Capítulo 11: Ojo de halcón

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Nuestro camino nos llevó hacia el suroeste, rumbo a Maneol, una ciudad perteneciente al reino Eagleson. Durante las cinco semanas de trayecto, Rumsfeld y Nostradum no paraban de discutir por nimiedades, aunque en lugar de ser molesto, resultaba divertido ser testigo de aquello.

En un inicio tuve la inquietud de que se presentase alguna dificultad al momento de ingresar al reino Eagleson pues, junto con el imperio Anguis, era una de las principales potencias económicas y militares de Aneal (los cuales, tiempo después sabría, los estudiosos únicamente les diferenciaba como reino e imperio en nombre por los métodos de adquisición de territorios, aunque ambos eran considerados imperios), pero estas jamás se presentaron; Nostradum nos explicó que era por la amistad que tenían con los feudos y ciudades comerciales del norte, concentrando su mayor restricción en el acceso de sus fronteras en el este, aunque el tema es mucho más complicado como para ahondar en éste sin desviarnos demasiado de nuestra historia. Sin notarlo ingresamos dentro de los territorios del rey Arthur Eagleson V, por los cuales deambulamos hasta encontrar la importante ciudad de Maneol.

Esta ciudad constituía una de las principales fuentes económicas en el norte del reino y de gran importancia en cuanto a poder militar se refería. En las afueras de la ciudad abundaban los cultivos, donde los campesinos encontraban su hogar y trabajo, cultivando un mar de sembradíos con destellos dorados a la luz del sol, así como construcciones como molinos, almacenes y pequeñas chozas donde éstos descansaban. Esto circundaba una ciudad con imponentes muros de piedra dispuestos de forma circular, con decenas de cañones custodiando la ciudad.

La mañana acontecía mientras abandonábamos los bosques, rodeados por los últimos árboles, para transitar uno de los tantos caminos entre los sembradíos. Mientras abandonábamos los lindes del bosque, Rumsfeld inexplicablemente estalló en rabia contra Nostradum, el cual se encontraba sentado en la parte trasera de la carreta.

-¡Qué un mal rayo te parta, viejo demente! –

-Vaya, parece que esta mañana te encuentras de un gran humor, normalmente intentas aplastarme antes de soltar alguna maldición –

-¡No te hagas el tonto conmigo, sabes muy bien lo que acabas de arrojarme maldito...! –

En ese momento una pequeña roca le golpeó la parte lateral de la cabeza, después otra su pómulo derecho y una más me golpeó en el hombro derecho. Volteé en la dirección de dónde venían las rocas, pero solo pude observar como una lluvia de ellas se aproximaba a nosotros; éstas nos golpeaban a Rumsfeld y a mí en el rostro, los brazos y la espalda mientras Nostradum esquivaba las primeras para después refugiarse dentro de la carreta, dando sonoras risotadas. La lluvia de rocas seguía sobre nosotros, mientras Nostradum continuaba dando sus risotadas, refugiado y mirando en una cierta dirección << ¿Qué le causa tanta gracia?>> pensé, pero cuando miré en la misma dirección descubrí una pequeña elevación, quizá a 1000 pies de distancia, donde se distinguía una pequeña figura, casi invisible.

-¡Allí, allí está! – Grité a Rumsfeld.

Cuando éste me escuchó, tomó riendas y dirigió a los viboragis a toda velocidad en dirección a la elevación. En cuanto la figura se percató de que nos dirigíamos hacia él, emprendió huida, pero no lo suficientemente rápido como para que le perdiéramos el rastro. Los viboragis le dieron alcancé rápidamente entre los plantíos, básicamente pisándole los talones, pero cuando estábamos a nada de darle alcancé, él saltó una pequeña valla que no habíamos notado. Rumsfeld inmediatamente indició a los viboragis que diesen la vuelta para no estrellarse contra la valla, y a duras penas logramos esquivar el impactó; a lo lejos veíamos al bribón alejarse. Durante un pequeño instante consideré la posibilidad de darle caza siguiendo su rastro, pero al final no valía la pena tanta molestia; además nos habíamos acercado suficiente a él como para distinguir sus facciones. Rumsfeld estalló colérico al verle huir, sin embargo, juró, entre maldiciones, nunca olvidar su rostro y tomar venganza por la humillación sufrida.

Crónicas de un cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora