Capitulo 1-2

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A veces me pregunto si el ser feliz es algo con lo que sólo algunas personas nacen. Si los espermas expulsados por el hombre ya están etiquetados para que el niño que procrean sea feliz o infeliz. Si ese era el caso, el espermatozoide que me concibió era para ser un niño infeliz.

Irónicamente estoy frente a dos tiendas que definen mi teoría de la mejor forma. A mi izquierda hay una tienda llamada rayo de luz y a mi derecha una tienda llamada hoyo negro.

Le doy un chupetazo a mi helado de café y río internamente de la ironía del momento.

Camino hasta mi tienda favorita del centro comercial. La tienda de dulces.

Mi vida podía ser un dulce ácido, pero por lo menos podía endulzarla comiendo gomitas de gusano y chocolates en forma de osito. Era en lo que gastaba mi mesada del mes. Mi mesada del mes, que constaba de diez dólares y el par de monedas que encontraba bajo los colchones del sillón.

Mi papá era un tacaño. 

Terminé de comer mi helado y entre a la tienda de dulces.

Otra de las razones por las que la tienda de dulces era mi preferida, era por la decoración. Paredes tapizadas con fondos a rayas de colores pastel, vitrinas llenas de formas y colores de la variedad de gomitas, el olor al chocolate y la alegría de los niños. Era un lugar para elevar tu ánimo. Siempre venía aquí cuando sentía que me infelicidad me sofocaba, y también al zoológico. Ese era otro de mis sitios favoritos para visitar cuando estaba anémica.

Tomo una canasta de la entrada de la tienda y el primer pasillo al que me dirigió es al de los caramelos.

Había una pareja eligiendo dulces de todas las variedades. La chica era alta y rubia y su perfume era demasiado dulce e intenso. El chico era alto, con espalda y hombros anchos. Tenía sus dos brazos tatuados. Eran todo un contraste, como Barbie y uno de esos sujetos que salía en la serie de televisión hijos de la anarquía.

El tipo tatuado mantenía su mano bien sujeta en el trasero de la Barbie.

Me moví de pasillo y seguí a las zona donde vendían piruletas. Tome una sola. Quería tomar también otra con sabor a algodón de azúcar, pero sólo me alcanzaba para una y no cambiaria lo de siempre por algo que posiblemente no me gustaría.

Mejor lo viejo conocido, que lo nuevo por conocer.

Iba casi dando saltitos al pasillo de las gomitas cuando algo me detuvo.

Había un repiqueteo constante en uno de los estantes y podía escuchar leves gemidos.

No era una persona morbosa, pero tenía curiosidad de saber quién estaba profanando mi lugar sagrado.

Me escondí tras los estantes y espié a la pareja profanadora.

Casi bufo desconcertada al darme cuenta que es la Barbie. Pero el tipo con el que se estaba besando no era el motociclista sexy. Este es otro chico, más joven con músculos menos preminentes y sin tatuajes.

"Que valentía" digo en un susurro al pensar de lo que sería capaz el novio tatuado de la Barbie, si la encuentra engañándolo con un tipo al que puede aplastarle el cráneo con uno sólo de sus brazos.

Miro una caja de Twizzelers mal puesta y se me ocurre una idea.

Dejo caer la caja al suelo y luego salgo de mis escondite.

"¡Maldita sea!" dice la Barbie asustada mientras se baja el dobladillo de su vestido corto.

Ella me mira y quizá me reconoce de antes porque me sonríe amigablemente.

Cuestión de decisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora