Parte 8

290 24 5
                                    


En este capítulo me voy a explayar un poco en lo que ocurre esos minutos entre la entrada de Arenita a la casa y la llegada de la policía, y más avance de la historia al final.

Todavía afuera en el escondite de su elección, Calamardo vio una luz parpadeando a través de la ventana, imaginándose que era la linterna del intruso, que había ido a revisar a que se debía todo ese ruido.

Así que una parte de ese descabellado plan había funcionado, la distracción había servido de algo.

Esperaba que el resto de su plan funcionara tan fluidamente como ella le había asegurado.

Observó con impaciencia como la luz se movía de un lado a otro mientras el sujeto buscaba la fuente de la distracción durante varios segundos hasta que de un momento a otro, cayó al suelo y desapareció de su vista.

Esperaba que eso significara que la chica lo había conseguido.

Se sintió tentado entonces a salir corriendo e ir dentro de la casa a asistirlos, pero la chica le había dicho que hiciera guardia ahí afuera hasta que llegara la policía, para que no fueran a perder la casa.

Que por lo cierto se estaban tomando su tiempo.

Aunque estaba el asunto de la tormenta, que hasta la fecha estaba siendo la peor, eso estaba dificultando todo, de seguro también estaban lidiando con accidentes de tránsito y otros crímenes, los delincuentes no dejarían pasar la oportunidad del apagón para hacer de las suyas.

Ellos tenían el ejemplo ahí mismo.

Como fuera, todo iba a terminar pronto, se consoló.

Entonces, le pareció oír las sirenas todavía lejanas pero acercándose. Relajándose cuando creyó que todo había llegado a su fin, suspiró, toda la tensión y el agotamiento de la noche se fueron con esa exhalación de aire. Finalmente, los horrores que su mente había imaginado sucederían como resultado del efecto contraproducente que vendría con su plan siendo descartado.

Hasta que escuchó el sonido de un balazo.

Viniendo desde el interior de la casa.

Su corazón dio un salto dentro de su pecho tan fuerte que le dolió, y sintió que se quedaba atrapado en su garganta. De repente, todo su cuerpo se paralizó de miedo, y todo dentro de él se volvió más frío que las gotas de lluvia que lo golpeaban.

Durante unos segundos que se sintió como una eternidad, solo pudo mirar atónito a la casa silenciosa y oscura, queriendo lanzarse rápidamente adentro para ayudar de cualquier manera pero al mismo tiempo incapaz de moverse debido a la conmoción.

Fue sacado de su estupor por el creciente sonido de las sirenas de las patrullas de policía. El sonido fue en aumento hasta el momento en que alcanzó a divisar las parpadeantes luces rojas y azules reflectandose en los charcos de agua que se habían formado en los alrededores.

Inmediatamente, se levantó de su sitio en el suelo y corrió hacia la calle, quitándose la capucha de su abrigo, sin importarle estar empapándose por la feroz lluvia.

—¡Por aquí! —gritó para llamar la atención de los autos acercándose y que no pasaran la casa por alto.

Las patrullas, cuatro en total, se detuvieron en seco, las ruedas chirriando al frenar.

Las puertas se abrieron de golpe, y un grupo de oficiales masculinos y femeninas salieron de ellos, con linternas y sus armas desenfundadas.

Los operadores que habían atendido las dos llamadas ya los habían informado de la situación en la casa, advirtiéndoles a los oficiales que se trataba de algo muy grave, por ello la cantidad de oficiales, y que la vida de dos personas jóvenes estaban en peligro, un chico rubio llamado Bob y una chica de cabello castaño llamada Arenita.

Bajo La TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora