Desde niña siempre tuve la mala suerte de ser del gusto de los hombres. Para mi mamá eso era un don con el que nací, sin embargo, para mí siempre fue una maldición. La forma en la que los tipos me observaban me causaba terror, sentía que sus miradas hacia mi cuerpo no eran tiernas o de cariño, lo hacían con morbosidad, pero eso parecía que solamente yo lo notaba.
Los recuerdos son muy escasos y los pocos que llegan a mi memoria por las noches o mediante pesadillas son borrosos, y la sensación que me causan me deja claro que mi subconsciente los quiere bien enterrados. Mi adolescencia tampoco se puede considerar como normal, aunque, bueno, para mí lo normal nunca ha existido. De hecho, fue por culpa de esa maldición que siempre me ha perseguido que Megan y yo terminamos nuestra relación, ella lo hizo por culpa, decía que ya no podría verme de la misma forma, y que todo lo que sucedió esa trágica noche que nos separamos fue por su error. Y yo no pude hacer nada para hacerla entender que nada de eso importaba para mí, solo el hecho de que ella me salvó y que siempre estaré en deuda por eso.
Mi relación con Megan ha sido como una especie de laberinto, donde la salida cada vez tiene más obstáculos. Nos conocimos muy jóvenes, ambas éramos muy inmaduras en muchos aspectos y aun así decidimos empezar una relación e irnos a vivir juntas muy pronto, a pesar de eso el dinero nunca fue un problema. Los padres de Megan son del tipo de familia que te da todo lo que les pidas: lujos, dinero, autos, pero nunca los ves, nunca tienen tiempo para compartir con sus hijos, y eso lo aprovechamos al máximo, pagaban nuestro apartamento, la colegiatura de ambas y cuando llegó el momento de ingresar a la universidad, yo tuve la oportunidad de conseguir una beca para estudiar química y Megan entró a Yale a estudiar leyes, sin embargo, no existió solicitud de admisión alguna, simplemente le llegó una carta que en resumen decía: "Bienvenida a Yale". Para ella ese tema no se tocaba, poco tiempo después me enteré que todo fue arreglado por su padre y la única condición que siempre le pusieron para darle todos sus gustos fue esa, estudiar leyes como todos en su familia y que no podía ser en ningún lugar diferente a Yale.
Duramos 8 años juntas, en los cuales me engañó dos veces y ambas las pasé por alto, tanto que ni siquiera hubo reclamo alguno de mi parte, la justificaba echándole la culpa al estrés en el que la tenían sus padres y el estudiar una carrera que no le gustaba en absoluto, y más cuando me enteré que ellos jamás estuvieron de acuerdo con nuestra relación, pero ella hizo un trato para poder seguir juntas. En cierta forma era mi culpa, yo acepté irme a vivir con ella siendo una chica de 16 años, solo porque quería salir del infierno que era mi casa en ese entonces. Sin pensar en que Megan también tenía esa edad y la independencia requiere muchos gastos y responsabilidades, las cuales de otra manera no hubiésemos podido solventar.
Después de la noche del caos, como prefiero llamarla, la relación fue en picada. Discutimos por estupideces, el desacuerdo más simple era el detonante para una pelea intensa, tanto así que ella se iba a dormir fuera y a mí al principio me dolía, pero al final ya me valía. Terminaba conmigo y luego me buscaba como si todo siguiera normal, casi un año vivimos de esa forma tan extraña. Como lo hizo hace unos meses, cuando terminó su relación con Sandra, una chica con la que llevaba casi 4 años. Lo peor fue que apareció diciendo que lo había hecho porque aún me ama a mí, y que está dispuesta a que la culpa no le quite la vida que tiene destinada conmigo.
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Punto de Quiebre
Roman pour AdolescentsCuando Sam cree que todo en su vida se estabilizó llega el caos. Debe entender que no podemos culpar de nuestro sufrimiento a los demás porque cada quien es libre de tomar sus decisiones y nosotros somos quienes permitimos si estas nos afectan o no...