Capítulo 12

168 11 3
                                    


Aquí la segunda parte, como prometí, disfruten:

Patricio salió del baño y rápido se vistió con el atuendo que la madre de Bob le había dejado preparado sobre su cama. Entonces siguió el ruido de losa y la tenue luz de una vela hasta la cocina, donde fue recibido por una taza de té humeante sobre la encimera y la Señora Pantalones Cuadrados secando con un paño unos platos que él recordaba haber dejado escurriendo en el fregadero para lavarlos en algún futuro cercano pero ahora lucían prístinos y siendo apilados ordenadamente en su lugar.

Bajó la mirada algo apenado. Sabía de sobra lo importante que era para la madre de su amigo el orden y la limpieza, así que con el tiempo había aprendido a hacer un pequeño esfuerzo para que su hogar no pareciera un chiquero en las contadas ocasiones que el matrimonio pasaba por su casa, pero con todo lo ocurrido, se había olvidado completamente de aunque fuera ordenar un poco su sala.

—No tenía que molestarse —dijo para anunciarse, entrando a la cocina.

Margaret, que tenía la mirada puesta en una mancha de grasa en la pared y cuya mente estaba repasando una y mil maneras de quitarla, se despertó de su trance y miró en la dirección en la que venía el muchacho, ahora con una apariencia mucho más arreglada y saludable.

Ella le sonrió de forma maternal.

—No es nada, querido —dijo despreocupada, acomodando el último plato en la fila—. Me ayuda tener algo en que ocupar la mente que no sea...

La incertidumbre de no saber como estaba Bob. El pelirosado asintió quedamente, tomando asiento frente a la mesa.

—Es para ti —señaló Margaret a la taza, cambiando de tema—, supuse que una bebida caliente te haría bien.

—Gracias.

Patricio tomó la taza entre sus manos, sintiendo el calor extenderse y subir por sus brazos. Después de acercar la taza y dejar que el cálido vapor acariciara su rostro, el chico le dio un largo sorbo, sintiendo como el frío del ambiente se retraía un poco a medida que el líquido bajaba por su garganta.

—Vi a Gary durmiendo en una pila de ropa —comentó Margaret, tomando asiento junto a él en la mesa.

Patricio asintió a sus palabras mientras sorbía el té.

—Lo traje conmigo porque se veía muy asustado, y le di de comer así que debe estar lleno —explicó luego de colocar la taza medio vacía en la mesa y secarse los labios con la manga de su chaqueta.

Margaret tuvo la necesidad de regañarlo por ese gesto pero se contuvo.

—Imaginé que Bob no querría que nada malo le pasara —continuó el chico, enrollando los dedos alrededor de la taza.

Todavía conservaba algo de calor y eso lo relajaba y confortaba bastante.

—Había mucha gente desconocida y corría el riesgo de salirse de la casa, y con la tormenta tal vez se perdería... —añadió.

Recordaba lo decaído que había estado su amigo esa vez que perdió a su mascota.

—Pues hiciste muy bien —lo elogió Margaret—, lo noté más tranquilo, no parece que quiera ir a ninguna parte —agregó con una sonrisa.

Patricio le devolvió el gesto alzando un poco la mirada, aunque no con mucho ánimo exactamente. Todavía estaba inquieto y preocupado por Bob, aunque conversar con Mindy había ayudado a quitarse algo de la carga emocional que llevaba.

Por cierto, habían quedado en verse pronto en la semana, y en seguir hablando por mensaje. Así que entre todo lo malo ocurriendo a su alrededor, algo bueno había pasado.

Bajo La TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora