Capítulo 8: El herrero loco

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El sol comenzaba a dormitar en el horizonte cuando habíamos dejado Lebolas, humillados. La espesura de los árboles solo dejaba entrever los cambios rojizos en el cielo de aquel espectáculo natural del día a día, tornando mucho más depresivo el ambiente. Recorrimos algunos cientos de pasos, caminando junto a nuestros reptilianos amigos a la orilla del río, cuando la penumbra se apoderó del bosque. Me vi tentado a detenerme para continuar mi andar al alba, pero la pesadumbre en mi corazón me obligaba a seguir hasta mi nuevo destino, pues de ninguna otra forma se aliviaría pi pesar.

Rumsfeld y yo nos encontrábamos en un silencio sepulcral, roto únicamente por las hojas y ramas bajo nuestros pies. No ocupábamos intercambiar palabras para adivinar lo que el otro estaba pensado: ambos nos habíamos preparado para el escepticismo, las burlas y uno que otro rechazo, pero no para un rechazo tan bestial y total. También podía saber la razón por la que mi compañero no argumento a mi favor: él no suele ser bueno con las palabras, y claramente hubiese hecho trizas tanto a los guardias como al herrero si hubiese llegado a enfurecerse ante el rechazo.

Ahora nuestra única esperanza era un herrero al que llamaba chiflado, y cuya referencia ojalá solo estuviese ligada a sus ideales o comportamientos, no a sus habilidades o técnicas.

<<Quizá no está loco, quizá es solo un idealista, o quizá solo cree en criaturas imposibles como nosotros; quizá incluso asegure la existencia de alguno y, como nosotros, haya visto lo que pocos hombres con vida han visto>>

Me encontraba aún sumido cuando comencé a distinguir voces provenir del bosque. Agucé mi oído y pude comprobar que era una sola voz, pidiendo ayuda. Sin dudar un momento tomé las riendas y dirigí a toda velocidad a los viboragis en dirección de la voz.

-¡Maldita sea! ¡dónde está el peligro! – Balbuceo Rumsfeld, que en aquel momento se encontraba al borde del sueño.

-He escuchado a alguien pidiendo ayuda –

La carreta saltaba y se movía bruscamente de lado a lado, a tal punto que pensé que alguna de sus ruedas terminaría rompiéndose. La oscuridad era casi total, pues el leve resplandor de la luna era completamente obstruido por el espeso follaje, así que nuestra única guía era el aumento de la potencia de los gritos de auxilio. Afortunadamente para nosotros, la carreta mantuvo su integridad hasta que fuimos capaces de distinguir una antorcha entre los árboles.

De un tajo de mi cuchillo liberé a los viboragis de sus ataduras y estos salieron despedidos hacia la luz; Rumsfeld y yo les seguimos. En el momento que alcanzamos al emisor de aquella luz quedé totalmente sorprendido, pues en primera instancia me pareció un niño por su tamaño, pero al observarlo con mayor detalle su calvicie en la parte superior de su cabeza y una mata desordenada de cabellos blanquecinos que cubrían su circunferencia delataban su avanzada edad. El anciano se detuvo un momento, sorprendido de nuestra repentina aparición, pero inmediatamente continuó su huida pues en pos de él venía un glotón colosal adulto.

La fugaz parada del anciano hizo que su perseguidor se lanzara contra él, pero mi compañero intento interceptarlo con su característica velocidad, propinando un fuerte golpe en dirección a su cabeza. La bestia esquivó ágilmente el ataque y lanzó su contrataque con sus garras, pero ya me encontraba a su lado e intenté alcanzarle con un tajo de mi cuchillo. Mi ataque fue igualmente eludido y, con una embestida de su gran cuerpo, fui lanzado contra un árbol. Sin perder tiempo, la bestia arremetió ahora contra mi compañero con una feroz dentada, quien esquivó el ataque. Inmediatamente la bestia lanzó un zarpazo que mi compañero logró bloquear con su mazo, pero la fuerza le llevó a estrellarse contra un árbol. El glotón intento degollarle con sus temibles garras, pero su ataque término rasgando profundamente la corteza del árbol donde antes se encontraba mi compañero, quien ahora se encontraba al costado de la bestia y le alcanzó con un poderoso golpe. La bestia chilló de dolor para después alejarse de mi compañero con un salto lateral, pero yo ya me encontraba allí con mi improvisada arma; al golpear contra el árbol de espalda, me di cuenta que todo el tiempo había llevado el hueso atado con sogas tras de mí. Alcancé a nuestro enemigo con un tajo descendente, después bloqué un zarpazo con el mismo hueso y arremetí finalmente con un tajo lateral, todo con un mismo movimiento fluido, lanzándole unos cuantos pies en el aire. Finalmente, la bestia huyó claramente adolorida, pero muy probablemente sin ninguna herida mortal; a pesar que mi compañero le asestó un golpe directo, después comprobaría que al igual que yo solo buscaba ahuyentar a la bestia pues, como muchos otros depredadores en particular, solo se encontraba cazando por "deporte", algo así como un entrenamiento para un cazador.

Crónicas de un cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora