Capítulo V

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Cecilia:

¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mí? ¿Eh?

Escaneo el piso  cerca del banco en donde estaba sentada hasta que me di cuenta de que se me había caído un arete. El piso es cementado y mi arete es una argolla plateada. Para colmo el día esta nublado por lo que la tarea resulta más difícil aun.

Genial.

Me agacho y me maldigo mentalmente le haberme puesto hoy esta saya. Me queda bastante apretada después de que engordara un poco hace unos meses.

Sigo analizando el piso pero no encuentro nada. Miro sobre el banco y nada. Ya me estoy ganando unas cuantas miradas curiosas, entre ellas la de Alex que en este momento se está acercando a mí.

Doble genial.

—¿Buscando un tesoro, Cecilia?

Le respondería de forma mordaz a su broma, pero no estaba de humor. Solo quería encontrar mi arete y cada vez me desesperaba más.

—Se me perdió el arete.

—¿Cómo es?

—Es una argolla chiquitita y plateada.

El asiente e increíblemente me ayuda a buscarlo. Miro esta vez al lado del banco mientras que Alex mira el lado opuesto. Escaneo esa parte del piso, pero lo único que logro ver es un chicle masticado seco.

—¿Es esto? —pregunta Alex haciendo que levante mi cabeza hacia él.

Tiene la mano alzada, sosteniendo entre el dedo índice y el pulgar mi argolla.

—¡Sí! —exclamo agarrándola—. ¡Menos mal! Gracias.

—No fue nada —dice y se acerca más a mí. Mi corazón late más fuerte por la repentina cercanía—. ¿Quieres que te la ponga?

Entreabro la boca sin poder evitarlo. ¿Está siendo amable?

—Ehm… si.

La abre con cuidado y se acerca más a mí. Siento el arete traspasar el hueco de mi lóbulo y luego el pequeño sonidito que emite cuando tranca. Lo que no me pasa por desapercibido es la leve caricia que me da en el cuello.

—¿Dónde aprendiste a poner argollas?

—Mi hermana siempre me hace ponérselas.

Sonrío al imaginar a Alex poniéndole los aretes a una niña de once años.

—Significa mucho para ti ¿no?

Lo miro a los ojos, y por unos segundos me pierdo en ellos. El color te atrae, te atrapa pero ahora lo que me atrapa es lo que transmite. No hay burla en ellos, solo genuino interés.

—Sí. Mónica tiene unos idénticos. Nos lo regaló nuestro abuelo antes de morir.

De eso ha pasado muchísimo tiempo, aunque lo recuerdo como si fuese ayer.

—Disculpa.

—¿Por qué?

—Por hacer que te acordaras de es…

—¡Ah! No. Tranquilo. No me pongo triste, lo recuerdo con alegría porque fue un gran hombre.

El concentra sus ojos con los míos y entonces pasa algo que jamás imaginé ver. Sonríe, pero no burlonamente. Es apenas un atisbo de sonrisa, pero es genuino y radiante.

—¡Alexander! —exclama una chica detrás de mí.

—Ay no —murmura Alex mirando hacia el suelo, como si estuviese a punto de vivir una tortura.

No caeré en tu labiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora