OCHO

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VIII

Sango reía bajito mientras Miroku la llevaba en brazos hasta su oficina, en donde dejaron volar a su pasión con besos desmesurados y se despojaban rápidamente de sus prendas.

― Ay Sango―gemía el hombre― Eres la mujer más hermosa de este mundo.

Ella soltó una risita mientras se deshacía de su corbata mirándolo con deseo. Ella lo empujó hasta el sofá y luego se sentó sobre él, le besó la mandíbula mientras el pelinegro se retorcía de placer debajo de ella.

― Lo sé, Miroku... ―ella sonrió malvadamente― Soy la mujer más hermosa, y tienes tanta suerte de tenerme― ella siguió sus besos por su cuello― Pero ¿Sabes qué? Odié que me dejaras sola con tu amiguito Taisho la noche pasada.

Miroku soltó una risita.

― De alguna forma tenía que conectarlo con el hospital y con Kagome...

Al instante el hombre se arrepintió de sus palabras. Sango detuvo sus besos para mirarlo con asombro.

― Espera un momento ―ella dijo con notoria molestia mientras hilaba las situaciones en su cabeza― Tú querías.... ¿Qué yo lo acerque a Kagome? ¿Tú sabes el pasado de ellos?

Miroku cerró los ojos y suspiró profundo. Supo que esa mañana no tendría nada de Sango que disfrutar por culpa de su lengua floja.

― Sanguito, verás... Inuyasha es un amigo de hace años.

Ella frunció el ceño.

― Pero... ¿Cómo te atreviste a esconderme algo tan importante? ―ella se levantó de golpe y buscó su camisola de entre las prendas esparcidas por el suelo― ¡Sabes que Kagome es como una hermana para mí!

― No entiendes, Sango... nadie entiende a Inuyasha como yo. No sabía a que llegaría la platica entre ustedes dos, pero tal vez si te acercas a él pudieras llegar a saber sus motivos ―el alegó con serenidad.

Sango gruñó por lo bajo.

― ¡No te corresponde meterte en esto! Y mucho menos usarme para que tu amiguito sinvergüenza llegue hasta mi amiga ―ella se terminó de vestir y se dispuso a salir, pero Miroku la sostuvo de uno de sus brazos antes de que llegara a la puerta.

― Escucha, Sango... Ni tú, ni Kagome saben la verdad detrás de todo lo que sucedió. Inuyasha no es el monstruo que piensan.

Sango se deshizo del agarre de él en su brazo.

― Haciendo este tipo de cosas sólo demuestras que eres igual a él.

Y dicho esto ella dejó la oficina de un impactado Miroku.

La noche anterior Miroku había escuchado de la boca de Inuyasha la verdad, pero no podía decírsela a Sango ni a nadie. Sólo podía ayudarlo a que confiase en Kagome para contarle... la razón por la cual tuvo que dejarla.

Muchas veces las cosas no son lo que parecen, pero esto tendría que aclarárselo a Sango con hechos, cuando toda la verdad de destape para la familia Higurashi Taisho.

Kikyo estaba sentada a un costado de su esposo Suikotsu, él la acariciaba cariñosamente mientras ella miraba la foto de su hermana Kagome en las redes sociales.

― ¿Por qué la sigues viendo, Kikyo? ―el hombre musitó― No vale la pena que te atormentes por lo mismo. Inuyasha ya no está atado ¿No?

Ella negó con la cabeza.

― Tú no lo entiendes... ella jamás lo perdonará. No mientras no sepa la verdad...

La pelinegra tomó en su cuello la perla que colgaba en su cuello. La miró con desdén.

― ¿Algún día crees que él se la cuente? ¿A cerca de la perla y el trato?

Kikyo sabía que eso no podría pasar... porque Kagome jamás pensaría mal de su padre, ni siquiera si le contaran lo que de verdad era. No se lo creería a Inuyasha, pero tal vez a ella si...

― Hace dos malditos años que mi padre fue asesinado para pagar su deuda, ahora todos somos libres. Pero su maldita memoria nos persigue todavía ―la mujer se sinceró― Nunca podré ver a mi hermana a la cara, porque él nos obligó a destrozarla para evitar que se la llevaran.

Suikotsu sintió la tristeza de su amada cuando conectaron sus miradas.

― Tú la quisiste salvar, Kikyo...

Ella se derrumbó y comenzó a llorar escondiendo su rostro en sus manos.

― Ya no sé si lo hice, Suikotsu... ―hipó― Tal vez sólo la destruimos por dentro...

El hombre la rodeó con sus brazos y dejó que su pequeña mujer llorase en su pecho.

― Deberías llamarla... contarle todo.

― Han pasado dos años... ―ella gemía― Y aún no es seguro para nosotros ir a japón. No creo poder contactarla mientras Onigumo esté detrás nuestro, sin ponerla en peligro.

― No te preocupes... ―el musitó― te prometo que lo vamos a acorralar pronto, y podrás contarle la verdad a tu hermana, Kikyo...

Futari No KimochiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora