Capítulo 11

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Otro capitulo que tuve que dividir en dos, pero como el anterior, la segunda parte la subiré en breve. No sucede mucho, me enfoco en lo que sucede con los padres de Bob en el mientras y como interactúan con Patricio.

Sin más que decir, a leer...

Harold bostezó por lo que le pareció la enésima vez esa noche. Llevaba un par de horas conduciendo bajo la fiera tormenta, siendo llevado y mantenido por el poder de una taza de café barato de una gasolinera a mitad de camino poco antes de dejar las afueras de la ciudad en la que él y su esposa vivían y manteniéndose alerta gracias a la radio que iba oyendo para que el viaje no se le hiciera tan agobiante.

Iba más lento que de costumbre, más bajo que la velocidad límite, debido a que había oído por la radio que un par de conductores habían sufrido accidentes por no seguir las normas de seguridad. Y si bien él estaba deseoso de llegar a Fondo de Bikini para ver por fin a su hijo, era consciente que para ello debía de estar saludable y en una sola pieza.

Su esposa ya tenía un calvario del que ocuparse como para que un descuido de su parte los metiera en otro.

Eso no hacia que el viaje se le hiciera menos interminable.

Margaret iba dormida en el asiento del acompañante, cubierta por su chaqueta. Se había pasado la mayor parte del trayecto afligida, lamentándose y llorando por su hijo en voz baja hasta finalmente ser vencida por el agotamiento y la tristeza a mitad de camino. Él había preferido dejarla que descansara, pues una vez que llegaran al hospital, ella necesitaría de todas sus energías, aunque sabía que en cuanto viera a Bob, volvería a soltar aún más lágrimas que antes.

Finalmente, alcanzaron la ciudad y fueron adentrándose entre el laberinto de calles que no estaban cerradas o intransitables, hasta llegar a los suburbios y llegar a vecindario de su hijo. A lejos alcanzó a distinguir las luces de la policía, que destacaba en la oscuridad que rodeaba al resto de la calle.

Despacio, dirigió su vehículo hasta estacionarlo frente a la casa de Patricio y apagó el motor.

—Cariño —la llamó suavemente, sacudiéndola del hombro con cuidado.

Ella se removió en el asiento, balbuceando algo ininteligible antes de abrir lentamente los ojos y bostezar, enderezándose y estirándose en su lugar.

Sus ojos parpadearon con pesadez y miraron a su alrededor un momento antes de que la realidad y todos los recuerdos de lo ocurrido volvieran a su mente, haciéndole recordar porque estaba en su auto en plena noche en una ciudad que no era la suya.

—¡¿Llegamos al hospital?!

Margaret no esperó por su respuesta y trató de abrir la puerta para salir del vehículo sin siquiera asegurarse de que fuera así ni ponerse un abrigo, pero su esposo la tomó del brazo para evitar que saliera corriendo sin rumbo.

—No, querida —explicó suavemente a una todavía somnolienta Margaret— recién llegamos a casa de Patricio, íbamos a recogerlo ¿recuerdas?

La mujer asintió, frotándose los ojos para apartar el sueño. Entonces las palabras de su esposo se hicieron eco y ella alzó la mirada, ahora más alerta, y miró por sobre su hombro hacia la ventana y más allá, a donde podía ver las luces parpadeantes de las patrullas policiales y las luces intermitentes de las linternas de los investigadores deambulando por el lugar.

El rostro de Margaret se derrumbó en tristeza, y sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Si antes había resguardado la pequeña esperanza de que todo eso no fuera más que una pesadilla o un malentendido, aquella vista terminó por convertir esa esperanza en añicos.

Bajo La TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora