Epilogo

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Hold me close and hold me fast. The magic spell you cast, this is la vie en rose, when you kiss me, heaven sighs. And though I close my eyes I see la vie en rose

Aquella voz era delicada y desgastada, una que evidentemente mostraba los años que esa mujer llevaba en este mundo. Terminaba de plantar algunas semillas en aquellas masetas mientras seguía repitiendo aquella canción.

Se levantó colocando las manos en sus rodillas que le comenzaban a doler por estar tanto tiempo de rodillas, la fresca brisa soplo en su rostro, llevaba un sombrero de paja con un listón color verde, su cabello canoso estaba sujetado por una trenza. La mujer tomo la regadera color azul y comenzó a regar sus demás flores.

Aquel aparato que su hija le había enseñado a ocupar ponía su canción favorita. Llegó a un pequeño altar en forma de una casita hecha de madera, al rededor de este había girasoles preciosos que se alzaban con belleza mostrando ese color amarillo brillante con ese tallo de color verde; dentro del altar había un recipiente con varios palitos de incienso además de las fotos de un niño pequeño, desde los 3 a los 6 años.

La mujer se volvió a arrodillar y encendió aquel palito con una sonrisa triste en aquel rostro que comenzaba a tener aún más arrugas.

Junto las manos cerrando los ojos, comenzando a pedir por su niño.

Al abrirlos y como cada vez que pensaba en su niño las lágrimas se formaron en sus ojos.

—Madre— escucho la voz de su hija, se levantó con cuidado mirando a su muchacha que llevaba un vestido blanco largo y su cabello se balanceaba junto al viento.

—¿Cómo estás hija?, ¿vas a comer?— la anciana camino hacia dentro, la mujer de piel morena le sonrió asintiendo con la cabeza.

—Ging vendrá después— hablo la mujer cortando algunos vegetales—. Dios, madre sigues escuchando la misma canción.

—Me gusta— fue lo único que la anciana dijo mientras freía algunos pescados en el sartén.

—A mi también, me la cantabas mucho cuando era niña— hablo la mujer con una sonrisa.

—Tu padre la escuchaba mucho, cuando falleció, creí que lo mejor sería que enseñartela, aún eras pequeña cuando la comencé a cantar para ti.

La música cambio y Vera Lynn comenzó a escucharse en aquella cocina.

—Yo se la cantaba— la azabache hablo con voz muy baja—. Todas las noches, él se la sabía muy bien; era un niño muy inteligente.

—Le gustaba jugar en el mar con las conchas que encontraba— la anciana rió al recordar a aquel niño por la orilla del mar mientras su padre corría tras él.

La azabache dejo el cuchillo en la mesa, si hubiera sido más fuerte, más decidida, si no hubiera sido una tonta no le hubieran quitado a su bebé, no se lo habrían arrebatado.

No sabía si lo volvería a ver, es más, ni siquiera sabía si estaba vivo. Y esos asquerosos jamás la dejarían ver a su niño, aunque ahora no sería tan niño.

23 años serían, los que su niño tendría.

Sin notarlo las lágrimas volvieron a salir de sus ojos, como cada cumpleaños, como cada que el rostro infantil de su hijo aparecía en su memoria, como cada vez que veía sus fotos.

Esperaba, encontrarse con él de nuevo.

Con su hijo, con su amado niño.

Estaba nervioso, tan nervioso como la primera vez que salió de aquel lugar y se enfrentó al mundo real junto a Kurapika.

𝟶𝟸𝟹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora