Hablemos

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 Samantha llevaba preocupada desde hacía dos días. Había esperado algún mensaje de Flavio la noche de su primera entrevista, pero se había encontrado con el mismo chat una y otra vez. Releía la última conversación mil veces intentando ver en que habría podido ir mal para que el moreno no la hubiera vuelto a hablar, pero no había nada que pudiera indicar la razón. El último mensaje era suyo dándole las gracias por los ánimos para la entrevista, pero después de eso no había nada más. Estaba algo confusa porque el pianista la había prometido hablar esa noche para comentar lo que le habían preguntado en la entrevista. Cuando no recibió ningún mensaje, quiso pensar que el pobre estaría demasiado cansado y que se habría ido a dormir nada más terminar de cenar. Quiso contentarse con ese pensamiento antes de suponer que algo iba mal en lo que aparentemente no había pasado nada que ella sintiese significativo. Pero al día siguiente, tampoco recibió ningún mensaje por parte del chico que la quitaba el sueño. Intentó respirar pensando en que quizás solo estaba enfermo y sin ganas de nada, simplemente dormir hasta que se encontrase mejor. Cogió el móvil varias veces dispuesta a iniciar la conversación, pero rápidamente se arrepentía no queriendo molestarle. ''Ya me hablará cuando pueda'' se repetía mentalmente como un mantra para intentar convencerse de algo que ni ella misma se creía.

Pensaba que esa mañana la iba a servir para desconectar, pero los directivos con los que se iban a reunir habían acabado más tarde otra reunión en la otra punta de la ciudad e iban a llegar un poco más tarde de lo previsto. La secretaria se había disculpado con Álex y con ella por no haberlas avisado antes para que no tuvieran que esperar tanto, pero las dos entendían que había sido algo de última hora que no habían podido evitar. Álex se había ido a conseguirlas un café, y esa soledad en esa sala tan grande la estaba pasando factura. Se asustó cuando un brazo pasó por su lado para dejarle el descafeinado sobre la mesa, pero se tranquilizó viendo que solo era su representante. Ésta, se sentó en la silla que quedaba frente a ella y la miró con preocupación.

— ¿Qué te pasa, Sam?

Después de todo lo que le había pasado, verla así de seria hacía que le saltasen todas las alarmas por si alguien la había hecho o dicho algo que hiciera que volviese a comerse la cabeza.

— Solo estoy con mil cosas en la cabeza, no te preocupes.

Álex negó con la cabeza sin creerse nada de lo que decía. La conocía lo suficiente como para saber que esas mil cosas eran más bien un millón. Acercó su silla a la de la chica y le pasó el brazo por encima de los hombros para atraerla hacia ella y darle un pequeño abrazo.

— ¿Me lo cuentas o te amenazo con quedarme más porcentaje de lo que ganas?

Samantha rió escuchando a su amiga y apoyó la cabeza sobre el hombre de la chica mientras esta le daba un pequeño apretón para animarla a contarla que era lo que le pasaba.

— No dejo de pensar en Flavio — dijo por fin.

— Pues pronto empiezas...

— Es que quedamos en hablar por la noche, pero no me mandó ningún mensaje.

— ¿Se lo mandaste tú?

— No, pensé que estaría ocupado y no quería molestar.

— ¿Has hecho algo para que se moleste?

— Que yo sepa no.

— Pues no sé, nadie entiende a los hombres.

— Es que encima estoy todo el rato pensando en ello porque no me puedo desahogar con éstas.

— ¿No se lo has dicho a tus amigas? — preguntó sorprendida.

— Creo que estaban tan borrachas que ni se acuerdan de que le mandé el mensaje.

Cuando se alineen las estrellas • Flamantha •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora