Capítulo 3

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Luego de ese rápido saludo que hizo la Muerte con Harry, ambos aparecieron en un callejón oscuro que se encontraba a una cuadra de la entrada del Caldero Chorreante.

La Muerte rápidamente tronó los dedos, cambiando su capucha por un traje elegante digno de un sangre pura, su cabello blanco totalmente pulcro y atado en una coleta.

Por otro lado, Harry sintió como si lo limpiaban con una gruesa esponja todo su cuerpo, pronto vio sus manos limpias, aunque mucho más grandes desde la última vez que las vio.

La Muerte lo miró con una sonrisa antes de volver a tronar los dedos y hacer aparecer un espejo de cuerpo completo frente a él.

Lo que vio lo dejó perplejo, frente al espejo estaba un gran hombre que parecía estar en sus treintas, alto, posiblemente de un metro noventa, tez morena casi bronceada, musculoso, pelo azabache hasta los hombros y unos penetrantes ojos Avada Kedavra. Pronto notó que aquel hombre era él, sorprendido, acercó su mano hacia su cara y tocó.

Muerte sonreía de lado al ver la reacción de su hijo, negando, movió sus dedos y la ropa de Harry se parecía a la que llevaba él, solo que esta se ajustaba más a la nueva musculatura del azabache.

Sujetándolo de un hombro, le instó a avanzar hacia la entrada muggle del Caldero Chorreante. Estaban a solo unos pasos cuando Harry se detuvo por completo, a unos metros, hacia abajo por la calle, vio a su amiga castaña conversar con Ron.

El pelirrojo se le notaba un poco demacrado, podía ver las ojeras bajo sus ojos, y su olor era lo peor de todo, olía a tristeza y desolación.

Queriendo acercarse, dio varios pasos hacia ellos, pero fue detenido por Muerte, quien lo miraba serio al ver lo que quería hacer.

-No te metas con los vivos Harry -dijo Muerte antes de empujarlo de vuelta hacia el Caldero Chorreante-.

Una vez en la puerta, le dio un pequeño empujón, logrando así que se abriera por completo para ellos. A paso lento, atravesaron el pub hasta llegar a la parte trasera de este, donde Muerte, utilizando la magia del lugar, abrió la entrada a Diagon Alley.

A pesar de ser día de semana, aún había un que otro mago adulto comprando alguna cosa de última hora. Sin tomar en cuenta a nadie, ambos se dirigieron al banco Gringotts, lugar en el que Harry juró nunca volver a entrar.

Cuando estuvieron frente al enorme banco, los duendes los miraron con cautela, ellos sabían quién era el peliblanco, así que solo asintieron antes de abrir las puertas.

Dentro del banco, los goblins trabajaban tras sus mesones de mármol, contabilizando dinero, pesando joyas o simplemente escribiendo.

Sin preocuparse, Muerte se dirigió al final del pasillo, donde se encontraba el jefe duende de turno.

-Quisiera tener una audiencia privada con el gerente del banco -demandó al ver que el goblin ni lo miró-.

El duende levantó su cabeza con el ceño fruncido, pero este rápidamente palideció al ver la persona frente a él.

Lord Morte en persona se veía muy intimidante, aún más con el hombre a su lado, a quien no reconoció. Rápidamente salió de su escritorio y se acercó a ellos dos.

-Síganme señores -dijo temeroso el goblin, aunque logró disimularlo muy bien-.

Ambos hombres -si es que se le puede decir hombre a la muerte- siguieron al duende por los largos y confusos pasillos de mármol que poseía el banco. Pasó un buen tiempo antes de que el goblin se detuviera frente a una enorme puerta de roble oscuro, con un poco de nerviosismo, el goblin llamó a la puerta antes de ingresar.

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