Capítulo Décimo Tercero

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Apenas tenía unos quince años, no había pasado mucho desde que la pubertad lo había hecho pasar por unos cambios drásticos en su cuerpo. Ahora cada vez que se veía al espejo ya no encontraba un vientre sobresaliente, sino que en su lugar había músculos con los que no había ni soñado. Todavía no impresionaba a nadie con ellos pero sabía que si seguía trabajando, algún día sería como su hermano mayor y tendría a todas las mujeres que deseara. O en su caso…

Había regresado temprano a casa del instituto y tenía tarea por hacer, por suerte se llevaba muy bien con la computadora, desde que adquirieron una, se volvió adicto a trabajar con ella, códigos y programas, los manejaba como una extensión de sus dedos, se podía decir que era muy inteligente para su edad.

- ¡Estoy en casa! –

Nadie respondió.

Estaba dejando sus cosas sobre la barra de desayuno de la cocina, cuando tocaron el timbre. Fue a ver quién era y para su sorpresa, el hombre que un día fue su padrastro estaba parado en la puerta, apoyado contra el marco como si estuviese a punto de caerse. Lion le regaló una mirada de puro sarcasmo.

- ¿No te había pedido mamá que no volvieras por aquí? Estás borracho… - Lion lo sentía en el aire, el hedor a alcoholismo rancio que emanaba ese hombre era vomitivo. Más cuando con la edad que tenía nunca había tocado una sola botella.

- Cie… rra el pico mocoso… ¿Dónde está Helen? – Arrastraba las palabras hasta deformarlas por completo y tenía que hacer un esfuerzo considerable por entenderlo.

- No está. Lo siento, pero tengo que hacer cosas, adiós… - Empujó la puerta para cerrarla, pero el hombre la pateó antes de que pudiera llegar a trabar. El impulso empujó a Lion hacia atrás y entonces su padrastro se metió en la casa.

- Lo único que faltaba… que un mocoso como tú… me impida la entrada a mi propia casa… Oye, bajaste de peso, ya no eres más un gordito inútil entonces… - Le miró con desprecio mientras se reía. Lion escupió un insulto entre dientes y se puso de pie, avergonzado por tener que pasar esa situación estando solo.

- Si no te vas voy a llamar a la policía, tú tienes una orden de restricción. – Dijo ignorando sus comentarios maliciosos, yendo a por el teléfono de línea. Quizás su padrastro estaba más alerta de lo que parecía, porque le hizo una zancadilla y llegó primero al teléfono, que desconectó de un tirón, para después arrojarlo al suelo.

- ¿A quién… vas a… llamar, gusano? – Las palabras se le enredaban en la boca y cada vez que hablaba parecía que las regurgitaba todas juntas. Lion sintió miedo de aquel hombre, no olvidaba que había golpeado a su madre y a su hermano. Por suerte él no había estado en casa ese fatídico día.

- Yo… esto… - Su ex-padrastro era bastante grande, un hombre en sus cincuenta, con barriga de cerveza y casi quedándose calvo en algunas partes, pero medía casi un metro noventa, de modo que no era algo que él pudiese enfrentar con sus quince años y estando todavía en pleno desarrollo.

- Me enteré… que tu querida madre… se va a casar de nuevo… y que vendió MI coche… ¿Puedes creerlo?... me las va a pagar esa… perra malagradecida… yo la saqué ¡De la basura!... y yo la puedo destruir… ¿Sabes? Voy a arruinar algo que ella aprecie mucho… y lo voy a arruinar tanto que ya no va a tener arreglo. – Dio unos pasos hacia Lion, quien retrocedió, sus piernas temblando como hojas de papel. Sentía miedo, pánico, terror. Pensó que lo iba a golpear hasta perder la consciencia, pero lo que hizo fue mucho peor, realmente estaba cumpliendo con su palabra.

El hedor a alcohol lo envolvía, le revolvía las tripas.

Ese hombre estaba sobre él, atrapándolo en sus garras sin dejarle posibilidad de escape.

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