3. Cena

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Alicaído, se dirigió a la ducha y luego buscó un conjunto apropiado para la ocasión

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Alicaído, se dirigió a la ducha y luego buscó un conjunto apropiado para la ocasión. Pero todos los que le quedaban estaban fuera de temporada o ya los había usado varias veces. Entonces recordó que era una simple cena de negocios, una cena con un impresentable, pero nada del otro mundo. ¡Y tampoco era una maldita cita! Así que no entendía por qué estaba tan nervioso. Por qué se sentía como un crío de quince años que había quedado con su novio.
                             
Finalmente se decantó por un traje oscuro, elegante, pero sencillo. Nada que hiciera entrever su piel. Luego se maquilló un poco, despeinó su flequillo rizado para darle un toque más relajado y se calzó con unos zapatos elegantes a juego con su traje. Sí, lo había conseguido, iba bonito y al mismo tiempo, discreto.
                             
El señor Han finalmente no pasó a recogerlo a la hora acordada, sino a las diez de la noche. Minho ya estaba a punto de quitarse esos malditos zapatos que le acribillaban los pies y mandarlo todo a paseo. ¡Once! le había dejado once llamadas pérdidas y el muy desgraciado no había tenido la cortesía de contestar ni una sola vez. Entonces Minho se sobresaltó cuando al fin escuchó su teléfono vibrar con una llamada perdida para que saliera de casa. «Cálmate», se dijo, «recuerda que tu suerte depende de él», por lo que contó hasta veinte e hizo el esfuerzo de sonreír mientras se dirigía a su encuentro.
                             
Han lo esperó apoyado contra su coche mientras lo observaba de esa forma petulante que tan nervioso le ponía. Pero se mantuvo distante, sin hacer ningún comentario sobre el aspecto del castaño. Se encontraba demasiado absorto en sus pensamientos y en aquella casa que tantos recuerdos le traía. Minho se sintió fastidiado por su silencio. Estaba acostumbrado a que los hombres lo alabasen y lo piropearan tan pronto lo veían aparecer como un dios orgulloso ante sus ojos.
                             
El hombre le abrió la puerta en un gesto galante y Minho se subió al Audi negro con altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a su almizcle personal, y de repente se sintió rodeado, envuelto y acorralado por él.
                             
—¿Se encuentra bien? —le preguntó el señor Han cuando vio que se había quedado paralizado.
                             
El castaño parpadeó aturdido.
                             
—Sí, estoy bien —se disculpó algo avergonzado—. ¿Puedo saber dónde cenaremos? —añadió tratando de disimular sus nervios.
                             
—Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los mejores restaurantes de Seúl —le contestó por encima del hombro, mientras engranaba primera y giraba el volante a la derecha. 

—¿Vamos a cenar en el St.James? Pero ese sitio es demasiado elegante, ¿no?
                             
Minho, había ido muchas veces allí (cuando se lo podía permitir) y conocía el ambiente.
                             
—Ya le dije que pagaría yo —le recordó sin apartar la mirada de la carretera.
                             
—No se trata de dinero —replicó ofendido—. Solo pienso que ese restaurante es demasiado íntimo y sofisticado.
                             
El pelinegro arqueó una ceja con desdén.
                             
—¿Y dónde está el problema de cenar en un sitio así?
                             
—Bueno... es el típico restaurante que suele elegirse para... —tragó saliva—... Para una primera cita —terminó de admitir.
                             
—Ah —suspiró antes de soltar una pequeña risa—. Así que el lugar no le resulta ajeno. Dígame, ¿solía llevar a muchos incautos allí? —le aguijoneó con una media sonrisa.
                             
El castaño parpadeó indignado.
                             
—No creo que eso sea asunto suyo —refunfuñó—. Mejor explíqueme por qué se ha retrasado tanto. Dijo que me recogería a las ocho y me tuvo esperando hasta las diez.
                                         
—Discúlpeme, tiene razón, ha sido una grosería no avisarle... —Minho sonrió satisfecho—... Pero tenía otros clientes más importantes a los que atender.

Love Debit : HanknowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora