Seducida - Fragmento del Capítulo 1: Mantis religiosa

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Ima

... Me remuevo incómoda en el asiento trasero del Uber; el vestido que elegí me queda demasiado corto y apretado.

Supongo que pertenezco al grupo de las chicas que se comen sus sentimientos, porque engordé bastante el último tiempo. No me quejo, agradezco el peso extra porque ya no soy un saco de piel y huesos.

El que no debe de estar muy feliz es el vestido que más tarde deberé quitarme con fórceps. Mi trasero es del doble de tamaño que el de hace unos pocos meses atrás, por lo que estira la tela de esa zona a más no poder ―volviéndola casi transparente―, mis tetas se escapan por las amplias aperturas laterales ―dejando muy poco a la imaginación―, y el bajo trepa por mis muslos ante el mínimo movimiento que realizo. Pero aun con tantas fallas de vestuario, en el preciso momento en que me vi frente al espejo de mi dormitorio ataviada con él, supe que no podría usar ningún otro atuendo para nuestro encuentro, porque este es el único que causará el impacto deseado.

En poco tiempo, arribo a mi destino. Me despido amablemente del conductor, desciendo del vehículo, bajo las escaleras con cuidado y elegancia, y llamo a la puerta.

Al abrirla para mí, los hombres de seguridad me reconocen de inmediato, pese a que soy la versión cabaret de la chica que conocieron el pasado mes de mayo, y amablemente me dejan ingresar. Les sonrió coqueta al pasar, y camino por el pasillo subterráneo con el corazón latiéndome a mil por hora, porque esperé varias semanas por este momento.

Al llegar a la pista, el calor y el vapor, que aflora de los cuerpos extasiados que danzan al son de la música, me golpean de lleno. E inmediatamente deseo dar media vuelta y volverme a mi casa con el rabo entre las piernas. Estoy asustada, porque la teoría siempre es una cosa fácil, en el imaginario todo es posible, nos sentimos superpoderosos, pero a la hora de la verdad, generalmente, nos acobardamos.

Decido tomar un poco de valor líquido, porque si quiero recuperar algo de la dignidad que él me arrebató, debo quedarme.

Necesito darle de probar de su propia medicina. Planeé obsesiva y meticulosamente cada uno de mis pasos para conseguirlo. Nada está librado al azar. Cada día en el hospital tras su partida, cada hora postrada en la cama atravesando el dolor, cada sesión de rehabilitación, mi mente se enfocó en recuperarme para hacer precisamente esto.

Me abro camino entre las masas para arribar a la barra más cercana. Desde allí, escaneo el lugar con la mirada: rebalsa de gente. Todo va viento en popa; no me verá hasta que sea demasiado tarde.

Pido una botella de champaña carísima, puedo permitírmelo con los millones que aguardan por ingresar a mi cuenta bancaria.

Cada copa que bebo, me dota de un don mágico: la primera me quita el miedo, la segunda apacigua mis nervios, la tercera me infunde seguridad y la cuarta ―y última, porque vacía la botella―, me da el coraje necesario.

Me alejo de la barra y subo, uno por uno, los peldaños de las escaleras con paso decidido. Atravieso el control V.I.P. ―para mi sorpresa, sin ningún tipo de problema―, y me aposento en uno de los reservados.

Mi presencia en la sala, atrae de inmediato la atención de varios prospectos a la vez, y no me cuesta trabajo elegir. En poco tiempo, encuentro a alguien que es precisamente lo que ando buscando: en los veintes, rubio con rizos y apuesto. El tipo de hombre que siempre me ha atraído, y el opuesto físico de él.

Le sonrío con descaro y me muerdo el labio inferior sugestivamente, para alentarlo a que arriesgue conmigo sus cartas de conquista. El chico, ni lerdo ni perezoso, se acerca y se presenta en el instante que demuestro un ápice de interés.

Escondida © [Completa +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora