Capítulo 2

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Arenita insistió en pagar la mitad de la factura del viaje en el taxi, y Bob no discutió con ella, lo bastante satisfecho de que aceptara quedarse con él.

Desafortunadamente, el vecindario de Bob era uno de los cuales no tenía electricidad, así que cuando abrió la puerta y presionó el interruptor para encender las luces, no sucedió nada.

—¡Percebes! —maldijo en voz baja.

—El suministro de electricidad debe haberse cortado debido a la tormenta —observó su amiga.

Ambos sacaron sus teléfonos móviles y usaron las linternas para iluminar el interior de la casa.

Una vez adentro, resguardados del viento helado y el agua de lluvia fría, ambos se quitaron sus abrigos mojados, los colgaron de la percha junto a la puerta, y Bob caminó por la casa, guiándose con la luz de su teléfono.

—Estoy seguro de que tenía velas en algún cajón, —murmuró, luego se volvió para mirarla—. Espera aquí, los buscaré.

Mientras lo hacía, ella se sentó en el sofá, y de súbito algo esponjoso saltó sobre ella y se sentó en su regazo, maullando.

Arenita le sonrió al gato, acariciando su pelaje con su mano a lo largo de su espalda.

—Hola, Gary —lo saludó con voz suave.

En respuesta, el animalito rozó su cabeza contra su mano, y luego levantó la cabeza hacia ella, maullando más.

—Debe de tener hambre —le llegó la voz de Bob desde detrás.

Le dio la vuelta al sillón, con el teléfono todavía en la mano y se paró frente a ellos.

—Su plato esta casi vacío, y ya sabes como son con esas cosas —añadió con una sonrisa, estirando la mano y acariciando sus orejas.

Arenita estaba acariciando ese mismo punto también, y sus dedos se rozaron por la acción. Al sentirlo, sintió cosquillas, y apartó los suyos con sutileza para rascar el lomo del animalito y bajo el hocico.

—¿Tienes hambre amiguito?

El gato maullo más fuerte, y, como si hubiera entendido sus palabras, saltó de su regazo al suelo, girándose para maullar una vez más antes de darse la vuelta y salir corriendo hacia la cocina.

—Yo puedo alimentarlo, si quieres, no me molestaría —se ofreció su amiga, notando que el chico todavía no había encontrado ninguna vela.

Bob le sonrió con alivio, asintiendo.

—Sí, gracias, su comida esta en uno de los estantes superiores de la alacena... Yo seguiré buscando esas velas... —él se giró de nuevo, comenzando a caminar— Estoy seguro de que los puse en alguna parte... —lo oyó murmurar mientras se alejaba.

Arenita fue a la cocina y con la ayuda de la linterna de su celular buscó entre la alacena por la lata de comida. Finalmente la encontró, estaba abierta, así que solo la tomó y volcó un poco dentro del plato de Gary, quien había estado todo el rato caminando entre sus pies en el piso, maullando y frotando su cuerpo contra ella.

—Aquí tienes, Gary, disfrútalo —dijo al animalito, poniéndole el plato lleno en el piso para que comiera.

El gato comenzó a devorar su alimento con entusiasmo, olvidándose de la chica o su dueño completamente.

En eso, Bob entró a la cocina, sonriendo orgulloso con el paquete de velas alzado en el aire en su mano.

—¡Lo encontré! —anunció con entusiasmo—. Aunque todavía tengo que encontrar los fósforos... —añadió con una pizca de pena.

Bajo La TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora