ԃҽ́ƈιɱα ƚҽɾƈҽɾα ʋҽʅα | ʅα ƈαɾιƚα

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❝A pesar de ti, de mí y del mundo que se desquebraja. Yo te amo.❞

—Rhett Buttler.

Al conocerla Aioros no pudo tener el inmediato presentimento de que había algo malo con ella. Oh, y cuanta razón tenía.

Porque mientras la iba conociendo y ahondando en ella. Repetidas veces se horroriza ante todo lo doloroso que ocultaba esa carita angelical.

Y es que por Athena ¿En qué había querido convertirla Yuki-onna siendo tan sólo una señorita?

Mei fue entrenada desde muy pequeña para desarmar a la gente con sus encantos, todo mientras se mantenía distante, la entrenó para entregar su cuerpo pero no su corazón, como si ella sólo fuese un juguete sexual sin sentimientos.

Mantiene una pobre ilusión, simula ser la mujer ideal, la chica soñada por los hombres que sólo acepta todo con una sonrisa sin rechistar; como una muñeca de porcelana sin importancia.

Mei ha entregado su cuerpo o al menos ha estado cerca de hacerlo, ha besado labios que no ama. Conoce la palabra sexo, pero no sabe qué significa hacer el amor. Porque no puede, ese asco de madre que tiene (Por quien Aioros únicamente puede sentir respeto al haber sido quien la trajo al mundo, pero ese respeto es opacado por una enorme aberración) la ha hecho pensar que no lo merece, que es sólo una máquina de caza.

Aioros la ha visto, y odia verlo. Odia ver como ella se echa a llorar desconsolada después de acabar con un chico que no pudo contener sus instintos, como sufre ataques de pánico mirando la sangre en sus dedos. Mei se mira al espejo, incapaz de reconocerse a sí misma, se saca ese maquillaje hipócrita y se siente un poco mejor. Pero su alma sigue manchada y ella no puede hacer nada para cambiarlo.

Es una mujer preciosa y ella lo sabe, Aioros es testigo de ello. Utiliza esa belleza para conseguir lo que quiere, difícilmente un hombre es capaz de no fijarse en ella y su figura cautivadora. Una imagen y aura tan cargada de sensualidad que, al lado de sus movimientos llenos de feminidad la hacen destacar.

Ella deslumbra, es consciente de ello. Pero eso no consigue aliviar el terrible ardor que la embarga a diario. El ardor de la soledad; toda esa gracia que carga no es suficiente para aliviar ese desastre que es en realidad.

Mei odia pensar; odia pensar en su arruinada y casi inexistente familia, esa clase de recuerdos horrendos sólo le ocasionan llantos, escondidos por la negrura de la noche. Varias noches después el ciclo se repite, ya aliviada un poco o al menos desahogada esa congoja se prepara para cautivar, para volver a cazar y quitarle la vida a alguien más, para su propia supervivencia.

Tiene una cita en la noche. Una cita de la que sólo ella regresará.

Da igual cuánto sufre y cuán sola se siente, sólo le queda sonreír, mantener el mentón en alto y centrarse en su papel. Una gran mujer dijo una vez “Ríe cuando estés triste, llorar es demasiado fácil”, pues ese consejo ella procura seguirlo al pie de la letra.

Aioros la ayuda cuánto puede, pasa con ella todo el tiempo que su apretada agenda le permite. Aliviándola, calmando sus crisis emocionales y recordándole que ya no está sola. Sin embargo sabe que no puede protegerla de lo que está fuera de sus paredes y dentro de ella, al mismo tiempo sabe que ella ya no quiere seguir así, que ese estilo de vida la hastía. Simplemente es una prisión de la que piensa que no podrá salir.

Pero se ha vuelto una experta fingiendo, sencillamente se viste con esos atuendos que marcan su hermoso cuerpo, levanta el mentón y tras una profunda respiración finge una sonrisa. Sabiendo que ese doloroso ciclo se repetirá sin contratiempos, pero ya no intenta cambiarlo, es la única forma de vivir que conoce. Por más que lo desee es inamovible.

Desea más que nada ser una persona normal, no tener que sobrevivir a costa de los demás, no tener que utilizar a un pobre hombre para conseguir sus objetivos. Tristemente no lo es, su sentencia está marcada y su única opción es cumplirla.

A veces, la tristeza hacen mella en ella de tal forma que Aioros se horroriza al notar las ojeras que carga, atacada por el insomnio. Haciéndola ver mayor de lo que es.

Aioros sabe y comprende que eso es lo único que Mei conoce, porque creció sin figura paterna. Sin ese calor y toque de humanidad que le diese adecuadas lecciones morales. Ese vacío siempre permanecerá en el interior de Mei y esa dependencia hacia su progenitora la persigue y no sabe qué hacer para tomar el control de su vida.

Aioros tampoco sabe qué hacer, sólo hace lo que puede que es atenderla y brindarle el consuelo que tanto necesita. Agradece ser de esas pocas personas capaces de ver a través de esa mentirosa máscara que Mei Ling lleva a diario. Detrás de la cuál se oculta una niña, una niña con miedo de ser herida en su momento de debilidad.

Dicen que abrir las piernas es muy diferente y más seguro que abrir el corazón. Dicen que para seducir no se necesita sentir.

El hecho de ser una completa extraña en Rodorio ayuda hasta cierto punto. Pero eso no la salva de ganarse cierta mala fama; la fama de la muchacha que siempre se reúne con hombres jóvenes conocidos por ser picaflores, quienes siempre desaparecen misteriosamente. El Santo de Sagitario incluso ha oído que llaman “Depredadora” y “Perra” a la chica de la que se ha enamorado.

Si sólo supieran...

Aioros desea que sepan lo que es ella realmente; porque no es tan mala como parece ser. Simplemente es una chica que cree ser feliz, en medio de ese teatro que ella misma se ha obligado a montar para ocultar cuán sola se siente.

Y además, Mei es consciente de esa reputación que se gana lentamente en el pueblo. Yuki-onna le advirtió que el mayor peligro que corre una seductora es la opinión de su propio género. Por lo que realmente a ella le da lo mismo ese asunto.

Mei finge que no le pasa nada. Sin embargo Aioros puede ver ese dolor escondido en sus ojos.

Vҽʅαʂ, ɱύʂιƈα ყ αɱσɾ 𝄞𝄢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora