TRECE

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XIII

En la merienda Inuyasha descubrió que Moroha era la niña más alegre que pudiera existir, a pesar de que el regalo de él no le terminó de gustar ―Kagome le dijo que era más de espadas que muñecas― Moroha tomó con una sonrisa el obsequio y lo dejó en su habitación.

A medida que las horas pasaban, Inuyasha deseaba que esa tarde no terminara jamás. La sonrisa de Kagome era inmensa cuando miraba a su pequeña, y Moroha... ella simplemente era perfecta.

Pero el momento de despedirse llegó... y entonces salieron ambas chicas para despedir al peliplata. La niña de verdad estaba feliz, porque el hombre le había causado una grata impresión.

― Bueno... muchas gracias por la merienda, chicas ―Inuyasha sonrió con sinceridad― Me la he pasado muy bien con su compañía.

La niña le sonrió de vuelta y él se arrodilló hasta su altura.

― Me la he pasado bien también, tío Inuyasha... ―ella murmuró.

Kagome sintió como se revolvía un poco sus entrañas al ver la escena. Inuyasha allí, arrodillado y totalmente rendido ante su niña. Tan sólo esta tarde más temprano había conocido la necesidad de Moroha de tener un padre, y ahora sin saberlo... lo tenía enfrente.

― Puedes venir cuando quieras... ―Kagome agregó.

La pequeña dio un pequeño salto.

― ¡Si! ―hizo una mueca de victoria― La próxima vez podemos entrenar juntos, tío Inuayasha.

El peliplata miró a la madre con agradecimiento y luego volvió a la pequeña para dirigirle un asentimiento.

― Así que te gustan las artes marciales...

― ¿A quién no le gustarían? ―Moroha dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

Inuyasha recordó los momentos de su infancia en los cuales él y Kagome solían entrenar en el templo de ella. La pequeña claramente era un reflejo de ambos.

― Me encantaría... ―él musitó.

El hombre no quería levantar sus rodillas del frío suelo, no quería detener esa conexión de miradas con una sonriente niña que lo miraba con alegría... con su hija. Se animó a si mismo a hacer lo que quería y abrió un poco los brazos, para ofrecer un abrazo.

La niña sin dudarlo se acercó a él y correspondió el gesto.

Inuyasha experimentó una emoción abrazadora. Era tristeza por no haber estado tantos años, felicidad de tenerla ahora mismo en sus brazos... y agradecimiento hacia Kagome por haberla traído al mundo. Sus ojos se humedecieron y se aferró al pequeño cuerpito.

No la había visto nacer, no la había ayudado a dar sus primeros pasos... Pero sentirla tan apegada a su cuerpo y tan cálida le daba la esperanza de que no era demasiado tarde.

Cuando la infanta se alejó de él, Kagome tenía una mano en el pecho y apretaba su puño fuertemente contra el mismo. Definitivamente la escena la conmovía... de sobremanera.

Inuyasha recobró la compostura y se puso de pie.

― Bueno... creo que es hora de que me vaya ―conectó su mirada con la de Kagome― Te agradezco esto, Kagome...

― Pronto lo repetiremos. Moroha se ha divertido mucho ―ella sonrió nerviosa.

La niña miró a ambos adultos sonrojarse, estaba algo confundida en medio de ellos...

― Esperaré esa invitación con muchas ansias.

Ambos bajaron la mirada, como si fueran adolescentes avergonzados.

Futari No KimochiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora