SEIS

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VI

La muchacha Higurashi volvió a su casa esa noche, evitó a Sango cuando esta la llamó desesperadamente, y despidió a Koga por mensaje de texto explicándole que en la mañana le contaría lo que sucedió.

Agradeció a su cuñada Rin en su interior por llevarse a Moroha esa tarde, y cayó rendida a su enorme cama vacía.

Recién allí pudo llorar libremente. Recordó a la bebita que habían salvado esa noche, puesto que apenas Houjo salió de cirugía le comentó que habrían logrado preservar la vida de la pequeña. Ella fue a verla... tan pequeña e indefensa en una incubadora.

Luego de verla durante unos minutos corridos, tomó fuerza para volver a su casa y pensar en lo que había pasado.

Había sido impulsiva... y ella lo sabía. No debió actuar de esa manera tan dramática con Inuyasha. Se suponía que ella estaría lista para cuando se encontrasen de vuelta, que hablarían como padres responsables para que Moroha tuviera lo mejor.

Lloró con gritos ahogados en su almohada cuando asimilaba lo ocurrido.

¡¿Por qué tenía que dolerle tanto el verlo después de tanto tiempo?! ¿Por qué tenía que amarlo todavía?

A medida que Kagome lloraba, recordaba un poco más de su pasado. Ella había querido enterrarlo para ser más fuerte, pero sentir que Inuyasha la rodeaba con sus brazos lo traía todo a su mente de nuevo.

Kagome e Inuyasha corrían de un lado al otro en la residencia Hugurashi, estaban jugando a las escondidas con Sesshomaru y Kikyo, sus hermanos mayores.

Ellos eran un equipo, aunque también estaban Rin y Kagura participando, ellos dos decidieron ocultarse juntos en el pozo del templo. Tenían el lugar prohibido, pero Inuyasha había convencido a Kagome de ir hasta allí.

― ¡Nadie nos econtrará, Kagome! ¿Acaso no quieres ganarle a Kikyo y a Sesshomaru? ―Dijo el pequeñín de apenas doce años.

Kagome tenía diez años apenas, pero era mucho más analítica que su amigo. Ella dudó un poco.

― Me da miedo... ― musitó.

― Yo siempre estaré contigo, Kagome. No tengas miedo ―él la estiró de un brazo hasta el pozo, en donde se lanzó el primero y luego llamó a la niña a imitarlo― ¡Vamos, Kagome! Yo no te dejaré caer.

Y la niña le creyó. Confiaba plenamente en su amigo de cabello plateado, así que saltó y cayó sobre él con un gemido.

―Auch ―dijeron ambos al mismo tiempo con el aterrizaje de la niña.

Desde dentro del pozo se veía todo muy oscuro, la luz apenas entraba allí. Él niño parecía sonreír, pero ella se asustó.

―Está oscuro... ―ella lloraba.

― Kag... ―Inuyasha tomó su mano con fuerza― No pasa nada, estoy contigo.

Y la niña se tragó sus lágrimas, tratando de calmarse.

― ¿Crees que Sesshomaru y Kikyo nos busquen aquí?

― No, y es por eso que ganaremos― él dijo con orgullo.

― Yo creo que si lo harán. Kikyo y Sesshomaru tienen catorce, son mayores e inteligentes― acotó la pequeña Kagome.

― Ambos son caras bonitas, nada más...

Inuyasha quería usar frases que escuchaba de la televisión para referirse a sus hermanos mayores, aunque en realidad no terminaba de entender lo que estas significaban.

― ¿Caras bonitas? ―le preguntó ella.

― Es decir... que sólo son bonitos, pero nosotros más inteligentes ―el hizo una mueca de superioridad.

Kagome aún tenía la mano de él entre la suya. Miró fijamente a su amigo y le hizo una pregunta sincera que recordarían toda la vida.

― ¿Piensas que Kikyo es bonita? ―dijo la niña.

El niño inclinó su cabecita pensando en lo que su amiga le había preguntado.

― Pues... si es muy bonita.

Kagome soñaba con ser como ella algún día. Su madre no le dejaba aún ponerse faldas tan cortas como a ella, tampoco le dejaban planchar su cabello.... Algún día así sería, y ella soñaba verse tan hermosa como todos decían que Kikyo lo era.

― Pero tú lo eres más, Kag. Tú eres más hermosa... ―terminó diciendo Inuyasha.

Parecía que el cielo se abrió para una sonriente Kagome. Sus mejillas se sonrojaron y le dedicó una tierna sonrisa a su amigo.

Si Inuyasha pensaba que ella era hermosa, era lo único que importaba.

Esa tarde se quedaron hablando dentro del pozo durante horas, porque tal y cómo Inuyasha decía... nadie esperaba que estuvieran allí. Lo malo fue que cuando salieron del templo, sus padres estaban preocupados y estuvieron castigados un buen tiempo.

Pero para ella lo valió, porque nunca olvidó como se sintió cuando Inuyasha la hizo sentir hermosa y especial.

Esa noche Inuyasha fue hasta la casa de su amigo Miroku para desahogarse un poco. Él lo recibió con una cerveza bien fría que él aceptó gustoso.

― Entiendo... ―musitó él cuando Inuyasha le contó de su encuentro con Kagome.

― Y-yo no puedo sentirme peor, Miroku― él se sinceró― Me duele sólo mirarla... porque le he hecho tanto daño que me odio a mí mismo.

Su amigo se destacaba por ser sabio, pero Inuyasha no era muy comunicativo con sus problemas. Luego de su ruptura con Kikyo, esta era la primera vez que lo veía tan destruido, e incluso peor.

― Mira Inuyasha... el pasado no lo podemos cambiar, y si... tal vez no fuiste el mejor de los hombres, y debes admitirlo ―le dio un sorbo a su bebida mientras miraba atentamente a un cabizbajo Inuyasha― Pero... ¿Qué esperas de ellas ahora? ¿Quieres conocer a tu hija? ¿Permanecer en su vida?

El peliplata asintió.

― No merezco que me llame padre, no merezco que me quiera tan sólo un poco... pero quiero conocerla, Miroku.

― Entiendo... ― el murmuró― Pero, Inuyasha debes hacerte esta pregunta a ti mismo y ser sincero ―el pelinegro se acercó a su amigo y lo miró a los ojos― ¿Haces esto porque Kikyo te rompió el corazón?

Y entonces Inuyasha pensó en todos los años al lado de Kikyo... cómo se arrepintió de haber tomado la decisión de irse con ella cuando apenas habían subido al maldito tren.

Todos esos años él había vivido con un dolor en el corazón, con la imagen de Kagome en el rostro de Kikyo y un cuchillo en el alma preguntándose... ¿Cómo es el bebé? ¿Están bien?

Pero no pudo volver, no tenía la fuerza para regresar luego de lo que había pasado y cómo se había marchado. Fue un maldito cobarde... y prefirió callar sus dudas con una falsa felicidad al lado de una mujer que no lo amaba de verdad.

Kikyo no lo aceptaba, nunca lo hizo verdaderamente. Estaba al pendiente de cómo podría cambiar, de las cosas que podrían lograr en el futuro... pero nada de lo que eran en el presente podía llenar sus expectativas.

Y no la culpaba, a él le pasaba exactamente lo mismo.

― Miroku... tú sabes bien cuanto pensé en Kagome cuando Kikyo estaba a mi lado ― el Taisho trató de hacerle recordar de las charlas que tenían en el pasado.

― Pero nunca la dejaste, a pesar de tener dudas todo el tiempo y de extrañar a Kagome... nunca volviste por ella ―Miroku reflexionó― ¿Aún la amas?... ¿Alguna vez la amaste?

Inuyasha nunca había sido tan sincero con sus palabras como lo fue en ese instante.

― La amo más que a mi vida, pero nunca podría merecerla.

Futari No KimochiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora