, bueno, había sido una experiencia que nunca olvidaría. Frunció ligeramente el ceño mientras observaba fijamente esos orbes avellana que le devolvían el gesto, quizás un poco embobados. A veces olvidaba el efecto que tenía cuando le hacía eso a las personas.

Cuando habló, su voz, aunque cargada de emoción, no tembló.

- Tengo una condición. Una sola por ahora, pero si no puedes, lo siento, pero no. Y hablo en serio. Si no cumples, te odiare realmente, y jamás te lo perdonaré. Nunca. – Hizo una pequeña pausa, armándose de coraje para pronunciar una de las frases más vergonzosas que jamás había dicho hasta ese momento. – Quiero seguir siendo virgen, Lion. –

El agarre con él cual el moreno lo sostenía aflojó de inmediato, mientras una expresión de completa confusión se dibujaba en su rostro habitualmente burlón. Lo había desconcertado por completo, seguramente era la primera vez que alguien le decía algo como eso, estaba seguro. Lo vio abrir la boca, pero ningún sonido salía de ella. Su cabeza se fue ladeando hasta darle un aire casi inocente que sorprendió a Aris. No sabía que Lion podía poner una expresión como aquella, era por poco, adorable. Estaba a punto de preguntarle que le sucedía, cuando llamaron a la puerta.

-¿Aris? ¿Estás ahí? ¡Creí haberte oído llamándome! Estaba en la ducha por eso no vine, ¿Pasó algo? ¿Estás bien? – Era la voz de Sam, su vecino y amigo. Se le escuchaba un tanto preocupado, así que sin mirar a Lion, lo rodeó y fue a abrir la puerta.

- Lo siento Sam, es que… - Dio un vistazo involuntario a Lion y luego abrió. – Sam, con sus característicos rulos completamente mojados y aplastados, y su pantalón a medio abrochar, lo miraba un tanto consternado. – No pasó nada, solo me caí. Pero… Lion llegó y me ayudó… hehe… lo siento, es que soy tan torpe… - Disimuló lo mejor que pudo el hecho de que hace un momento nomás estaba todo agitado y revolucionado, pero Sam no era idiota.

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora