Capítulo 2: Comienza el viaje

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Apenas asomaba el sol en el horizonte cuando Ari y yo nos despedimos, con un dolor inmenso en el corazón, pero la esperanza del rencuentro como consuelo.

-Prométeme que regresaras para contarme sobre tus viajes y descubrimientos, como lo hacías cuando éramos niños – Fueron las últimas palabras que me dedicó.

Ella partió hacia el castillo Rutherford y yo, con brújula en mano, comencé mi viaje hacia el oeste. Había elegido esa dirección pues hacia esa dirección me pareció haber visto volar al dragón, e igualmente se encontraba el lago donde le había visto.

Tardé poco tiempo en llegar al sitio. El trineo donde llevaba al Malero continuaba allí, aunque el animal no. Mi cuchillo, arco y mi carcaj también se encontraban sobre la nieve. Los tomé y mire durante algunos momentos el lago bajo el peñasco. Me acerqué, me senté en el borde e intente recordar con mayor detalle al dragón.

A pesar que el punto donde sus alas se unían con su cuerpo se había observado bastante musculoso, lo cual había sido la razón de las poderosas ráfagas de viento, debía haber otra razón por la que pudiese volar. Quizá su cuerpo era mucho más ligero de lo que aparentaba, aunque el temblor que sucedió a su aterrizaje señalaba lo contrario. Quizá contaba con algún medio para aligerarse al momento de alzar vuelo, pero si ese fuera el caso ¿Qué era? Finalmente, la teoría más descabellada que pude pensar, sentado en aquel sitio, fue que quizá, solo quizá, el dragón era capaz de controlar el vientoParecía una locura, inclusive me sentía loco al pensar siquiera en aquello último como una posibilidad real, pero algo en mí me incitaba a no descartar tal pensamiento.

En las viejas leyendas la mayoría de las criaturas fantásticas, en especial los dragones, contaban con poderes y habilidades que iban mucho más allá de la comprensión humana. Si los dragones, seres de los que hablaban las leyendas y se consideraban solo un mito, eran reales ¿Por qué no debería ser reales muchos otros aspectos de las leyendas? Mi mente divago imaginando la cantidad de criaturas que podrían existir representados en leyendas; quizá yo sería capaz de descubrirlo algún día. En esos momentos recordé una vieja historia que mi padre me había narrado en una de nuestras tantas expediciones de caza.

La historia era protagonizada por uno de mis personajes favoritos: Hermepo Left. En ella un joven cazador, aún inexperto, se encaminaba busca de una pequeña jauría de supuestos lobos blancos, que mataban al ganado de un señor feudal. El cazador encuentra el supuesto rastro de los lobos, pero ciertas señales comienzan a indicarle que algo no va bien. El protagonista se da cuenta, muy tarde, que el rastro que en verdad estaba siguiendo era de una manada de lobos árticos, y no lobos blancos como había supuesto.

El joven cazador huye de las bestias, pero éstas, que tenían una altura hasta los hombros similar a la del mismo cazador, logran alcanzarle fácilmente. El joven logra despacharse a un par con su cuchillo de caza y logra herir a una más con su arco, pero las bestias son demasiado para él. Afortunadamente, justo un momento antes que las bestias devoraran al joven, el grandioso Hermepo Left hace su aparición y hace retroceder a las bestias con un solo movimiento de Padró, su espada ancha. Como suele ser normal en este tipo de historias, ambos unen fuerzas para vencer a la gran manada de lobos pero al finalizar la batalla, Hermepo sencillamente desapareció.

La historia era sencilla, y quizá sea ilógico declarar que ésta siempre fue mi historia favorita de entre todas las que mi padre me narraba, pues había una docena que le superaban en diversos aspectos. Sin embargo lo que ésta destacaba era un iba más allá de cualquier cuestión literaria o narrativa; era algo con lo que podía identificarme. Sonreí al pensar en aquella cuestión; introduje mi cuchillo en su funda vacía, colgada a mi cinto; colgué el arco y el carcaj a mi hombro, y finalmente partí hacia mi destino.

Crónicas de un cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora