Capítulo 17: Amigas antes que chicos

30 7 7
                                    

«Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá.»

―Joseph Goebbels.

Julio

Ima

Últimamente me despierto agradecida, porque después de tantos años, finalmente tengo un grupo de amigos increíble. Son seres entrañables, únicos e inigualables, que me protegen, me quieren y me apoyan. Cinco personas con las que puedo contar, y no solo para salir de fiesta y divertirme en grande, sino también para que me acompañen en las malas, y se preocupen por mí al igual que yo me preocupo por ellos. Y yo los quiero mucho. Pero en este preciso momento ―Mauro, Alejo, Carolina, Francisco y Rafael―, lograron que anhele los años de instituto en los que nadie me dirigía la palabra, porque su comportamiento lunático de los últimos veinticinco minutos, que ha fluctuado desde la conmoción hacia el caos absoluto, realmente consiguió sacarme de mis casillas.

En este instante, frente a mis ojos, se desarrolla una escena en la cual todos los personajes actúan enloquecidos, y quién tiene el timón del barco nos conduce hacia un inevitable desastre.

―¡Por favor! ―suplico ante los presentes, los cuales me observan expectantes―. Ya les he dicho que me encuentro bien. No me ha pasado nada. Cortemos el drama, ¿sí? Solo deseo subir a mi apartamento y descansar. ―Todos me contemplan como si acabara de perder la cabeza. Ninguno quiere entender razones.

―Me cago en la... ¡Te volviste loca, Ima! ―espeta Rafael tomándome por el brazo. Su tacto me quema por lo que me zafo de su agarre, y cambio de lugar escudándome detrás de Carolina.

―¡Ima, recapacita de una buena vez! ¡Vamos a ir a poner una denuncia para que den con quién te hizo esto, y así conseguir que ese malnacido se pudra en la cárcel! ―expone Mauro.

―¡Eso, si antes no lo mato yo! ―escupe con rabia Rafael. Abre tanto sus ojos cuando grita que pareciera que se le están por salir de las cuencas.

―Señores, conserven la calma y dejen de entorpecer nuestro trabajo ―pide uno de los oficiales de policía que se apersonaron en mi domicilio―. No están ayudando en nada a su amiga al comportarse de este modo.

―Ja. ¡¿Y en qué consiste ese trabajo que dicen que entorpecemos con nuestro accionar?! Si en las horas que ella estuvo desaparecida ―dice Rafael al mismo tiempo que me apunta con el dedo―, ¡ustedes no hicieron una puta mierda! ―vocifera con el rostro enrojecido y transmutado a causa de la ira.

―¡Señor De Luca, esta es la última advertencia! Y le aclaro que no me repetiré de nuevo. En este momento, tiene usted dos opciones: relajarse o retirarse. Y si no acata lo que le pido; no me quedará más remedio que encerrarlo en un calabozo para que repose sus ideas. ―El agente resopla como un caballo mientras intenta mantener la calma―. Le pido por su bien, y por el bienestar de la señorita Nishimura, que tenga usted la decencia de dejar de estorbar, y de permitirnos proceder como demanda la ley.

Con el objetivo de salvarlo de los desmanes que podría ocasionar Rafael con su comportamiento desbocado, Alejo y Mauro ejecutan cogiéndolo cada uno por un brazo, y a la fuerza lo alejan unos metros para intentar tranquilizarlo. Se lo ve embravecido como un toro. Y, francamente, la conducta desenfrenada que evidencia me está perturbando.

―Señorita Nishimura ―habla la mujer policía que se acerca a mí, sigilosamente, como si se aproximará a una liebre salvaje para no ahuyentarla―, desde el fondo de mi corazón, y como la madre que soy, le aconsejo que nos acompañe hasta la comisaría a prestar declaración. Le imploro que reflexione sobre la importancia que tiene lo que le estamos pidiendo. Debe comprender que su testimonio podría evitar que otras mujeres se conviertan en futuras víctimas de este o estos sujetos.

Escondida © [Completa +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora