Para siempre, si quieres

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Bruno no había llegado todavía a cubrir su turno y Flavio estaba que se tiraba de los pelos. El problema era que estaba aburridísimo porque no entraba nadie y ya no tenía nada que hacer por la tienda, simplemente estar sentando en el mostrador haciendo tiempo y pendiente de la puerta. Había intentado llamar a la valenciana para ver si estaba libre y que le entretuviese un poco, pero no había habido suerte y no se lo había cogido ninguna de las dos veces que lo había intentado. Debía ser que aún no había podido salir de la reunión que tenía a las doce, así que no quiso molestarla mucho más y volvió de dejar el móvil debajo del mostrador con un suspiro nostálgico.

Volver a Madrid se le había hecho más cuesta arriba de lo que se hubiera imaginado en un principio. La primera vez que había ido a Barcelona había vuelto con un sentimiento similar pero no tan intenso como en esta ocasión. Al fin y al cabo, no era lo mismo porque había estado solo un par de días mientras que esta vez habían estado juntos toda una semana sin casi separarse a no ser que la rubia tuviera que bajar a comprar algo o a una gestión rápida. Había probado lo que era una vida en pareja con ella, con toda su domesticidad, tareas repartidas, abrazos y besos cuando quisiera, cocinar juntos, ver una película o serie cuando tuvieran ganas, o simplemente el silencio para nada incómodo cuando cada uno estaba a sus cosas. Todo había sido tan bonito que volver a Madrid había sido más como un castigo porque allí no estaba lo que esa semana había sentido como su propia casa.

Por supuesto, Gèrard y Anne le habían recibido con los brazos abiertos y la cena hecha, pero no era el mismo sentimiento que en Barcelona. Su habitación parecía más grande y su cama más vacía sin el peso de la chica en el lado izquierdo. La mesilla no era tan bonita sin sus libros apilados para inspirarse antes de dormir ni sus gafas apoyadas con cuidado para no darles un golpe mientras dormía. Las sábanas ya no eran tan suaves ni olían a ella, su guitarra estaba afinada cuando estaba acostumbrado a tener que afinar la de la chica porque no la tocaba nunca, su armario no era compartido ni su ropa le quedaba grande a nadie. Solo hacía una semana y media que había vuelto a Madrid y ya la echaba de menos.

Echaba de menos poder darle los buenos días y las buenas noches con un beso cada día, echaba de menos la marca que se le quedaba en el puente de la nariz cada vez que se quitaba las gafas, echaba de menos verla correr a por su libreta cuando de repente le venía un pensamiento o idea a la cabeza, pero, sobre todo, echaba de menos algo tan simple como oírla cantar en la ducha cada día. La rubia había mencionado alguna vez que le encantaba y que no lo hacía mal, pero que no le gustaba mucho hacerlo en público porque le daba pereza. Por ello, poca gente sabía que no era solo palabrería y que de verdad cantaba bien, algo que él había tenido el privilegio de escuchar día tras día, ya fuera en la ducha o mientras limpiaba o cocinaba. Echaba de menos eso, tanto que dolía, porque quería escucharla a todas horas.

No sabía si asustarse del hecho de que estaba en un punto en el que sería capaz de dejar todo solo por irse en ese mismo momento a Barcelona con ella. Jamás había estado tan enamorado de una persona y a veces lo sentía tan intensamente en su pecho que tenía la sensación de que necesitaba gritar para sacar todo en ese momento. Pero ¿y lo bonito que era tener la certeza de que era un amor correspondido? Cada vez que ese pensamiento se le cruzaba por la mente, sonreía como el tonto enamorado que era. No creía en esas cosas del karma o parecidos, pero tenía que dar gracias a lo que fuera por la vida que tenía en ese momento y todas las cosas buenas que le estaban pasando. Solo pudo salir de sus pensamientos cuando Bruno le dio un golpe para que le hiciera caso y el murciano se puso recto en el sitio sin poder creerse que hubiera llegado a ese punto de empanamiento.

— Llevo llamándote veinte minutos y no contestas.

— Perdona, es que como no entra nadie estoy aburridísimo y estaba pensando en mis cosas.

Cuando se alineen las estrellas • Flamantha •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora