Quiero versarte

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Esa mañana de domingo, Samantha se había despertado bastante antes que Flavio, quitando la alarma nada más hacerlo para que el chico no se despertase asustado. Normalmente, los domingos no se ponía alarmas porque le gustaba disfrutar un poco del día libre y dormir hasta la hora que ella quisiera, pero la noche anterior ambos habían acordado ponerla para no pasar su último día juntos más dormidos que despiertos. Abrió los ojos despacio, rezando mentalmente para que el chico estuviera ahí y que no fuera todo un sueño demasiado creativo, de esos de los que te duele hasta despertar. Cuando por fin pudo procesar todo, se dio cuenta de que estaba desnuda y que notaba el peso del brazo del moreno sobre su cintura. Sonrió aliviada y con cuidado se deshizo del abrazo para girarse y quedar de frente a él, viendo como el chico se revolvía un poco en su sitio sin llegar a despertarse. La noche anterior se había quedado dormida de espaldas al moreno, y éste la había pasado el brazo por encima en algún punto de la noche cuando no se había dado cuenta. Se tapó un poco más a sí misma y se apoyó sobre el codo para poder verle desde otro ángulo. Quería recordar ese momento y grabarlo en su mente para tener algo a lo que aferrarse hasta la próxima vez que se viesen. Flavio tenía la boca ligeramente abierta y la cara con un gesto de calma total, estaba roncando pero Samantha solo pudo pensar en que debía estar enferma de amor porque hasta eso le parecía tremendamente adorable.

Ese chico que dormía a su lado había dado la vuelta a todo en su vida y le había roto los esquemas. Hacía tiempo que había decidido que enamorarse de alguien no entraba en sus planes y que lo mejor que podía hacer era centrarse en sus cosas hasta que ella viese que era el momento de dejarse llevar un poco. Pero no, el pianista había aparecido de repente para hacerle cambiar de opinión drásticamente y ella le había dejado sin la mínima objeción porque desde el minuto uno su corazón se había superpuesto a la razón.

Flavio siempre le decía que parecía que siempre estaba corriendo, pero el murciano no se daba cuenta de que era la misma impresión que proyectaba él. Siempre estaba corriendo a la compra o a casa porque se le había ocurrido una melodía que no podía dejar pasar, ocupado echando mil horas en la tienda de música por gusto solo porque adoraba estar allí y sobre todo poder estar dando las clases. Así que, ahí estaba disfrutando de verle tan en calma como él la producía a ella cada vez que tenían una mínima interacción, ya fuera un simple mensaje o una videollamada. Se merecía poder estar tranquilo, sin pensar en que se tenía que levantar para el trabajo, simplemente tenía que disfrutar de la falta de alarmas y responsabilidades. Ese fin de semana había sido para ellos, la única tarea que tenía en la lista era pasar la mayor parte del tiempo juntos para no perder ni un segundo de algo que no sabían cuando se podría repetir.

Se quedó embobada viendo como el pecho del chico subía y bajaba con la respiración acompasada de quién está en el mejor momento de su sueño. Ver que estaba tan tranquilo y cómodo lo único que hizo fue hacerla sonreír como una niña a la que le han dado un caramelo, le ponía el corazón blandito pensar que se hubiera acomodado tan bien en su casa y la hacía desear poder levantarse cada mañana con el regalo de esa imagen frente a ella. Quizás era una locura, pero a veces debes olvidar la realidad para que la ficción de compense la pena, en este caso el saber que era el último día que se iban a poderse levantar juntos.

Sin mover mucho la cama, se fue echando hacia atrás hasta el borde de la cama para levantarse sin despertarle. Una vez conseguido, se felicitó a sí misma porque el chico no se había movido ni un poco de su posición. Se odió a sí misma por el cliché, pero después de ponerse la ropa interior, cogió la camiseta del chico para que le medio sirviese de vestido. Como ambos eran altos, no sirvió de mucho porque le quedaba bastante corta pero se conformó con que la tapase el culo. Antes de salir de la habitación, se acercó al lado del chico para dejarle un suave beso en la frente que tampoco hizo que se moviese de su posición. Salió de puntillas, cerrando un poco la puerta para que no la oyese trastear en la cocina mientras le preparaba el desayuno. Debía admitir que esta visita sorpresa la había pillado con la nevera un poco bajo mínimos, pero Flavio le había asegurado la noche anterior que con un café se daba por contento. Sabía que mentía porque le había visto desayunar en el hotel y se notaba que comía bastante, no solo en los desayunos. Sacó un poco de pan tostado y busco algún bote de mermelada que no estuviera empezado, esperando que le gustase cualquier sabor que le pusiera.

Cuando se alineen las estrellas • Flamantha •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora