Capítulo 5 (I): Grandes expectativas. ¿Grandes desilusiones?

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Marzo

Ima

¿Cuál es la palabra que viene a mi cabeza en este momento? ¡Enojo!

¡Le dije cien veces a Mauro que llegue puntual! Aterricé diez y diez, ya son las once de la mañana y lo sigo esperando. Estoy en la puerta de arribos nacionales con el «elefante» que tengo de maleta como única compañía.

La historia de cómo recuperé al mastodonte de la cinta transportadora de equipaje, es digna de relatar. Pero, sin ánimos de extenderme demasiado, puedo decir que fue un acto humillante y atropellado. Y gracias a la fuerza sobrehumana que hice, sospecho que me lastimé en el proceso.

Me siento como una boba esperando. De la gente que pasa por mi lado obtengo dos tipos de reacciones opuestas: me ven con pena, como si el amor de mi vida me hubiera dejado plantada, o con ira por estar estorbándoles el paso.

Bastante harta de sus miradas curiosas, decido aventurarme a lo desconocido y arrastrar el elefante hasta el patio de comidas más cercano. Casi puedo oír un coro de ángeles cuando mis ojos ven el logo maravilloso de esa cafetería tan conocida cuya inicial es una «S».

Me pido un skinny caramel macchiato gigantesco, y me siento en una mesa a enviarle un mensaje al gran irresponsable de mi amigo.

Yo: Estoy esperando por ti en el Starbucks.
11:06 a. m.

Yo: ¡Esta no te la perdono tan fácil! ¡Te odio 😠!
11:07 a. m.

Mauri: ¡Ya casi llego ❤️😘!
11:09 a. m.

Conociéndolo como lo conozco, sé muy bien que me está mintiendo. Este hijo de su queridísima madre debe de estar todavía en su casa. Ni le contesto porque, con lo que me hierve la sangre, le diría cosas de las que me voy a arrepentir luego. En su lugar, pienso en cuáles son las opciones que tengo para llegar a mi nuevo hogar si Mauro no viene a por mí. La única opción plausible que se me ocurre es tomarme un taxi o pedirme un Uber, porque gracias a mi equipaje, de excesivas dimensiones, el transporte público queda absolutamente descartado. No me convence ni el taxi ni el Uber porque, elija lo que elija, me voy a gastar un dineral que debo destinar a otras cosas más importantes.

Desde hoy en adelante, soy un adulto autosustentable o algo por el estilo. Ahora me toca amueblar un apartamento, pagar los servicios, la comida, el transporte, comprar los libros para la universidad, la ropa, etcétera. Y ni siquiera tengo un trabajo ―aún― con el cual costear mi estadía en Buenos Aires. Es verdad, Haru se hará cargo del alquiler del apartamento en donde voy a vivir y, también, me enviará algo de dinero para subsistir mientras tanto, pero yo no deseo ser una aprovechada por mucho tiempo. Mal que me pese, a ella ya no le corresponde mantenerme. Y por más que quiera dejar de esperar a ese individuo, que se hace llamar mi amigo, pagar un taxi es un lujo que no me puedo permitir, por lo menos, en estos momentos, así que lo único que puedo hacer es esperar por él hasta que aparezca.

Intento controlar mi temperamento neurótico que se desborda fácilmente ante el imprevisto, obligándome a relajarme y a respirar profundo.

Para matar el tiempo, cojo el celular, le aviso a mamá que aterricé y luego me pongo al día con mis redes sociales.

Ochenta y cuatro años después... ―es una exageración, aunque si se siente como tanto tiempo―, mi mejor amigo aparece en mi campo de visión. Mauro todavía no puede verme a mí, pero yo, con los uno noventa y siete metros de altura que tiene él, lo distingo rápidamente.

Y así, como si nada, me olvido del enojo que tenía. Mi pobre corazón se pone a galopar desbocado por la emoción y corro a su encuentro como una desquiciada abriéndome paso entre el tumulto de gente. Él no me ve venir. Se sorprende cuando colisiono contra su cuerpo y lo trepo como un mono a una palmera sin mediar palabra. Como puedo, llego hasta la altura de su cara, paso mis manos alrededor de su cuello y enrollo mis piernas en sus caderas para sostenerme, lo detallo fijamente y le doy un beso brusco en los labios.

Escondida © [Completa +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora