Chi è quella bella donna? | ❝¿Quién es esa bella mujer?❞
El amor es engañoso, fantasioso y manipulador.
En un pequeño establo de madera en pueblo de la ciudad de Firenze, un hombre el cual oculta su rostro bajo un velo, es conocido por retratar la b...
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Jungkook ya había aceptado qué era, qué le gustaba y qué quería.
Es un hombre.
Le gustan los hombres.
Y quiere a Taehyung.
Entonces, ¿por qué seguía sintiendo un atisbo de culpa por eso?
Cualquier persona con un mínimo de sentido común sabría comprender todas sus inseguridades, deseos de morir y miedos que no lo dejan tranquilo, aunque éstos sólo atormenten una y otra vez su vida.
Sonaba mal, pero aprendió a vivir con ello.
Odió su rostro y lo ocultó. Odió sus manos y las escondió. Odió su pasado y no dejó que nadie más lo supiera. Odió confiar en las personas y no lo hizo más después de Jin. Odió no tener un hogar. Odió el día y rara vez salió a tomar el sol. Odió la noche y no pudo hacer nada con ella porque era inevitable, hasta poco después que pudo convertirla en su nombre en un intento que le deje de hacer daño.
La respuesta más simple a sus problemas siempre fue evitarlos y lo hizo por unos cortos años, hasta la llegada de Taehyung Marcini.
Besó su rostro, tomó sus manos y respetó la idea de conocer poco a poco su tormentoso pasado. Lo llevó a confiar juntos en las personas, aunque sin bajar la guardia. Terminó siendo su familia. Lo llamó su día y lo convirtió en su noche.
—¿Te gusta? — el castaño vio la manera en la que el pintor le miraba, sus ojos brillaban con lágrimas retenidas en éstos, haciéndolos más brillantes.
Realmente puso su mundo de cabeza.
—¿Lindo?
Amó sus imperfecciones.
—Noche mía, te estoy hablando.
Lo hizo sentir querido con sus palabras.
—¿Jungkook? — Tae dejó las prendas de ropa en sus manos hasta acercarse a su amante sentado en la cama, quien aún no decía ni una palabra. Acunó sus mejillas con sus grandes palmas y las masajeó al ver que empezó a llorar.
Su toque era mágico, parecía ser el llamado de calma a su caudaloso mar.
El pintor dejó caer sus párpados, que fueron besados rápidamente, y se dispuso a disfrutar las caricias que le fueron brindadas. Unos labios se posaron en su frente, tratándole con el cariño que su yo de siete, trece, dieciséis y diecinueve años desearon con todas sus fuerzas. El niño y adolescente que fue, quienes suplicaron al cielo el amor que estaba recibiendo, no podían dejar de sollozar al ver que, después de tanto tiempo, por fin lo obtenía.
Su corazón no deja de romperse al verse a sí mismo arrastrarse en el suelo por aquel hermoso sentimiento que el contrario le daba, olvidando su dignidad y el respeto que merece. El que creyó que sus pensamientos e ideas eran malas, ahora sólo quería volver a ese entonces para consolarse como siempre quiso que alguien más lo hiciera.