Epílogo: Lobo solitario

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«...Como Lobo solitario, soñaré

y me perderé en el cielo con su caricia,

y mi arrullo será un canto de nostalgia

por tenerla tan lejos y tan cerca

en esta noche de luna llena

en esta noche de vela».

―Lobo Solitario, Oscar Vera.

Julio

Desconocido

De un momento a otro, una situación que aparentemente se encontraba bajo mi control, se convierte en un caos irrefrenable. Caos que yo mismo he provocado, por intentar salvarla de su inexorable destino.

Y todo sucede demasiado rápido, de modo que nada puedo hacer ya para evitarlo. La impotencia es una sensación acuciante e insoportable. Y es tanta que consigue cerrarme la garganta, logrando sofocarme. El mareo me sacude, y se incrementa hasta dimensiones siderales, mientras observo impávido cómo el automóvil la atropella y, luego, se da a la fuga.

Conecto con su mirada mientras su cuerpo vuela y cae veinte metros más adelante. Se estrella contra el cemento. Y en el silencio reinante del bosque, puedo oír con claridad cómo varios de sus huesos se quiebran por la violencia del impacto.

La luz que naturalmente refulge en ella se apaga, cuando sus ojos rasgados se cierran, y el odio me enceguece. Iré a por el que acaba de hacer esto... La dejó tirada como un animal, lo cual es algo imperdonable. Pero eso lo haré luego, primero siempre estará ella. Hace tiempo que he hecho de ella mi prioridad número uno y, eso, nunca cambiará. Y si no sobrevive a esta noche, tampoco lo haré yo. En el preciso instante en que deje este mundo, me daré muerte cercenándome la garganta con mi propia daga, porque: ¿cuál sería el objeto de seguir adelante, si jamás volveré a verla? Prefiero ir directamente al infierno antes que soportar una eternidad sin ella.

La sorpresa da paso a la acción, aunque también al miedo, mientras corro como un loco hacia el centro de la carretera. Solo me lleva unas pocas milésimas de segundo acercarme a su posición. Me arrodillo a su lado, planeando sobre su maltrecho cuerpo, con el corazón palpitando desbocado dentro de mi pecho, asustado por lo que voy a encontrar cuando la inspeccione. Es que, ¿acaso es posible sobrevivir a tamaño siniestro? Aproximo, temeroso, mi rostro al suyo. El pánico remite, pero no en su totalidad. Está con vida, aunque su condición es delicada. Me alivia percatarme de que todavía respira, de forma débil, dificultosa y superficial, pero lo hace, probablemente a causa de un neumotórax. Mis conocimientos sobre ciencias médicas son por demás limitados, pero suficientes para comprender que si no recibe ayuda, y pronto, morirá.

El tiempo apremia y, por ello, me veo obligado a accionar de inmediato, porque la hermosa mujer que yace en el suelo, no será una más... Su nombre no estará en una de las estrellas pintadas a la vera de la ruta, para rememorar a las víctimas de los cuantiosos accidentes de tránsito que suceden cada día.

Me quito el pesado abrigo, la envuelvo con él para protegerla del frío y la recojo del suelo. Expele un suspiro de alivio, seguramente por haber reemplazado la fría y dura superficie de la carretera por la calidez que emana desde mi pecho.

―Todo estará bien ―musito para tranquilizarla y tranquilizarme a mí también―. Aliviaré tu dolor. ―Con suma delicadeza, para no causarle un daño mayor del que ya posee, la arropo con mis brazos y me pongo en movimiento.

Mientras corro hacia la camioneta ―que se encuentra a unos doscientos metros de distancia―, pienso que, aún con su perfecto rostro cubierto por su larga cabellera apelmazada con su sangre coagulada, su aspecto continúa siendo el propio de una ninfa, etérea y delicada, y que es el ser más bello que alguna vez posó sus pies sobre la faz de la tierra.

Escondida © [Completa +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora