Capítulo 3: Terror en las montañas susurrantes

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Caminamos casi exactamente durante dos días, parando únicamente para dormir y comer, antes de llegar a nuestro destino. Durante el viaje la fortaleza y resistencia de Rumsfeld se hizo mucho más notoria, pues durante todo el trayecto llevo a su espalda su poderosa arma. Ésta era casi tan grande como él, con la masa compuesta con ODA(Oro de Dragón Azul, uno de los materiales más pesados conocidos) incrustado con distintos tipos de colmillos en su parte posterior y como mango un robusto hueso de Armalo. Cabe mencionar que aquellos materiales combinados con la increíble fuerza de su portador podrían hacer trizas casi cualquier cosa existente.

El asombro durante aquel viaje no parecía querer disminuir, pues al amanecer del tercer día al subir a la cima de una pequeña colina pude contemplar por primera vez las montañas susurrantes. Decir que las montañas eran tan altas como el cielo mismo no es una exageración, y me atrevería a decir que sería quedarme corto en describir su magnificencia pues sus cumbres se encontraban por encima de las nubes, como si llegasen a tocar a las mismas estrellas.

-¿Alguna vez alguien ha sido capaz de llegar a la cima de alguna? – Pregunté mientras aún admiraba casi boquiabierto a aquella maravilla natural.

-Nunca he oído hablar de alguien que lo hiciera, aunque las antiguas creencias dicen que los mismos dioses viven en esos sitios –

-Una creencia bastante lógica; solo un dios podría subir tan alto –

-Bien, continuemos, si piensas que son enormes ahora espera a estar a sus pies –

Andamos hasta estar a los pies de aquellos colosos de piedra, pero en lugar de ascender como hubiese esperado, Rumsfeld comenzó a bordear las montañas. Fue hasta que nos topamos con una caverna que comenzó a explicarme las razones de tal maniobra.

-En todos estos años he descubierto que esos cabrones han interconectado la mayoría de las cavernas, algunas quizás fueron excavados por la mismísima reina. En fin, solo debemos seguir el camino correcto y ascenderemos sin arriesgarnos a caer en alguna grieta oculta por la nieve –

Encendimos las antorchas y seguí a mi compañero, quien en cada bifurcación me señalaba el camino. Subíamos y bajábamos iluminados únicamente por el fuego de nuestras antorchas; cada paso, cada palabra, cada ruido resonaba con un profundo y macabro eco. Pequeños roedores corrían de vez en cuando en la lejanía para refugiarse en sus madrigueras; las arañas encontraban su hogar en el techo, donde tejían sus molares telarañas donde los insectos encontraban la muerte.

Llegó un momento donde Rumsfeld tomó una cantimplora que llevaba mi costado, diciendo.

-No seas egoísta y convídame un poco de tu agua –

-Eso no es agua, es licor; aguardiente para ser más preciso –

-Vaya que las apariencias engañan, nunca hubiera imaginado que cargaras tu propio licor, daría un pequeño sorbo pero no quiero arriesgarme a nublar mis sentidos – Dijo mientras me devolvía la cantimplora – Recuerda que no es un día de campo, no pienso morir por qué a ti te apetezca embriagarte.

-No te preocupes, no pienso tomar un solo trago – Contesté ante la intrigante mirada de mi compañero.

Poco a poco, mientras nos adentrábamos más en las cavernas, un olor nauseabundo inundo el ambiente, seguido por las cavidades cubiertas por la mucosa que Rumsfeld había descrito; intenté comentar algo sobre aquello, pero Rumsfeld me acalló con un ademan de su dedo. Poco después, cuando el olor era casi insoportable susurró.

-Debemos estar cerca, prepara tu arco para cubrirme y mantente alejado del combate principal, tu cuchillo debe ser tu último recurso –

Cuando el hedor se tornó tan envolvente y asfixiante que era casi insoportable, ingresamos en lo que parecía ser una gran cámara de techo abovedado. Allí el suelo estaba repleto de estalagmitas de diverso tamaño y el techo de estalactitas; era imposible dimensionar aquel sitio pues nuestras antorchas solo nos permitían apreciar un espacio bastante limitado.

Crónicas de un cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora