VEINTE

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Kikyo apenas despertaba cuando empezaba a amanecer, sentía como Suikotsu la tenía envuelta en sus brazos anchos y se regocijó en silencio, aún no quería despertarlo ya que apenas salía el sol. Tomó un profundo suspiro y extendió una mano hacia la mesita de noche para mirar su teléfono celular.

Allí marcaban algunos correos sin leer, algunos recordatorios de lo que haría en el día... y un mensaje de un número privado.

Pensó que sería alguno de los investigadores que trabajaban con Suikotsu, y lo abrió con cierto nerviosismo. Cuando vio el contenido, era una fotografía... de Kagome, en frente a su casa, con una niña de la mano; y debajo de ella ponía un mensaje pequeño y conciso: La tengo en la mira, Kikyo. Si no eres tú, será ella.

Soltó un grito de angustia y el teléfono cayó sobre la cama. Suikotsu a su lado dio un pequeño salto y se irguió casi con un reflejo para contenerla, la tomó de la cintura y la atrajo hasta su pecho para abrazarla fuertemente. Ella seguía gritando y llorando un poco.

No había que preguntar nada, él sabía perfectamente lo que Kikyo había visto, sabía que era cuestión de tiempo para que Naraku se pusiera en con ella de nuevo.

― Tranquila... ―el susurró sobre su cabello.

― ¡El la quiere a ella! ¡Kagome está en peligro! ―sollozó.

La desesperación de Kikyo le rompía el corazón a Suikotsu, también le causaba demasiado miedo. Pareciera que veía a Kagura en Kikyo, a su hermana pequeña reflejada en la desesperación del amor de su vida...

Quince años atrás...

Suikotsu era apenas un agente recién graduado de su entrenamiento para investigador en la policía. Era su día de guardia en el turno noche, sus compañeros estaban en la patrulla dormitando mientras el comía unas donas con azúcar, bastante preocupado.

Su hermana menor, Kanna, llevaba días hablándole sobre su hermana Kagura. Kanna tenía apenas quince años, pero era astuta.

Kagura se había casado hace unos meses con un importante socio prestamista de la familia. Onigumo Naraku no era un hombre de lo más desagradable, y Suikotsu se habría opuesto totalmente a esta unión, pero no estaba en la casa cuando sucedió el compromiso y la boda, el estaba en la academia terminando sus entrenamientos.

Kanna fue quien le comentó de todo en una carta, pero ya era demasiado tarde cuando el llagó de nuevo a la casa familiar, Kagura ya estaba casada.

No había nada que hacer, pero en el rostro de su joven hermana de apenas unos dieciséis años se veía la desesperación, el quebranto de su matrimonio. Suikotsu buscaba manera de visitarla, pero su marido la tenía demasiado ocupada con las labores del hogar, o es lo que le decían los guardias que no lo dejaban pasar ni siquiera unos minutos.

Ya pensaría en algo ―el se decía a sí mismo― para ayudar a su hermana a huir de su martirio, para logra la libertad que tanto añoraba.

Pero esa noche, cuando recibieron una llamada desde la estación central advirtiendo un código rojo 10-10 desde la dirección de la casa del esposo de su hermano... algo en él presintió la tragedia y cuando iban en camino las lágrimas ya empezaban a caer.

Corrieron al área y se encontraron con lo peor. El cuerpo de Kagura Cheng yacía tendido en el suelo de las escaleras de su casa, sin signos vitales y múltiples lesiones que le habían causado su muerte lentamente.

Naraku Onigumo estaba parado delante de esas escaleras, con el rostro inmutable mientras alegaba que su esposa había tratado de huir con su amante y por la prisa cayó rodando de las escaleras.

Futari No KimochiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora