Capítulo Décimo

2 0 0
                                    

Para cuando Sam regresó a aporrearle la puerta, ya se había asegurado de que estuviera bien trabada para que no le pudieran interrumpir más. Le gritó que le dejara en paz, que estaba bien, aunque fuera todo lo contrario, y simplemente le dejó seguir golpeando hasta que se cansó y le dejó solo.

Ya había dejado de llorar, ahora la angustia corría libre por sus venas, oculta para el mundo exterior. Sus ojos siempre brillantes y claros estaban fuera de foco y opacos, fijos en ningún punto en específico. Había pasado el enojo para convertirlo en un zumbido agudo que le retumbaba en los oídos, realmente no sabía cómo se sentía. Se encontraba en un punto inexplorado de su mapa emocional, donde todo era aún demasiado oscuro para que pudiera discernir lo que lo rodeaba.

El placer y la tristeza se entretejían, dejándolo en medio de una red pegajosa de la que no podía huir. En algún punto sabía que era demasiado, que debería olvidarlo y seguir con sus cosas, pero no podía dejarlo ir ¿Cómo una persona podía hacerlo sentir tan bien y al momento siguiente, transformarlo en nada más valioso que una basura?

Él se lo había buscado, dejándole entrar en su vida, aunque fuese por las malas. Era su culpa, toda su maldita culpa. Incluso su inocencia le había jugado en contra. Todo era su culpa, por permitirse pensar que alguien que quería estar cerca de él no quería hacerle daño. Nadie se queda cerca de ti si no pretende algo a cambio. No puedes tener expectativas honrosas de nadie. Menos de gente como Lion, que solo querían llevarte a la cama.

Se sentía como una muchacha a la que habían engañado, tal y como en sus novelas. Así de roto, de decepcionado, de asqueado de sí mismo. Fue hasta el armario y en el fondo dio con lo que buscaba. Hacía más de dos años que lo evitaba, pero aún lo guardaba por si acaso. Bueno, allí estaba el “acaso”.

Sacó dos minúsculas pastillas blancas de su blíster y las miró unos segundos antes de apurarlas por su garganta. Volvió a guardar la caja y luego abrió la última cerveza que le quedaba. No estaba bien mezclar Rivotril con alcohol, pero solo necesitaba olvidarse de todo por lo que quedaba del día, y de allí en adelante ver como trabajaba con eso. Además había experimentado peores cosas, aquello eran cosquillas.

Se tiró en el piso, con la cabeza sobre el puf preferido de Lion y sin querer se preguntó cómo estaría, si habría peleado con Sam, si donde quiera que estuviese, estaría pensando en él, si se arrepentía de haberlo querido forzar.

“Al menos se detuvo… al menos no me obligó a seguir cuando me vio llorar… ¿Lo hizo por él, o por mí?”

Sacudió la cabeza que empezaba a girar por sí misma, apenas ese pensamiento se formó. Odiaba a Lion, era un imbécil, un morboso, un pervertido y aprovechador. Era escoria.

Y sin embargo se encontraba pensando en él casi con pena, ¿Realmente se la había puesto tan difícil? ¿Era su culpa?

- Debo estar volviéndome loco, claro que es mi culpa… pero por confiar en él. – Volteó su cuerpo de costado y cerró los ojos, invitando al sueño a invadirlo y borrar por unas horas su angustia y confusión. Y más que nada, quería que borrara todo rastro de Lion en su vida.

Que grandes mentiras se inventaba.

__________________________________________________________

Su teléfono no paraba de zumbar, una y otra vez en el bolsillo de su cazadora, pero él lo ignoró de nuevo. No estaba de humor para trabajar después de aquel día, menos cuando tendría que aparecerse con la cara hecha papilla. Se tomaría el día libre para descansar, arreglar su cara… y sus sentimientos.

Ojos de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora