Capítulo 17 (Epílogo)

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Hola!! Finalmente aquí les traigo el esperado epílogo, y con el, Bajo La Tormenta llega a su fin por completo, muchas gracias por su apoyo y por todo el amor virtual que le brindaron a la historia, me divertí mucho leyendo sus comentarios e interactuando con los que pude de ustedes, que lo disfruten.


Una respiración cálida y cosquilleante sopló sobre su cuello, y sus ojos cansados se abrieron ante la molesta pero agradable luz del sol sobre su piel que brillaba directamente sobre su rostro.

Contorsionó el rostro con molestia y parpadeó, luego bostezó como un gato perezoso y trató de moverse, encontrando un peso que impidió sus movimientos. Todavía confundido por la pesadez de sus ojos, estos miraron hacia abajo, encontrando el rostro adormecido de su novia mientras descansaba su cabeza contra su pecho, felizmente anidada entre sus brazos, cubierta por la cálida manta que los cubría a ambos.

No pudo evitar reírse suavemente de su bonito cabello castaño oscuro hecho un desastre, su pijama arrugado y su boca entreabierta. Si pudiera, le tomaría una foto, pero la policía aún no les había devuelto sus teléfonos.

La noche anterior había regresado por fin del hospital luego de una estadía de varios días, pero aun se sentía incapaz de regresar a su hogar. Temía que el solo hecho de estar allí le hiciera recordar algo de aquella noche que desencadenara otra... situación, y el psicólogo que había estado atendiendo su caso había aconsejado que era una buena idea evitar su casa por el momento, hasta que el se sintiera capaz de regresar.

Calamardo se había ofrecido a mirar la casa por el momento –un tanto a regañadientes pero tratando de poner una expresión más amable–, pero solo si no tenía que alojarlo. Afortunadamente, Bob tenía muchos amigos a los que podía acudir en busca de un lugar donde quedarse. Patricio fue el primero que le ofreció su sofá a su amigo, y aunque sus intenciones provenían de la bondad de su corazón, Arenita no se sentía segura de dejar a un Bob todavía nervioso al cuidado de su amigo. Amaba al chico de cabello rosado como a un inmaduro hermano pequeño, sabía que haría todo lo posible para ayudar a Bob, pero la salud mental de su amigo requería un cuidado especial, uno con el que no podía ayudarlo adecuadamente. Y Bob no quería molestar a sus padres con sus problemas, ya habían sufrido bastante y no quería preocuparlos. Eso lo dejó con la opción con la que se sentía más que dispuesto a aceptar.

La casa de Arenita era lo suficientemente grande para los dos, él estaba cerca de su trabajo y ella tenía un dormitorio libre que él podía usar, así que no necesitaría dormir en el sofá. Sin embargo, se había sentido tan agotado la noche anterior después de salir del hospital, empacando sus pertenencias y viajando a la casa de su amiga que se quedó dormido apenas después de tomar asiento en el sofá mientras ella iba a dejar sus cosas en el cuarto. En cierto momento entre sueños había sentido cómo Arenita colocaba una manta cálida y gruesa sobre su cuerpo, y antes de que ella pudiera darse la vuelta para dirigirse a su propio dormitorio, él había extendido la mano para agarrarla por la muñeca. Sin oponer resistencia, le permitió tirar de ella para que se acomodara a su lado y envolverla entre sus brazos, para luego besarla fugazmente antes de quedarse dormido nuevamente con su cuerpo cálido y cómodo contra él.

A pesar de que él era el único allí y solo estaba pensando en eso, sus mejillas se enrojecieron cuando su mente trajo ese recuerdo. Oficialmente, estaban en una relación real y seria, lo que no había tomado a ninguno de sus amigos por sorpresa, ¿de verdad habían sido tan obvios con sus sentimientos como Calamardo había señalado entre murmullos cuando creía que no lo oían?

De todos modos, no podía estar más feliz, las cosas empezaban a mejorar día a día, y no podía esperar el momento en que estuviera completamente curado. Claro, Dennis seguía en coma, dificultando un poco la investigación -el chico aun se sentía culpable por sus actos pero trataba de no amargarse la existencia pensando hasta el hartazgo en ello- ya que todavía no habían podido atrapar a su jefe, aunque la policía tenía un posible –más que probable– sospechoso, a quien Don Cangrejo acusó de inmediato sin vacilar cuando se le preguntó a quien creía capaz de llegar a esos extremos para perjudicarlo. La mente maestra detrás de ese plan retorcido para extraer la receta de su empleado más confiable.

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