Capítulo 9: Los mejores

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>>En aquel entonces, como ya lo sabrán, era el herrero más conocido de Lebolas. Mis dotes se debieron, más que nada, al hecho que cada generación en mi familia, desde que se tenía registro, se había dedicado a la herrería, esto ayudo a que desde una muy corta edad aprendiera el oficio, además que siempre fui muy apasionado hacia éste; tanto que se podría decir que contraje nupcias con él. Realicé cada trabajo con la misma delicadeza que un gran pintor su máxima obra de arte, por lo que gané popularidad entre las grandes casas y, por tanto, el reconocimiento como el mejor.

>>Un día como cualquier otro un grupo de cuatro cazadores llegó a la ciudad, debó decir que llamaban la atención de mala manera, pues se encontraban totalmente harapientos y faltos de higiene, no porque no se acepte todo tipo de clientes en Lebolas, pues ya habrán escuchado que algunos herreros trabajan hasta para asesinos, pero es diferente cuando sencillamente se ven como pordioseros; un experimentado herrero también aprender a distinguir las posibilidades monetarias de un posible cliente, y las posibilidades de éstos cazadores era claramente 0. Estos entraron directamente a mi herrería, la cual era enorme y llamativa, como correspondía al mejor herrero de Lebolas, y quizá de Aneal si no está mal que yo mismo lo diga. En aquel entonces tenía diez herreros de gran categoría bajo mi mando, con veinte aprendices auxiliándoles, correteando de un lado al otro. Las fraguas, doce, se encontraban encendidas de forma casi ininterrumpida, y el estruendo de martillos golpeando metales contra los yunques parecía nunca parar. En la entrada, corpulentos guardias, fornidos cual toros de volcán, custodiaban los exhibidores donde podían apreciarse exquisitos trabajos de orfebrería en coronas, armaduras, armas y demás joyería; en lo personal siempre había prestado mayor empeño en las armas, que resplandecían con solemnidad, presentando algunas un filo que parecía cortar con solo mirarlas, y estas últimas fueron las que llamarón la atención de los extraños visitantes.

>>Como era de esperarse, mis guardias se mantenían vigilantes, al igual que yo, ante los extraños cazadores, pues la desconfianza aflora cuando trabajas con materiales con costo suficiente para intercambiarlos por tierras; qué puedo decir, no confiaba en que aquellos andrajosos, cubiertos por estropeadas camisolas y calzas de lino, además de descalzos, tuviesen suficiente oro para justificar un cruce de palabras conmigo, además que iban armados, con armas un poco rudimentarias, pero armados a fin de cuentas. Uno de ellos, el más joven que quizá tendría tu edad, de detuvo frente a una de mis mejores obras, una espada ancha con empuñadura de piedra volcánica, que llevaba en el pomo una perla herborea incrustada, su guarnición estaba forjada en de oro de calidad inigualable y la hoja estaba compuesta por una de mis aleaciones especiales de oro demoniaco, con incrustaciones de garras de un gran perezoso, los dientes de un tiburón glacial y el cuerno de un rinoceronte diamantino del gran desierto; el brillo negro con resplandores rojizos de la hoja resaltaba el negro opaco del mango, y estos contrataban de forma hechizante con el brillo del oro y la joya del pomo. El joven se encontró tan maravillado que comenzó a acercar sus dedos para tocarla, sin embargo, al hacerlo el mero roce abrió una considerable herida en su dedo índice. Esto alertó a los guardias, que se adelantaron para sacar a rastras a él y a su grupo, sin embargo, les detuve con un además de mi mano mientras me acercaba al chico.

-Cuida tus manos, joven, perderás una de ellas si manejas estas armas con imprudencia; además un arma manchada de sangra podrá ser atractiva en ciertas ocasiones, pero prefiero que las mías se mantengan pulcras –

-Excúseme, honorable – Respondió el joven, mientras retrocedía aparatosamente.

>>Tomé un paño y limpie cuidadosamente la poca sangre que corría por la espada. El joven continuó admirando el arma desde una distancia más prudente, y cuando me disponía a continuar mis deberes, consciente de que el joven y sus amigos eran solo curiosos y no mal intencionados, él comentó.

Crónicas de un cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora