Los recuerdos de Eloisa

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Ahora que estoy aquí todo está en calma, todo está en silencio, me encuentro en paz.

               

Hace tantos años no lo veía. Cuando era niña este lugar estaba como nuevo, el viejo barco del abuelo Mateo era mi lugar favorito, amaba verlo siempre vestido de blanco con su traje de capitán. Me entusiasmaban sus historias de cuando era joven y navegaba por los mares.

Cada que había una ocasión especial, la familia entera se juntaba aquí a celebrar. Mi familia era muy unida y feliz, y eso me hacía sentir querida. Esas eran épocas muy felices.

Mi parte favorita del lugar era la cabina del capitán, me gustaba jugar con el gran timón. Era ahí donde el abuelo me contaba sus historias.

Pero, desde que tengo memoria, me gustaba estar aquí por él. No sólo por el abuelo, sino también por él, ese chico risueño de cabellos ondulados color café. Se llama Zacarías, pero para mí siempre fue Zac, el hijo de los socios de mis padres, nos conocemos prácticamente desde que éramos unos embriones.

Él y sus padres siempre iban a nuestros eventos familiares, lo recuerdo como un niño risueño, cada que estábamos aquí las horas se nos pasaban jugando a las atrapadas o a las escondidas, nuestro refugio era la cabina… tal vez por eso amaba estar ahí.

Recuerdo muchos acontecimientos que viví con él aquí, pero sobre todos esos recuerdos, predomina la vez en la que una tormenta irrumpió en nuestros infantiles juegos.

Fue la última vez que vine. Era mi cumpleaños número 8, me habían vestido con un pomposo vestido rosa. Él y yo estábamos en la cabina, leyendo un libro del abuelo, y comenzamos a escuchar como los grandes comenzaban a quejarse por la lluvia, varios de mis tíos bajaron a la bodega, nosotros inocentemente cerramos la puerta, pero ese fue un error, al intentar sacarnos de ahí, nuestros papás se encontraron con que la puerta estaba trabada, la tormenta arreciaba y no quedó de otra más que dejarnos ahí mientras amainaba. Yo comencé a llorar, los rayos me daban miedo.

—Tengo miedo Zac — dije entre lágrimas.

Él tomaba mi mano.

—No pasará nada, yo estoy cuidándote.

Un trueno hizo que me asustara más.

—¿Qué nos pasará? ¡Quiero a mi mamá! — me quejé amargamente.

—No nos va a pasar nada.

Yo lo abracé y hundí mi cabeza entre su trajecito.

—Eloisa, yo te cuido, nunca dejaré que nada te pase.

Volteé a verlo, me sonrió.

—Quisiera que todo se solucionara como en las películas — reclamé.

Entonces él tomó mi cara, y rápidamente posó sus pequeños labios en los míos.

—Así sucede en las películas — explicó él poniéndose rojo.

—Supongo que sí…

 

Fue épico ese momento, puedo decir que mi primer beso, aunque inocente, fue muy bonito.

El día terminó cuando nuestros papás nos sacaron de ahí y nos condujeron a nuestras respectivas casas.

El tiempo pasó, los compromisos de mis padres crecían… cada vez se separaban de la familia… cada vez nos separábamos de ellos. A él lo seguía viendo, mis tardes las pasaba feliz con su compañía, jugábamos, leíamos, aprendíamos, reíamos juntos.

Luego, la primera tragedia ocurrió. Mis padres se pelearon con mis tíos, por lo que ellos llamaron “problemas de adultos”.

Mi papá cada vez se volvía más enojón, y eso estresaba a mi mamá. La vida en familia ya no era tan feliz.

No se hizo esperar mucho la segunda tragedia, mi abuelo Mateo murió. Tenía ya 14 años. Fue el día más triste del mundo. Lloré, pataleé, juré que era una mala broma, maldije… quería a mi abuelito de vuelta. Mi padre, devastado por la muerte de su progenitor, intento acercarse a mí y consolarme. Pero yo lo impedí.

—Fuiste tú el que me impedía verlo — grité enfurecida.

— Hijita, yo también lo siento mucho.

—No, no lo sientes… eres malo, eres un mentiroso… TE ODIO PAPÁ.

Ahí comenzó nuestra ruptura, o al menos eso creo yo. Desde ese día la comunicación con papá no fue la mejor.

El único que pudo consolarme fue él, Zac, con su angelical voz, logró hacer que parara de llorar, comenzó a cantarme una bella canción al oído. Y de nuevo aplicó su remedio, me volvió a besar.

La tercera tragedia llegó en mi cumpleaños 16. Mis padres y sus padres se fueron a banca rota, mi padre enfurecido rompió tratos y comunicación con ellos. Yo, dejé de verlo entonces. Eso me dolió hasta el alma. No imaginaba mi vida sin él.

La situación familiar era peor, yo me alejaba más y más de papá.

La siguiente tragedia fue a los 17, el irremediable divorcio de mis padres, me puse de lado de mamá. Pero por alguna razón, mi padre ganó mi custodia. Desde entonces vivo en un lugar en el que no quiero estar.

Extrañaba a mamá. Pero sobre todo lo extrañaba a él.

La quinta y última tragedia llegó la semana pasada, en mi cumpleaños 21. Mi padre anunció su compromiso con su horrible y estúpida novia 10 años menor que él.

Mi día era el peor, hasta que una carta con un perfume conocido llegó:

“Tú y yo en el muelle el siguiente sábado a las 6”

 

Sin duda adiviné que era de él. ¡Cuánta falta me hacía saber algo de él!

La boda debe estar comenzando. Pero eso, a mí no me importa.

Aspiro lentamente el olor a viejo. El lugar ya no es como antes, hay tablas y escombros por todas partes, los tubos están muy oxidados, la estrella del faro ya no es blanca y reluciente, las risas ya no se escuchan.

El silencio reina. La paz de las olas me incita a sonreír.

                                  

Y detrás de la cabina, sentado en una vieja silla, está él, con su sonrisa reluciente, con sus ojos brillantes y sus rulos tambaleantes.

—Te dije que siempre te cuidaré — dice.

Sonrío.

—Espero que traigas tu remedio — murmuro.

Él se acerca.

Y me besa.

Amor, eso siento.

Es por eso que este es mi lugar favorito.

One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora